5 de junio de 2024
Actividades para las infancias, feria y otras propuestas de gran atractivo turístico conformaban un lugar vital para Mar del Plata. Hoy, peligra su continuidad.
Emblema marplatense. A metros del mar, el imponente predio de Unzué se convirtió en un lugar de encuentro para toda la familia.
Foto: Diego Izquierdo
En el Espacio Unzué de Mar del Plata el silencio hace ruido. El predio de dos manzanas frente al mar, a metros del balneario Perla Norte, solía estar acompañado por el sonido de niños y niñas jugando. Hoy, una mañana de otoño de 2024, se escucha levemente el rugido del mar y los latigazos del pasto alto contra los juegos de madera que resisten al salitre.
Cada tanto, también, se escucha el paso de los pocos trabajadores que buscan alguna certidumbre. Sin presupuesto desde diciembre, y sin buena parte de sus compañeros desde abril, transitan los días de trabajo sin poder trabajar. ¿Qué pasa con los pedidos de reincorporación de los despedidos? ¿Los que quedan también van a ser echados? ¿Cierra el Unzué? Familias, vecinos, feriantes y docentes marplatenses se hacen las mismas preguntas.
El Instituto Unzué fue un asilo de huérfanas construído en 1910 por las hermanas Concepción Unzué de Casares y María de los Remedios Unzué de Alvear. Un año después el predio fue donado al Estado Nacional. El asilo cerró en 1997 y el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional. Por su historia y arquitectura, acompañado del condimento de las leyendas urbanas, para la sociedad marplatense es un sitio emblemático.
Tras algunos años de cierre y abandono, la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia del entonces Ministerio de Desarrollo Social impulsó la remodelación de uno de los sectores del predio para que el sitio vuelva a funcionar con una lógica nueva: Espacio Unzué.
Los tiempos cambiaron pero el foco siguió siendo la infancia. Hasta el año pasado, durante la semana se desarrollaron talleres y programas educativos articulados con las escuelas de la ciudad, en las que se aprovechaba la historia del lugar para conversar sobre derechos de las infancias desde diversas aristas. En las temporadas de verano o fines de semana largo Espacio Unzué se transformaba en un atractivo turístico: entrada gratuita, feria y gastronomía a precios populares, espectáculos infantiles, plaza de juegos y paseos guiados por el predio.
«¿Ah, está abierto? ¡Pensé que no estaban más!». Una tarde de febrero una pareja con hijos sube desde la playa y se sorprende con el portón abierto. Es una escena repetida para el personal que custodia el ingreso. Es que, a partir del cambio de autoridades en el Estado nacional, a los trabajadores de Unzué les prohibieron difundir las actividades en las redes sociales. Fue el primer y único contacto oficial que recibieron del flamante Ministerio de Capital Humano durante todo el verano. Con el correr de la temporada, y en ese marco de incertidumbre, de jueves a domingo Espacio Unzué sobrevivió por el boca en boca de los vecinos. Sin programación de artistas, sin ningún presupuesto adicional al que contaban en la «caja chica», sostenido por el empuje de los trabajadores que buscan resistir al cierre.
«La estrategia del Estado Nacional fue no nombrar ningún interlocutor válido, pasó acá y en otras dependencias estatales. Desde diciembre no tenemos con quién hablar de cuestiones estructurales, operativas, funcionales o inclusive desde lo gremial cuando llegaron los despidos», cuenta Sergio Maciel, director de Espacio Unzué.
El 27 de marzo llegó una segunda comunicación del Ministerio de Capital Humano: informaba la prohibición de apertura del espacio durante Semana Santa, el cierre de la temporada. El tercer y último contacto hasta la fecha, acompañado del segundo, fue el despido de 14 trabajadores de Unzué, la mitad de la plantilla.
A contrarreloj, tras horas angustiantes refrescando la casilla de mail para saber quién había sido despedido, los trabajadores decidieron concentrar la programación de Semana Santa en un festival en la calle. El sábado 30 de marzo, frente al portón de ingreso, artistas locales, feriantes y familias disfrutaron un festival con un nudo en la garganta y un clima de despedida: puede ser la última actividad de Espacio Unzué. «Quedamos desmembrados. En el área de Cultura y Recreación que coordino despidieron a 7 de 10 compañeros, así que las actividades están suspendidas porque no hay quien las haga», relata Santiago Cobos Royo, uno de los coordinadores del espacio.
