7 de junio de 2023
Distinguido con la Palma de Oro honoraria del Festival de Cannes, el actor traza un balance de su exitosa carrera y revisa la relación con su padre.
Se ha sumado a la breve lista de ganadores de la Palma de Oro honoraria del Festival de Cannes, que también integran Ingmar Bergman, Jeanne Moreau, Clint Eastwood, Alain Delon, Jean-Luc Godard, Jodie Foster y Tom Cruise, entre otros. Y lo ha hecho en el mismo año en que el festival decidió honrar con el mismo premio a otra leyenda del cine, Harrison Ford. A los 78 años y con dos Oscar bajo el brazo, Michael Douglas sigue trabajando con la misma intensidad de siempre, aun después de haber superado un cáncer que estuvo muy cerca de ganar la batalla. Este año estrenó la tercera parte de su franquicia de Marvel, Ant-Man y la Avispa: Quantumania, y ya ha concluido una miniserie para Apple TV, Franklin, en la que encarna al inventor y prócer de Estados Unidos cuando, pasados sus 70 años, fue enviado a Francia con el fin de asegurar el apoyo de la entonces potencia a la flamante independencia de su país.
–¿Qué significa que le hayan otorgado la Palma de Oro honoraria en Cannes?
–Yo siempre he tenido una relación muy fuerte con el exterior por mi trabajo. El primer premio que me dieron fue un Bambi alemán por Las calles de San Francisco. Y además Cannes es un lugar muy importante, no solo para mí, sino para mi familia. Fue aquí que mi padre conoció a su segunda esposa, Anne, que fue mi madrastra durante 63 años. Siempre la sentí muy cercana y la adoraba. Cuando conoció a mi padre, Anne era una jefa de prensa francesa que trabajaba en el festival en la década del 50, era parte de una famosa compañía de relaciones públicas. Yo recuerdo que cuando tenía 10 u 11 años escuchaba en mi casa las historias sobre el Festival. Y cuando era chico vine con mi padre un par de veces. Ese fue el inicio de todo. Pero luego, cada vez que fui, Cannes se distinguió de todos los otros festivales no solo por lo bien que lo organizan, sino por el amor y el afecto que en Francia le tienen a los realizadores. Aman el cine con todo su corazón. A mí me encanta que nuestro trabajo pueda ser apreciado en todo el mundo. Y también me da mucho placer que el cine sea lo que nos une a todos. Por eso, cuando me tocó aceptar el premio, señalé que tras el covid y con la guerra que transcurre en Ucrania, el cine nos une como seres humanos. No nos damos cuenta de los peligros de las redes sociales, que son las que nos han separado.
«Todo comienza y termina en el texto. No en una buena idea, en un buen guion. Y luego, a eso tenés que sumarle todo el talento que puedas encontrar.»
–Además es un festival en el que se destacaron algunos de sus papeles más importantes.
–Es cierto, cada vez que estuve allí disfruté de las premieres: cada una fue diferente. Recuerdo que cuando presentamos Síndrome de China, Jack Lemmon ganó la Palma de Oro al Mejor actor. Eso tuvo un impacto muy fuerte. Cuando fuimos a Cannes con Bajos instintos la respuesta fue impresionante. El festival era demasiado grande para lo que estaba pasando. Me acuerdo que en la cena que tuvimos después de la primera proyección todos estaban muy callados. Nadie sabía qué decir después de lo que había pasado. Insisto, siempre primó la buena onda, nunca sentí que hubiera rivalidades o espíritu de competencia, sino verdadero amor por el cine. La política casi no existe allí. Como un viejo partidario de las Naciones Unidas, esto es importante porque no me gusta que el mundo esté cada vez más dividido, y por eso es que necesitamos unirnos más.
–¿El premio le sirvió para analizar lo bien que le ha ido en esta larguísima carrera?
–Yo siento que he tenido un buen promedio. No todos han sido éxitos, pero he acertado unas cuantas veces. Creo que he sabido elegir muy bien. Obviamente, también tengo mis fracasos. Hay películas que yo adoro que nadie ha visto. Pero en líneas generales estoy muy orgulloso de lo que he hecho. Una de las cosas que más disfruté de mis visitas a Cannes es que cuando estuve allí con Detrás del candelabro se generó un pequeño debate sobre si podía competir a la Palma de Oro al Mejor actor, aun siendo una película para televisión, porque si bien era de HBO, se dio en los cines de Francia. Yo espero que este tema se defina en algún momento.
–Si tuviera que compartir un consejo con las nuevas generaciones sobre cómo alcanzar su éxito, ¿qué les diría?
