Cooperativismo

Manos en la tierra

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Fuertemente vinculado con la ola inmigratoria que llegó al país en el siglo XIX, el sector cooperativo rural nació con el fin de fomentar intercambios más justos entre productores y consumidores.


Pigüé. Fundada en 1898, la cooperativa El Progreso fue pionera en la provincia de Buenos Aires. Hoy continúa en actividad.

Las primeras experiencias cooperativas en Argentina se desarrollaron en las últimas décadas del siglo XIX y estaban vinculadas fundamentalmente con la entrada masiva de inmigrantes europeos requeridos por el modelo económico impuesto en el país a partir de la organización del Estado argentino. Ellos aportaron no solo técnicas y procedimientos de trabajo, sino también tradiciones y formas mutuales de organización que introducían ideas de solidaridad y cooperación a través de instituciones en que se agrupaban por nacionalidad, colectividad, fe religiosa, clase social, oficio o actividad. Inicialmente ese movimiento se manifestó con mayor fuerza en la ciudad de Buenos Aires, pero luego se fue expandiendo a otras ciudades y pueblos, y aun al ámbito rural.
Estas organizaciones comunitarias les servían a los inmigrantes para agruparse, mantener viva su cultura de origen, ser representados ante el Estado y otros sectores sociales, tener acceso a servicios sociales y educativos y construir liderazgo para las asociaciones privadas, sindicatos, entidades mutuales y partidos políticos de la clase obrera. Pese a sus intentos, el Estado oligárquico no pudo penetrar esas organizaciones, que expresaban valores y actitudes muy diferentes del autoritarismo y paternalismo predominante en la vida sociopolítica argentina.
La primera experiencia del sector cooperativo rural parece haber sido una empresa apícola llamada El Colmenar, creada por dos naturalistas franceses en Paraná, Entre Ríos, en 1865. También puede considerarse entre las precursoras a la Sociedad Cooperativa de Seguros Agrícolas y Anexos Limitada El Progreso Agrícola, de Pigüé, provincia de Buenos Aires, fundada en 1898 y que aún continúa operando bajo el nombre El Progreso Agrícola Cooperativa de Seguros Limitada.
En 1900, un grupo de colonos judíos traídos al país por la Jewish Colonization Association (JCA) funda en la aldea Novibuco de la Colonia Lucienville (Basavilbaso, Entre Ríos), la primera cooperativa estrictamente agrícola del país: la Primera Sociedad Agrícola Israelita Argentina (Der Ersshter Idisher land-virshaftlijer Farein, en idish en el acta original), que en 1907 cambiará su nombre a Cooperativa Agrícola Lucienville Limitada, con el que funciona hasta hoy. Las operaciones económicas de la entidad fueron inicialmente modestas: encaró la adquisición de bolsas vacías e hilo sisal para envasar la cosecha y poco después la comercialización de pequeñas cantidades de cereales. Simultáneamente, apuntó también a otros aspectos comunitarios, tomando a su cargo la realización de actos culturales, la organización de un centro teatral de aficionados y la formación de una biblioteca. En 1910 construyó un amplio hospital zonal, que años después entregó a una sociedad sanitaria creada a tal efecto.