De 30 trabajadores, a 14 los cesantearon mediante la no renovación del contrato anual que rige la situación laboral de todo el staff. «No hay ningún tipo de criterio ni de racionalidad en los despidos. Es arbitrario, es una cuestión cuantitativa que responde a los preceptos de campaña electoral de que no es un problema de funcionamiento; sino que el Estado tiene que desaparecer», analiza Maciel. Su contrato, como el resto de los que sobrevivieron a la primera tanda de despidos, fue renovado hasta el 30 de junio de 2024. Ese día deberán estar nuevamente atentos a las notificaciones de sus casillas de mail.
Golpe a la economía popular
El efecto económico del cierre de Unzué trasciende ampliamente a la incertidumbre laboral de los trabajadores despedidos y aquellos que esperan una resolución: hay cientos de familias marplatenses que sufrirán una pérdida económica significativa si el lugar desaparece.
Sandra García es comercializadora de una cooperativa yerbatera y una de las referentes de La Entramada Tienda Colectiva, el proyecto que nuclea a más de 400 familias de la economía popular que conforman la feria de Espacio Unzué. «Un domingo de vacaciones de invierno podían pasar por Unzué unas 8.000 personas y era un público muy amplio, en comparación a una feria en una plaza a la que tal vez no va gente o la circulación es más errática. Eso garantizaba un espacio de comercialización de calidad», cuenta Sandra, refiriéndose a una fuente de ingreso genuina para cientos de familias locales de sectores medios y bajos.
«El Unzué como impulsor de políticas públicas vinculadas a la niñez, adolescencia y familia fue un espacio fantástico para La Entramada, que como proyecto promotor de la economía social busca la inclusión de las mujeres y las familias en la producción y generación de puestos de trabajo. Por ejemplo: productoras que tienen hijos a su cargo podían trabajar mientras los chicos disfrutaban de las actividades del espacio, algo muy importante en un país en el que el empleo formal es excluyente, especialmente para mujeres que tienen que cuidar a sus hijos. De eso se trata generar condiciones de trabajo dignas a través de políticas públicas», agrega.
Otros tiempos. Con sus espectáculos y ferias, el espacio siempre atrajo a numerosos visitantes.
Foto: Diego Izquierdo
El círculo virtuoso se cortó de golpe. «Nos cerraron las puertas sin ningún criterio ni explicación, y con mucha violencia. Estábamos preparados para un fin de semana extra largo que para nosotros era un impulso de ventas clave y un día antes nos enteramos de que habían prohibido abrir las puertas del predio», relata sobre aquel comunicado de finales de marzo acompañado por las comunicaciones de despido.
«Algo que siempre destaqué de Unzué es cómo tan pocos trabajadores estables sostenían una propuesta de tamaña envergadura», subraya Mariela Kogan, mamá de dos hijos, presente en el festival del 30 de marzo y en muchas jornadas que ofreció Espacio Unzué durante la última década. «Es un lugar para jugar libremente, explorar libros, escuchar música, ver artistas, interactuar con otros bebés y niños. Acá, con un añito recién cumplido, mi hija Lara se largó a caminar por primera vez».
Estefanía Lucero, integrante de La Veredita Pequeña Orquesta, destaca a Espacio Unzué como «el lugar en donde me descubrí cantante» y en el que percibió una conexión única entre un espacio público y sus visitantes: «Siempre se vivió en Unzué una sensación de familia, quien alguna vez estuvo realmente se sintió parte y dueño del lugar, es como tomar mate en el patio de tu casa y eso es lo que se percibe cuando se transita y se trabaja ahí».
Además de las actividades abiertas del verano, Unzué ofrece programas para la la promoción de derechos de la niñez, que articula con escuelas primarias y secundarias. Carolina Álvarez, docente de la Escuela 10 Manuel Belgrano, conoce a Unzué desde su arista profesional: «Este proyecto es sostenido con muchísimo amor y profesionalismo, cada año con propuestas diferentes, siempre atravesadas por el juego, para hablar y pensar sobre derechos», asegura.
La docente resaltó la función de «contención para los chicos y las familias» que cumplió Unzué durante la pandemia de coronavirus y teme que la ciudad pierda un espacio que brinda soporte al sistema público de educación. «En las escuelas públicas trabajamos equipos de personas muy reducidos, en mi escuela somos 12 maestros para 350 alumnos. Unzué es un equipo interdisciplinario que construye con nosotros», destacó antes de que su voz se entrecortara por la emoción: «Si cierra, todos vamos a perder un pedazo de espacio común que es parte de la identidad marplatense. Me da mucho dolor. Pero no me resigno».