Cooperativismo

El banquito gaucho

Tiempo de lectura: ...

Tenía solo cinco meses de existencia cuando las medidas de la dictadura de Juan Carlos Onganía dispusieron una fuerte restricción a su actividad. Pese a ello, sus dirigentes no se detuvieron.


Año 1975. Consejeros de la caja linqueña durante una entrevista con Acción.
 

Corría el último tramo del año 1965 y un grupo de vecinos de la ciudad bonaerense de Lincoln comenzó a interesarse por el movimiento cooperativo de crédito. Eran comerciantes y pequeños y medianos empresarios que vislumbraban en la doctrina solidaria una respuesta efectiva a la demanda de crédito de la población local. «1965 fue el gran año de auge cooperativo. Por esa época viajaba periódicamente a Buenos Aires, teniendo oportunidad de conversar con un consejero de la cooperativa El Hogar de Parque Patricios. Allí surgió, al menos en mí, la idea de fundar una cooperativa de crédito en Lincoln», comentaba en 1975, en un artículo publicado en Acción, Armando Boffa, histórico presidente de la caja ubicada al oeste de la provincia de Buenos Aires. «Ya éramos muchos los que habíamos sufrido la experiencia de que los bancos nos negaran créditos», decía, por su parte, Abel Russo, otro dirigente de la caja. Y agregaba: «Los más interesados nos reunimos y tomamos la primera iniciativa: buscar asesoramiento en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, el cual nos brindó todo tipo de facilidades como libros, conferencias, charlas.  Ese proceso de estudio –los primeros empleados tuvieron cursos de formación en cooperativismo– nos confirmó plenamente nuestro objetivo. La ciudad necesitaba una institución que prestara dinero a las clases populares, a quienes los bancos dejaban de lado. Comerciantes, profesionales, pequeños productores. Y, sobre todo, que combatiera la usura que en ese tiempo proliferaba en Lincoln».

Sentido de pertenencia
Con su nombre inspirado en el reciente centenario que había cumplido la ciudad, la caja de Lincoln abrió sus puertas en el mes de febrero.
Al poco tiempo, las medidas del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía amenazaron con poner en jaque la actividad de esta y muchas otras cajas a lo largo y ancho del país. Sin embargo,  gracias a la movilización y la fidelización de los asociados que acompañaron la pelea de la caja local, la cooperativa de crédito de Lincoln superó obstáculos y pasó a ser una entidad protagónica en la actividad económica de la zona. Esto se dio no sin sobresaltos. Una anécdota contada por los dirigentes en 1975 ilustra la situación: cuando se pusieron en vigencia las normas que comenzaban a restringir el cooperativismo de crédito, en julio de 1966, las autoridades de la caja contrataron una empresa de publicidad rodante para convocar a una asamblea extraordinaria.  Por error, se comenzó a difundir el llamado antes de la hora de cierre de la cooperativa. El resultado fue nefasto: algunas personas se alarmaron y corrieron a retirar sus depósitos. Además, los diarios anunciaban que el presidente del IMFC de ese momento, Amero Rusconi, había sido detenido. «Pero la cosa no pasó a mayores, es más, en la asamblea de ese día comprobamos la gran adhesión de la gente en tan poco tiempo de existencia: por unanimidad se resolvió que nadie retirara dinero esa semana y que, por el contrario, todo el que pudiera hiciera depósitos. Y muchos lo hicieron», recordaba Boffa.
«Le decían “el banquito gaucho”, lo tenían como el banco de la localidad», resumía María Pabluchi, empleada de la caja, en una entrevista de 2003 que integra el Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito. Ese era uno de los valores principales de la caja linqueña: prestaba dinero y ayudaba a concretar proyectos a aquellas personas que no encontraban crédito a través de la banca tradicional. La entidad asumía la responsabilidad de construir un modelo solidario, cercano y orientado a desarrollar la vida económica y social de los sectores menos protegidos. Tal compromiso también venía acompañado de un vínculo distintivo. «La caja era atendida por gente de la localidad. Los que venían se sentían respaldados y apoyados porque muchos se conocían de la ciudad», comentaba al mencionado archivo Lucía Goiburu, quien fue empleada de la cooperativa. Por su parte, Silvia Guamini, también integrante de la caja, definía el clima de fraternidad que se vivía al interior de la entidad: «Había mucha camaradería, mucho compañerismo. Éramos una familia, yo empecé soltera ahí, me casé, tuve dos chicos. Es mi segunda casa».

Protagonismo barrial
En 1975, la cooperativa de crédito de la ciudad contabilizaba 2.500 asociados y planificaba la construcción de su edificio propio. Habían pasado diez años de la asamblea constitutiva y el crédito circulaba no solo por personas sino también por instituciones. «La cooperativa siempre ha colaborado con la comunidad linqueña. Ha ayudado a todos los clubes de la ciudad a quienes los bancos les negaban créditos.  Nosotros otorgamos créditos preferenciales, sin suscripción de acciones y a bajo interés. Colaboramos con escuelas, con el hospital municipal, cuyos servicios son un verdadero orgullo para la ciudad», remarcaba Russo a Acción sobre la entidad que concretó también un proyecto de comunicación mediante un boletín trimestral.
En 1976, Lincoln Centenario Cooperativa Limitada, y todo el movimiento de las cajas de crédito, debió enfrentar otra gran lucha, nuevamente contra una dictadura. La imposición de la llamada «ley de entidades financieras» obligó a esas entidades a fusionarse en bancos cooperativos. Junto a otras experiencias de crédito cercanas como las de Pergamino, Saladillo y Rojas, la caja de Lincoln pasó a integrar, hasta la década del 90, el Banco Local, una fusión exitosa que conservó el espíritu de la construcción inicial de las cajas y que fue reconocida por los habitantes de la ciudad. Luego, en otro proceso de fusión, se convirtió en Banco Argencoop y, finalmente, se sumó al conjunto de las filiales del Banco Credicoop, filial que hoy continúa presente en Lincoln.
Los dirigentes buscaron conservar el legado de la cooperativa de crédito en el trabajo que llevaron adelante en  la comisión de asociados o bien en los distintos puestos que ocuparon como funcionarios del nuevo banco. «La caja de crédito siempre estuvo presente en nosotros», afirmaba el dirigente Diego Lorenzo en una entrevista de 2003 para el Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito. Ese legado se sembró desde los comienzos y perdura en la actualidad de la filial: hacer del crédito una posibilidad para todos y avanzar hacia una sociedad más equitativa y solidaria en lo económico, social y cultural. «Cuando se hizo la caja de crédito –cierra Hernán Gauna, otro de los dirigentes entrevistados por el Archivo– el pueblo se revolucionó porque la gente no conocía los bancos y los que lo conocían tenían que andar agachándose para entrar. Y cuando se abrió esa caja de crédito, donde entraba desde el empleado hasta el más potentado, entonces tomó un auge impresionante. Fue una cosa sorprendente para el pueblo». Una verdadera transformación cooperativa.

Estás leyendo:

Cooperativismo

El banquito gaucho