27 de julio de 2016
El gobierno de Cambiemos está llevando adelante grandes modificaciones. Se pasa de un modelo de fuerte intervención del Estado a otro en el cual el mercado se vuelve preponderante. Esto último implica que la rentabilidad de las grandes empresas se transforma en objetivo fundamental de la política y se tiende a confundir los intereses sectoriales con el interés general de la sociedad en su conjunto, bajo el argumento de generar mayores ganancias e inversiones.
Sin embargo, las ganancias extraordinarias producto de la devaluación y de la quita de impuestos no redundaron en inversiones. La reducción de salarios por inflación tuvo como corolario una caída de las ventas de las pymes cuya demanda se encuentra generalmente atada a la suerte del mercado interno. En este escenario poco propicio para invertir, muchas empresas prefirieron colocar Lebacs o reducir pasivos cuyos intereses venían creciendo.
De esa forma, las expectativas que había puesto el gobierno en una mejora económica en el segundo semestre están lejos de cumplirse. En efecto, luego de la cosecha que permitió una tregua en el mercado de cambios, las perspectivas de ingreso de dólares hasta fin de año no parecen buenas: además de las tensiones financieras globales que obstaculizan toda posibilidad de inversiones extranjeras, la retención de la cosecha por parte de los agricultores impide una mayor acumulación de reservas. Esta actitud del «campo» se explica por la espera de una nueva devaluación –con sus consecuencias en términos inflacionarios y recesivos–, lo cual complicaría todo el escenario económico, social y político del gobierno a un año de las elecciones legislativas. Esta puja inesperada con un aliado del gobierno tiene ecos distintos en el seno del equipo económico y se deberá dirimir entre quienes buscan un tipo de cambio alto y los que prefieren dejar el dólar planchado.