30 de marzo de 2025
Gracias a la lucha de sus trabajadoras y trabajadores, Blasón pudo recuperarse y volver a fabricar mermeladas y otros productos. Hoy venden en todo el país y planean exportar.

Codo a codo. Con 12 asociados, la cooperativa fabrica más de 30 productos diferentes.
Foto: Martina Portillo
San Pedro suele ser un interesante lugar turístico, las barrancas que desembocan en el río o el Parque Histórico Vuelta de Obligado son algunos de sus atractivos. Pero si hay algo que es verdaderamente obligado, es darse una vuelta por la Cooperativa Alimentaria San Pedro, cuya historia de lucha vale la pena conocer.
Ubicada cerca de las barrancas, su nacimiento, hace 21 años, es vivido como una «epopeya». «En el año 2001 quiebra Alimentaria San Pedro –relata Ezequiel Fuchs, secretario de la cooperativa–, en esa quiebra quedan deudas impositivas, a proveedores y, por supuesto, deudas salariales a alrededor de 70 empleados que quedan en la calle».
La fábrica fue abandonada por sus dueños hasta que, en 2003, un grupo de exempleados propone armar una cooperativa de trabajo. No solo concretaron ese anhelo sino que también lograron que la provincia de Buenos Aires sancionara una ley de expropiación de la ex Alimentaria. «Esa ley salió un jueves, el sábado estaba previsto el remate de todo el predio de la fábrica. Esa ley logró frenar al rematador que estaba preparando todo para desguazarla. Fue de película», cuenta Fuchs.
Dulce de batata. La estrella de Blasón, que también trabaja con higos, frutillas, ciruelas, duraznos y otros frutos de la zona.
Fotos: Martina Portillo
Después de dos años de haber estado abandonada, la fábrica no estaba operativa porque había sido diezmada. «Se habían robado muchísimas cosas», aclara el secretario actual de la cooperativa. Y continúa: «Desde el momento en que ingresaron en 2003, esta gente, que tenía su changa de día, volvía a su casa y le tenía que decir a sus familias que se iban a la fábrica a dormir para que no siguieran robando, mientras iban consiguiendo ayuda para seguir reconstruyendo. Así estuvieron cinco años, cuidando y reconstruyendo sin recibir ni un peso».
El sacrificio de todos esos años hizo que el sueño comenzara a concretarse en 2008, cuando pudieron empezar a producir dulces. «De menos 10 se estaba en cero y ahí se tuvo que empezar a conseguir los insumos», continúa Fuchs con su relato, «primero se consiguió un empresario que daba los insumos y ponía su marca al dulce. La cooperativa ponía el trabajo, el saber». Durante dos años trabajaron de esa manera, lo que permitió acumular algunos ingresos y, en 2011, comenzaron a producir dulces con la marca de Blasón. Desde ese momento hasta 2016 vendían sus productos de manera casi artesanal, pero sin perder de vista que este tipo de comercialización podía tener mayor escala y volumen.
A todo el país
En el 2016 la cooperativa comienza a tener más ventas y nuevos asociados. Y a partir de entonces empiezan a convertirse en una productora nacional. Así, pasaron de producir unas pocas mermeladas y dulce de batata a tener hoy 12 asociados y la Alimentaria recuperada por sus trabajadores tienen más de 30 productos. Entre ellos, dulce de batata, de membrillo, de arándanos y mermeladas producidas con frutos de la zona: higos, frutillas, ciruelas y duraznos.

Autogestión. Luego de años de lucha y gracias a la expropiación, la fábrica pudo recomponerse y seguir creciendo.
Foto: Martina Portillo
Respecto a la comercialización Fuch detalla que «se fue desarrollando con un plan ambicioso con llegada a todo el país. Esto se hace a través de distribuidores zonales y de vendedores en distintas provincias. También estamos en una cadena nacional, la Cooperativa Obrera, que tiene su casa central en Bahía Blanca. La comercialización es muy ambiciosa y aún tenemos mucho por crecer. Casi que estamos en la mitad de todas las provincias».
Asimismo, la cooperativa está en proceso de preparación para exportar y ya ha participado de rondas de negocios internacionales. Dulces Blasón sale a la búsqueda de mercados externos. «Lo que más marcó a la cooperativa fue ese sueño de no bajar los brazos», concluye con convicción y orgullo Ezequiel Fuchs.