–Que todo está en el material. Todo comienza y termina allí. No en una buena idea, sino en un buen guion. Y luego, a eso tenés que sumarle todo el talento que puedas encontrar. Yo fui muy afortunado en los inicios de mi carrera como productor con Atrapado sin salida, y todo comenzó con el buen tiempo que trabajamos en el guion. Y luego, gradualmente, si tenés un buen texto, conseguís atraer al talento. Además, eso ayuda a que me preocupe mucho menos sobre mi papel. Esa es la lección que recibí, tanto de mi padre como de Karl Malden, mi colega en Las calles de San Francisco. Uno siempre quiere estar rodeado de los mejores actores posibles. Paul Newman lo hizo muy seguido, siempre quería estar acompañado por los mejores. Nunca le preocupaba que los demás fueran mejores que él. Si tienen el papel, hay que dejar que hagan lo mejor que puedan con él. Cuando estaba filmando Bajos instintos era claro que Sharon Stone tenía un papel maravilloso y que lo estaba haciendo muy bien. Y eso es lo que uno quiere, porque cuantos mejores sean en su papel tus compañeros, mejor vas a quedar vos. Muchas veces los actores miran el guion y piensan que es un gran personaje, pero que la película no es muy buena, y la clave para triunfar es brillar en una buena película, no en una mala. Si es mala, nadie va a querer ir a verla. Por eso, cuando hicimos Atrapado sin salida, cuando finalmente logramos conseguir el dinero para hacer el film, mi padre estaba desilusionado porque ya estaba muy mayor para hacer de R.P. McMurphy, el personaje que finalmente hizo Jack Nicholson: él sabía que ese era uno de los cuatro o cinco mejores papeles que podría haber tenido en su carrera. De todos modos, a veces conseguís el papel y hacés lo mejor que podés con él, pero eso no garantiza nada.
«Yo siento que he tenido un buen promedio en mi carrera. No todos han sido éxitos, pero he acertado unas cuantas veces. Creo que he sabido elegir muy bien.»
–¿En qué medida ser el hijo de Kirk Douglas influyó en la clase de actor que es hoy?
–Hay un documental que se proyectó en Cannes que trata precisamente de eso. Se llama Michael Douglas, el hijo pródigo y no es una carta de amor: habla de lo que fue crecer con un padre tan exitoso y tan conocido, y luego empezar con mi propia carrera. En los inicios, yo tenía cierto resentimiento porque él había comenzado antes de que existiera la televisión. Por eso no era inusual para él hacer seis o siete películas al año. Trabajaba todo el tiempo y no tenía nada de tiempo para estar con la familia. Y eso a mí me generó mucho resentimiento, hasta que tuve la edad de tener mi propia familia y entender la situación un poco mejor. Luego me di cuenta de que no había sido tan terrible. Más tarde su vida cambió y tuvimos una relación muy cercana. Y en ese sentido me siento muy afortunado. Por otro lado, es cierto que ser la segunda generación de actores tuvo sus ventajas. Yo pude observar cómo se manejaba él socialmente, lo vi con sus amigos, que eran Frank Sinatra y Gregory Peck. Pero pude verlos a todos con sus inseguridades y sus manías, es decir que los pude conocer como gente real.
–No debe de haber sido nada fácil ganarse un lugar siendo el hijo de una leyenda viviente como su padre.
–No, no lo fue. Sobre todo porque no son muchos los hijos de celebridades que han podido triunfar en esta industria. Son muy pocos los que lograron y aún menos los que han conseguido mantenerse en el circuito durante más de 50 años como ha sido mi caso. Yo estuve bajo la sombra de mi padre hasta que logré mi propia cuota de éxito con Atracción fatal y Wall Street, que me dio el Oscar. Ese fue el año en que sentí que finalmente había podido dejar atrás esa sombra y que había obtenido una cuota de reconocimiento por mérito propio.
–¿Alguna vez tuvo interés en hacer una remake de alguna película de su padre?
–Es una idea interesante. Alguna vez se habló de una remake de Sed de vivir, en la que mi padre hizo de Van Gogh. Esa era una película fabulosa. Pero es difícil meterse con algo así. Yo tuve la experiencia de hacer una segunda parte de Wall Street, lo que estuvo bien, pero nunca he hecho una remake: prefiero las historias originales.
«Estuve bajo la sombra de mi padre hasta que logré mi propia cuota de éxito con Atracción fatal y Wall Street. Sentí que había dejado atrás esa sombra.»
–¿De qué manera la paternidad pudo haber cambiado su manera de encarar proyectos o incluso su mirada sobre la actuación?
–Hubo una época en la que mis hijos estaban en casa y yo me cuestionaba los proyectos que involucraban viajar. Ciertamente hice Ant-Man porque quería mostrarle a ellos, cuando todavía eran chicos, que yo era relevante. Y además fue una manera de que me conociera toda una nueva audiencia, lo cual jugó un papel muy importante. Pero ahora ya todos se han marchado de casa y han desplegado sus alas. De todos modos, tengo que aclarar que mis tres hijos quieren ser actores. Y eso es un verdadero homenaje al abuelo, con el que todos siempre estuvieron muy cerca. Me encantaría que hubiese una tercera generación de Douglas. La última vez que contamos con mi padre, entre los dos habíamos hecho unas 160 películas. Y así como me ayudó ser de la segunda generación, ser de la tercera les sirve a ellos para mantener los pies en la tierra y entender cuán duro es el trabajo. Las cosas no pasan por los autógrafos o los anteojos de sol. Hay que trabajar muy duro y tenés que tener una mentalidad de maratonista para que los proyectos lleguen a buen puerto.
–¿Vamos a volver a verlo frente a cámaras con su esposa Catherine Zeta-Jones?
–Lo hicimos en Traffic, aunque trabajábamos en diferentes partes de la película. Cuando la filmamos ella estaba embarazada de Carys. La verdad es que deberíamos volver a hacerlo. Tendríamos que encontrar algo, tal vez una remake de La guerra de los Roses. No creo que la gente tenga ganas de vernos como dos tortolitos. Catherine sería una gran rival en una película.