Cooperativismo | BAHÍA BLANCA

Juntos por la inclusión

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María José Ralli

El Centro San Ignacio de Loyola promueve capacitación en oficios, deporte y trabajo comunitario. Apoyo del Banco Credicoop.

Cambio de hábito. Cursos de cocina saludable, uno de los tantos que ofrece la asociación.

En el barrio periurbano Spurr de Bahía Blanca, la crisis del 2001 arrasó con todo, menos con el tejido social. Mientras la desolación y el desamparo se expandía, un grupo de madres se organizó y, bajo una carpa en un terreno baldío, armó ollas populares para que a nadie le faltara un plato de comida.

Esa fue la semilla del Centro San Ignacio de Loyola. Hasta entonces, cuenta su presidenta, Mabel Agüero, «era un asentamiento de casitas de chapa y la gente se juntaba para poner un poco cada uno y hacer una comida en común». Entonces llegó la hermana María del Carmen, «Coca» –que falleció hace dos meses en su España natal–, y frente a esa situación, comenzó a gestionar donaciones para armar un centro comunitario, que se fue haciendo realidad con el aporte de particulares, de empresas y de los Cooperadores Salesianos de España. En 2007, en un terreno donado por el municipio, quedó inaugurada la organización, una asociación civil sin fines de lucro que promueve, desde hace más de 20 años, la igualdad de oportunidades para niños, niñas, adolescentes y adultos, con el objetivo de mejorar la calidad de vida y favorecer la inclusión social a través de talleres formativos, culturales, deportivos, charlas de interés a la comunidad, capacitaciones y asistencia.

«Así como el país, el Centro pasó por muchas etapas», dice Mabel, y apunta que la pandemia los puso, una vez más, a prueba. «En ese momento nos dedicamos exclusivamente a la asistencia, porque la gente del barrio y de barrios cercanos tienen trabajo informal y fueron los primeros afectados al no poder salir de sus casas». Ante el impedimento de llevar el sustento a sus familias, comenzaron a tejer redes con fundaciones y horticultores. «Juntábamos dinero para poder llevar bolsas de verduras, alimentos y todo lo que se pudiera», recuerda y cuenta que, pasado ese momento, pudieron seguir desarrollando las actividades que tenían antes: talleres, capacitaciones y deportes.

Hoy, la asistencia está vinculada con la formación, con el objetivo de generar mayor participación tanto de niños y niñas –van de los 4 a los 15 años– como de jóvenes y adultos, que forman parte de las capacitaciones y las actividades culturales. Las mismas son llevadas a cabo de manera voluntaria por una veintena de personas, «en un 98% gente del barrio», que trabajan en articulación con la Universidad del Sur. «Vienen estudiantes para hacer apoyo escolar, algunos capacitadores son de Centros de Formación Profesional y otros son voluntarios que tienen algún taller o algún conocimiento que quieren ofrecer, brindar a la comunidad», agrega la presidenta y coordinadora general.

El Centro Comunitario no descansa, está abierto de lunes a sábados, los domingos realizan partidos de la escuelita de fútbol, que participa de la Liga municipal y se sustenta en forma independiente, a través de una cuota sindical. También ponen especial atención en la alimentación con cursos de cocina saludable, que se abastecen de una huerta comunitaria. «Llegaron chicos con alguna enfermedad de base, como diabetes infantil –dice Mabel– que hoy están elaborando sus propios alimentos, como por ejemplo, hamburguesas de lentejas».

Escuelita de fútbol. El equipo infantil juega los domingos y participa en la liga municipal.

Protagonistas
El año pasado, la asociación encaró un taller de mochilas y cartucheras, a partir de la propuesta de una voluntaria. «La señora, del barrio, se capacitó en un Centro de Formación, es excelente como profesora, su primera experiencia fue acá y quiso devolver la ayuda recibida durante la pandemia, porque ni ella ni el marido podían salir a trabajar», relata Mabel. A modo de retribución, comenzó hace dos años a dar clases de confección.

Cuando en marzo de 2023 la filial Bahía Blanca del Banco Credicoop les otorgó el premio institucional, ya sabían adónde iban a destinar el dinero. «Las mujeres que se estaban capacitando no tenían insumos, con el premio se compró todo lo necesario y cada una de ellas pudo confeccionar, primero cartucheras y luego mochilas, para que sus hijos lleven a la escuela», cuenta y resalta lo «maravilloso de este curso», que les dio la oportunidad a estas mujeres de sentarse por primera vez frente a una máquina de coser y hoy muchas de ellas ya son emprendedoras, compraron sus propias máquinas y venden sus productos en ferias o a través de Internet. «Varias de ellas son el único sostén de familia y esto les permite ser protagonistas de su futuro», reflexiona.

El trabajo en red hizo girar una rueda que va más allá de la asistencia y la contención. Y así lo manifiesta la presidenta del Centro, que concluye: «Nuestra premisa es no solo quedarnos con el poder ayudar, sino que haya un ida y vuelta y que la gente, además de sentirse incluida, sepa que puede brindar algo también y que puede tener esta experiencia de aprendizaje».

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