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Sustentabilidad popular

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Maria José Ralli

Con eje en la gestión de residuos, la cooperativa de trabajo investiga, asesora y desarrolla productos para una agenda ambiental comunitaria. Apoyo del IMFC.

Iniciativa estrella. Luaces, Pato, Ruiz Beltramino y Cernuschi con la compostera rotatoria, creada por la cooperativa.

Foto: Horacio Paone

La cooperativa de trabajo Grupo Asuma, integrada por ambientólogos, arquitectos y diseñadores industriales, surgió con un objetivo claro: convertir problemáticas ambientales y sociales en oportunidades para el desarrollo sustentable de la comunidad. «No sabíamos que éramos una cooperativa, pero siempre trabajamos de manera horizontal», señala el arquitecto Lucas Luaces sobre el nacimiento de la entidad, en 2014. Los otros asociados fundadores –la diseñadora industrial Soledad Ruiz Beltramino y los ambientólogos Rocío Pato y Federico Cernuschi– se suman para hacer un recorrido por esos inicios, que comenzaron con el diseño de un cesto clasificador de residuos como primer proyecto. Esa génesis reveló que había una idea que trascendía lo que estaban haciendo y se plantearon entonces cómo trabajar desde la sustentabilidad con problemáticas ambientales, con una perspectiva holística y de producción en los territorios. «Nos unimos para trabajar desde las diferentes áreas en pos de una agenda ambiental, que hace diez años estaba anclada en la acción individual», agrega Luaces.
Rocío Pato cuenta que el reciclario «derivó en compostario, el proyecto en el que estamos trabajando hoy», y añade que «desde las ciencias ambientales hacemos un diagnóstico, profundizamos sobre las problemáticas y luego, haciendo esa traducción a variables de diseño industrial y arquitectura, se incorporan esas disciplinas».
La cooperativa trabaja con instituciones gubernamentales, organizaciones comunitarias, particulares y empresas privadas. «A lo largo de estos años logramos impactos positivos, como por ejemplo, un proyecto de compostaje comunitario en un barrio popular en el municipio de Tigre junto al Organismo Provincial de Integración Sociourbana (Opisu), donde hicimos un acompañamiento para que los vecinos hagan compost en el barrio», explica Federico Cernuschi y advierte que se ven resultados a corto y largo plazo de los talleres de educación ambiental.

Objetivos cumplidos
«Cuando nació la cooperativa nuestra expectativa y ambición eran enormes y eso impulsó el objetivo de construir la sustentabilidad popular, la masificación de la práctica sustentable», dice Lucas Luace y celebra: «Plantamos bandera de ideas, como el compostaje comunitario en el barrio popular, y lo logramos porque veníamos pensando en eso como una línea posible».
Para Rocío Pato fue fundamental identificar una metodología desde el principio y explica que, tanto desde la arquitectura como desde el diseño sustentable de productos, la consultoría técnica y la educación ambiental «logramos desarmar una problemática compleja que no solo tiene que ver con lo ambiental sino también con lo productivo, lo social y lo comunitario». La propuesta, ambiciosa, abarca desde problemas de residuos y el abordaje a partir de la educación, hasta implantar una escuela sustentable en un territorio.
La finalidad es que la propuesta se multiplique. «Poder diseñar algo apropiable por el territorio y que se masifique llevó mucha reflexión y trabajo; lo implementamos en diferentes áreas y proyectos, se hizo carne y ahora lo trabajamos de esta manera», agrega Pato.
Cernuschi insiste en que la finalidad es que el enfoque, cualquiera sea, «tiene que estar mediado por la comunidad, que los saberes y acciones permanezcan y se intercambien».

A gran escala
La diseñadora industrial Soledad Ruiz Beltramino da detalles sobre cómo el compostario se fue dando en distintas etapas. «Sabíamos que era muy necesario, empezamos a buscar financiación y confeccionamos un pre-prototipo distinto al de hoy. Logramos hacer de algo acorde a algo más viable y estamos ahora en una etapa de pruebas». El producto, que aún no está en el mercado y atraviesa ensayos y errores, rediseños y ajustes, consiste en una compostera rotatoria con un tambor sustentado en una base donde se ponen los residuos orgánicos, gira y tiene un sistema de aislamiento y de captura de líquido, que se recircula en el tiempo cuando empieza a calentarse la mezcla. «De esta manera el proceso se genera en forma más rápida y segura para los espacios donde queremos introducirlos», señala y advierte que están en la etapa de plan de negocios «para que pueda producirse a gran escala». «Es un desafío porque es un producto caro para hacer en cantidad, demanda mucho espacio físico y muchos proveedores», agrega. En Asuma esperan que este producto innovador, en pleno proceso, genere un gran beneficio para la comunidad y apunta a un segmento de clientes que abarca escuelas, clubes, barrios privados y diferentes instituciones.
«El propósito es manejar el residuo orgánico, abordarlo no desde una muestra pedagógica sino producir compost y poder mantenerlo en el tiempo», explica Lucas, y asegura que «es un cambio en la forma de gestionar los residuos orgánicos». Pensado no para domicilios sino para grandes niveles de generación de residuos para facilitar la promoción de programas de compostaje a mayor escala, el compostario cuenta con aislación térmica, control de la humedad y variables para hacer más rápido el proceso.
«Logramos encontrar el equilibrio entre todas las disciplinas para llegar a este producto final», festejan los miembros de la cooperativa.

Red y microcrédito
El tema financiero es sin dudas una de las principales barreras a la hora de avanzar en el proyecto. En este sentido, Asuma recibió un microcrédito del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos con el cual contrataron una consultoría de la Fundación Banco Credicoop para hacer el plan de negocios de la compostera, de aquí a cinco años.
«Estamos en la última etapa del proceso, visualizando la fecha de salida a la venta y por eso necesitábamos monetizar y proyectar», sostiene Federico, y adelanta que están avanzando con información y proyección de mercado. «Cuando terminemos saldremos a buscar fondos y financiamientos para poner en producción», añade y cuenta que mientras tanto, «la Fundación nos está ayudando a optimizar la red, buscando proveedores entre las distintas cooperativas».
Para Asuma, la articulación con otras organizaciones es parte del emprendimiento. De hecho, trabajan en red con las cooperativas Rompecabezas y Taller Imagen para la comunicación y con La Huella, del Hospital Borda, a quien le compran composteras y huerteras.
«La forma de trabajo que hemos conceptualizado es a través de la sustentabilidad popular y eso se logra con las comunidades, las personas y la capacidad transformadora, que se relaciona con los principios cooperativos», resalta Lucas y llama a «pensar políticas públicas que tengan una raigambre en las comunidades, apuntalar donde hay protagonistas que motorizan y sostenerlas en el tiempo con las organizaciones autogestivas».
«Entendemos a las cooperativas como un rol rótula entre las comunidades y los decisores y organismos técnicos y de gestión», sintetiza Rocío Pato. Mientras articulan, suman, ensayan y prueban, se ilusionan con el futuro del compostario. «No hay nada así en el mercado y lo que hay se importa; tenemos una gran oportunidad por delante con este producto», concluyen.

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