Una vida más justa
A esta entidad le siguieron el Fondo Comunal, de Villa Domínguez (1904); la Unión entre Agricultores, de Urdinarrain (1908); y Palmar Yatay, de Ubajay (1916), en la provincia de Entre Ríos, y la Mutua Agrícola, de Moisesville, Santa Fe (1908); Granjeros Unidos, de Rivera, Buenos Aires (1924); y El Progreso, de Bernasconi, La Pampa; todas ellas creadas a partir de la acción difusora de un grupo de dirigentes comunitarios de las colonias judías entre los que se destacaron Miguel Sajaroff, Miguel Kipen y David Merener.
Conocedores del sistema cooperativo practicado en Alemania y Rusia, llegaron al convencimiento de su necesaria introducción en las colonias desde dos vertientes ideológicas diferentes: el idealismo tolstoiano y el socialismo. En una carta dirigida a Sajaroff en 1909, Merener afirmaba: «Tenemos que pasar a una vida más justa, en que los intereses de todos los compañeros sean los de cada socio en particular y en que los intereses de cada uno sean contemplados como cosa de todos. Nuestras dificultades económicas no devienen solamente del hecho de que se nos cobra muy caro lo que consumimos, o de que se nos suele pagar por la producción menos de lo que vale, sino que en ambos casos las mayores ganancias quedan en manos de quienes están situados superfluamente entre los dos factores: productores y consumidores. Por ello, el productor y el consumidor deben hermanarse, vincularse directamente, crear en primer lugar una gran familia de cooperativistas en el país y unirse más tarde también con otros compañeros de allende las fronteras de la República, a quienes se enviaría la producción en naves cooperativas que cruzarían los mares y traerían, al regresar, en trueque, los productos e implementos que los cooperativistas de otras latitudes elaborasen y crearan. De esta manera, las personas y los pueblos se unirán bajo la bandera del cooperativismo, que es la justicia e igualdad de todos». En otro tramo, señalaba: «Al tiempo de ser un centro para la actividad económica, la cooperativa se convirtió en un punto de reunión, de encuentro, al que se concurría no solo por necesidades materiales, sino también a conversar, a tomar una copa, a intercambiar opiniones con los conocidos: se transformó, como la estación del ferrocarril, la sinagoga o la escuela, en un centro de actividad social».  


Lucienville. Frente de la Primera Sociedad Agrícola Israelita, nacida en 1900.

Cuando por iniciativa de Miguel Sajaroff se quiso hacer la primera venta, a base cooperativa, almacenando los cereales en los galpones ferroviarios, únicos disponibles a estos efectos, se encontraron con que estos estaban ya todos asignados a particulares, cosa no común hasta aquel entonces. «Fue necesario –señalaba el dirigente– pedir por teléfono a Gualeguaychú que envíen los elementos para armar un galpón al lado de las vías. La construcción del galpón fue dilatada al máximo por el jefe de estación, que, lógicamente, estaría en connivencia con los acopiadores habituales. Algo parecido pasó con una compra de bolsas (…) el Fondo Comunal hizo la compra directamente en fábrica. La pagó y esperó su llegada para distribuirla entre sus socios que ya tenían la cosecha a punto de cosechar. Pasaban los días, que se hicieron semanas y las bolsas no llegaban. Tuvieron que salir con la carta de porte, a recorrer estación por estación, para encontrar el vagón que las transportaba en una vía muerta. Es de imaginarse quiénes lo hicieron desviar».  

Integración temprana
Desde una lógica diferente, que privilegiaba la actividad económica sobre la social, en 1904 se había fundado la Liga Agrícola Ganadera, en Junín (Buenos Aires), la primera de las cooperativas agrícolas «puras» o autónomas, llamadas así por no tener vinculación con otras instituciones. En 1905 se crea la primera cooperativa algodonera en Margarita Belén (Chaco); en 1913, la primera vitivinícola, en Colonia Gral. Roca (Río Negro); en 1915 nace la primera cooperativa frutihortícola, en Concordia (Entre Ríos); y en 1918, la Sociedad Cooperativa de Lechería, de Zavalla (Santa Fe), decana del cooperativismo tambero.
Muy tempranamente, el cooperativismo agrario inició un proceso de integración cooperativa que lo llevó a crear federaciones y/o cooperativas de segundo grado. La primera fue la Confederación Entrerriana de Cooperativas, fundada en 1913, que si bien tuvo una vida muy breve fue reconstruida en 1930 con el nombre de Federación de Cooperativas Entrerrianas. En 1922 nace la Asociación de Cooperativas Rurales de Zona Central, en Rosario (Santa Fe), que cambia posteriormente su nombre por Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) y en 1928 se crea la Unión de Cooperativas Ltda. San Carlos,  que agrupó a cooperativas tamberas.

 

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