Los niños y niñas transgénero cruzan el molde de la sexualidad binaria e interpelan a toda la sociedad enfrentándola a sus miedos y prejuicios. La pequeña que eligió quién quería ser y sentó las bases para la igualdad de derechos.
10 de agosto de 2016
Dibujo revelador. Manuel advirtió pronto quién era en realidad y jugando entre tacos y princesas le pidió a su mamá que lo llamara Luana.
Fue el 31 de julio del 2011. No me olvido más, estaba cocinando y te apareciste delante de mí con una remera mía puesta, tenías otra carita. Te miré y te dije:
–Otra vez lo mismo, sacate esa remera Manuel.
–No.
–A ver, mirame. Sos un nene, sacate esa remera.
–No, soy una nena.
–No, sos un nene y te llamás Manuel.
–No, soy una nena y me llamo Luana.
–¿Qué?
–Me llamo Luana, y si no me decís así, no te voy a hacer caso.
Gabriela Mansilla recuerda así en su libro cómo escuchó por primera vez en boca de su hijo que el nombre que había elegido para él se había transformado en un eco en el que ya no se reconocía. Con tan solo 4 años, pudo poner en palabras lo que sus padres venían intentando interpretar en señales desde hacía meses. Y sintió alivio. Tal vez el mismo alivio que percibió cuando, después de transitar varias opiniones de especialistas, escuchó un nombre para lo que venía pasando y que hasta ese momento desconocía: niñez transgénero. Así comenzó su historia, que llevó a Luana no solo a convertirse en la primera niña trans en el mundo en lograr rectificar su documento de identidad, según el género autopercibido, sino que además su experiencia pudo servir como antecedente y de este modo darle visibilidad a un tema muy complejo sobre el cual todavía pesan muchas preguntas.
«Hace años que vengo luchando y lo voy a seguir haciendo. Creo que en algún momento la gente termina sensibilizándose con mi historia porque lo que cuento, lo cuento como mamá», refiere Gabriela.
El 3 de julio de 2007 la mamá de quien hoy es Luana tuvo mellizos. Y entonces hizo lo que hacen todas las madres, y los mellizos hicieron lo que suelen hacer los mellizos: ser distintos. Pero en esa diferencia, algo comenzó a pasar. Uno de ellos lloraba todo el tiempo, nada lograba calmarlo. Pasaron los dos primeros años y entonces aparecieron otras señales. Primero, menos difíciles, como querer vestirse todo el tiempo de princesa. Después se volvieron golpes contra la pared o el enojo contra el cuerpo. Entonces Gabriela y su marido se enfrentaron con una pregunta difícil: ¿qué hacer con eso? ¿Qué hacer cuando lo que pasa es diferente a lo que uno espera?
Para el psiquiatra Adrián Helien, coordinador del Grupo de Atención a Personas Transgénero (GAPET) del Hospital Durand, las primeras manifestaciones en los niños respecto a cierta disconformidad con su género no suelen ser las mismas ni tampoco suelen tener el mismo grado: «La sociedad tipifica rosa y celeste, y hay que entrar obligatoriamente en esos cajones. Los niños con variante de género no encajan en esos lugares, y eso puede expresarse de distintas maneras. Puede exteriorizarse como incomodidad para vestirse o angustia al jugar de acuerdo con el sexo asignado al nacer. También puede aparecer una disconformidad con sus genitales».
En realidad, la imposibilidad de plantear una norma de comportamiento tiene que ver con la misma complejidad que supone encontrar una definición del proceso de identidad. ¿Cómo se forma el género o, en todo caso, cómo y cuándo se nos plantea? Según una encuesta realizada por GAPET, el 67% de las personas trans consultadas comenzó a percibir que su identidad de género no coincidía con la asignada al nacer antes de los 5 años, y un 21% respondió entre los 5 y los 10 años. Al respecto, Helien explica: «No sabemos cómo se construye la identidad. Las teorías más aceptadas hablan de factores biológicos (físicos y psicológicos) de base, sobre los que actúan componentes sociales. En realidad, la subjetividad se construye en un contexto social. Sin embargo, la ciencia es binaria y lo asocia siempre a factores biológicos. De hecho, creo que empieza a haber más visualización sobre este tema, pero todavía la sociedad actúa como policía de género».
El debate institucional
En mayo de 2012 se sancionó en la Argentina la ley 26.743, pionera en el mundo (ver recuadro). Un año y medio después, en octubre de 2013, Luana obtuvo su nuevo documento y unos diez chicos siguieron sus pasos desde entonces.
No obstante, Gabriela considera que la ley es un punto de partida. «Todo no se basa en el DNI. En nuestro caso, sí era algo necesario porque, por ejemplo, no podía llevar a Luana al médico. No la querían atender. Pero a partir de ahí, hay que enfrentarse, por ejemplo, con la aceptación de la maestra y los compañeros. Es un proceso muy largo, donde hay que destruir muchos prejuicios», cuenta Gabriela.
Identidad. Un nuevo DNI, más derechos.
En efecto, una de las grandes dificultades con las que se enfrenta la comunidad trans sigue siendo la convivencia institucional, que en el caso de los chicos tiene como escenario central la escuela. Frente a esta situación, la organización 100% Diversidad y Derechos organizó la primera encuesta sobre violencia y discriminación escolar enfocada solamente en la población LGBT. De acuerdo con el relevamiento, que se realizó entre unos 1.500 jóvenes de entre 13 y 20 años, alrededor del 75% de los estudiantes consultados reconoció haber sufrido un acoso verbal, un tercio reveló que sufrió un acoso físico y más del 10% afirmó haber padecido agresiones. «Es preciso incorporar la perspectiva LGBT en las escuelas por medio de contenidos específicos, capacitando al personal y desarrollando normas para prevenir la violencia, que tiene a la orientación sexual y la identidad de género como pretexto. También sería necesario poner en ejercicio la Ley de Educación Sexual Integral», desliza Ricardo Vallarino, titular de la ong, quien advierte además que, a pesar de cumplir 10 años en octubre, la norma aún no es implementada correctamente en muchas provincias.
Por más oportunidades educativas
Estas conclusiones se alinean con las observaciones planteadas en un estudio realizado hace dos años por la Asociación de Travestis, Transexuales, Transgénero de Argentina (Attta), que analiza el impacto que ha tenido la Ley de Identidad de Género en las condiciones de vida de las personas trans. Al respecto, uno de los datos más alarmantes se refiere al ámbito educativo. Si bien casi todas las personas que fueron consultadas asisten o asistieron al sistema de educación formal, la deserción de esta población es alta. Entre los mayores de 18 años, 6 de cada 10 mujeres y 7 de cada 10 hombres trans abandonaron el secundario. La principal causa que planteó una gran mayoría es la discriminación que sufrían tanto por parte de los compañeros como también de los docentes y autoridades escolares.
En este sentido, la sanción de la ley sí ha planteado un cambio y algunas de estas tendencias están revirtiéndose. Por ejemplo, el relevamiento habla de una disminución en los casos de discriminación escolar y en espacios como la salud.
Hoy, Luana está por cumplir 9 años y va a tercer grado con su hermano. Los golpes que se autoinflingía quedaron atrás.
«Ellos son felices en sus casas pero cuando salen se encuentran con cosas que los lastiman. Y cuando vos intentás cambiar esa cultura del rosa y del celeste, la gente te interpela. De hecho, la ley salió antes que la sociedad entendiera qué es la identidad trans. Por eso es un largo proceso –concluye Gabriela–, pero la base está».