27 de julio de 2016
Tarde de invierno, café humeante. Pedro, el entusiasta. Enrique, el preguntón. Juan, el contemporizador. ¿Tobías, el extrañado? Y claro, hay que pagar. Y ahí viene César, el mozo, con el ticket
–Bueno muchachos, son cinco cafés; el gas, la nafta, la luz; ingresos brutos; impuesto al amarillo agregado; derecho al globo; tasa de sinceramiento; recargo por ponerle leche a dos cafés; recargo por no ponerle leche a los otros tres; plus por gas para calentar la leche; recargo por sonrisa; tasa por distancia recorrida hasta la mesa, plus por horario nocturno; dos sobrecitos de edulcorante; dos cucharadas de azúcar; un amargor; agua para lavar las tazas, los platitos y las cucharitas; parte proporcional de la ART del mozo; plus por presentismo; impuesto al diálogo; multa por hablar de política. Multa por no hacerlo. Recargo por día soleado. Plus por eventuales nubes, tasa de «otros». Total: son 3.500 pesos. ¿Pagan al contado o con tarjeta en tres cuotas con intereses?
–¿Queeeeeeeeee? Preguntó Enrique, casualmente mas explícito esta vez que en sus habituales interrogantes– ¿Tres mil quinientos pesos por cinco cafés?
–No –dice César–, los cafes en sí serían 150 pesos, pero sin todas las demás cosas que les cobramos, sería imposible que se tomaran el café. ¿No vieron la propaganda que hizo el gobierno sobre cómo se fabrica una empanada? ¡Está todo clarísimo!
–¡Pero no nos podés cobrar la luz y el gas!
–¿Cómo que no puedo? Acaso a nosotros no nos lo cobran? ¿Acaso no sangro si me pinchan?
–César, no cités a Shylock, el mercader de Venecia, porque ya veo que vas a terminar cobrándonos una «tasa por Shakespeare»!
–¡No me quiten el entusiasmo! –se quejó Pedro–. Al fin y al cabo, no todo es para todos, el que tenga plata para café, que tome café, y el que no, que coma pizza. Y el que no, que se ponga a fabricar hamburguesas
¿Quieren saber quién pagó? Fácil, siempre pagamos los mismos.
(Ilustración: Hugo Horita)