Cultura | MONÓLOGOS TEATRALES

Actuar en soledad

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Ezequiel Obregón

En la cartelera porteña se multiplican las obras unipersonales que abarcan desde personajes históricos hasta temas actuales. Las particularidades de la tendencia.

Exponentes. Garrote protagoniza «Pundonor», mientras que Fabregat está al frente de «El mundo en mis zapatos 2».

En la cartelera de la Ciudad de Buenos Aires se destaca una variada cantidad de monólogos, presentes en todos los circuitos. Cabe preguntarse si la tendencia se puede ver, acaso, como un signo del actual panorama recesivo. La presencia de un solo actor o una sola actriz en escena implica, por lógica, un proceso de ensayos menos complejo y un montaje más sencillo, por más que estas variables no sean una condición per se para este tipo de obras.

Cierto es que monólogos siempre hubo, aunque frente al actual número de casos (en el sitio de referencia Alternativa Teatral se llegan a contar alrededor de 90 espectáculos) es interesante aproximarse a algunos de sus exitosos exponentes. Tal vez la tradición más representativa sea la de aquellas puestas en donde el foco recae sobre un personaje histórico: el Padre Mugica, Encarnación Ezcurra, Mariquita Sánchez de Thompson, son algunos de los casos. Pero hay muchas temáticas más.

En el circuito comercial se observan muchos unipersonales que cuentan con más de una temporada (Animal humano, Las cosas maravillosas, El brote, entre otros), y que se sostienen por el «boca en boca», modalidad que ubicó a Pundonor como un éxito que sigue llenando la sala del Teatro El Picadero. La idea de un solo cuerpo expuesto puede ser un puntapié para ahondar en las diversas formas que suele adquirir la puesta en escena.

«Como dramaturga, tenía algunas imágenes del personaje y era solo misterio», comenta Andrea Garrote, autora, actriz y codirectora de Pundonor junto a Rafael Spregelburd. «Cuando decidí que la obra transcurriera durante una clase, ahí ya tenía escritas cosas que hablaban sobre Foucault, un autor que me interesa. Y, también, la crítica que se le hace: adónde coloca a los intelectuales, en un lugar de impotencia. El personaje tiene una crisis, estuvo mucho tiempo en el ámbito académico, comienza a trasgredir porque había algo que no aguantaba más. Y luego es malentendida y castigada, y eso la hacía vulnerable, frágil y ridícula. Virtudes teatrales que producen humor y también empatía», considera.

Singularidad. Gudiño en una escena de «El David marrón» y Thorsen en «Se despide el campeón».


En el sentido en el que lo explica Garrote, el monólogo es una forma singular y minuciosa de pintar un universo a partir de la singularidad de una única voz. Así también lo entiende Mariano Dossena, quien dirige Se despide el campeón. «Me gusta mucho el desafío de trabajar con un solo actor, ya que hay un solo instrumento, que debe tener muchas notas para que la atención del espectador pueda estar todo el tiempo activa», afirma. «Me interesó la dramaturgia desmesurada de Fernando Zabala, con esa imagen inicial de un entrenador de box velando a su pupilo, quien acaba de fallecer. Está en su cocina, embalsamado, y le rinde una especie de ritual. Luego me interesó todo lo que se va develando de la relación que tuvieron ambos, en una especie de thriller emocional. Para el actor, Cristian Thorsen, esta obra es un verdadero tour de force».

Temas actuales
También dentro del circuito independiente puede verse, en la Sala Dumont 4040, una pieza que, a partir de un acercamiento a la denominada «literatura del yo», indaga en la cuestión étnico-racial frente a la hegemonía blanca. Se trata de El David marrón, en la que asistimos a un romance que se inicia a partir de la contemplación de un símil del «David» de Miguel Ángel. David Gudiño, su autor/performer, escribe desde sus rasgos identitarios, con un posicionamiento político afianzado en su pertenencia al colectivo Identidad Marrón.

«Desde este espacio elegimos posicionarnos como sujetos de presentación, alejados del lugar de víctimas sin voz. Los marrones tenemos voz, solo necesitamos micrófonos», sintetiza Gudiño. «En mi obra intento que algo del dolor de sufrir y haber sufrido racismo no sea solo dolor como un fin, sino un medio para que se pueda entender que el David de Miguel Ángel es bello, pero que también puede ser marrón y merece el mismo lugar de belleza que cualquier otro. Yo creo que si más personas desde la urbanidad y en la clase media comienzan a considerar que su ancestralidad indígena tiene una potencia, ahí hay un nuevo devenir», concluye.

Otra temática muy frecuentada por esta clase de espectáculos (casi en disputa con el stand up, un género con algunas similitudes pero a la vez amplias diferencias) es la del universo del amor de pareja, o de su búsqueda. Eloísa Tarruella escribió El mundo en mis zapatos junto a la protagonista, Brenda Fabregat. Y tras obtener una muy buena recepción, le dieron forma a El mundo en mis zapatos 2, actualmente en el Centro Cultural de la Cooperación. «En esta era del amor líquido, donde vincularse amorosamente cuesta tanto a pesar de la tecnología que, supuestamente, acerca a las personas, justamente creo que la experiencia de El mundo en mis zapatos 2 aborda estos temas desde el humor y desde el drama», señala Tarruella. «Y no da una respuesta, sino que abre incógnitas sobre lo que le pasa al personaje en esta búsqueda del amor. Las apps de citas representan un acercamiento a los otros pero, en general, lo que producen es un alejamiento de los cuerpos. Y en la obra la gente se identifica con eso. Porque siento que hay un malestar generalizado en relación con estos tiempos y las nuevas maneras de vincularse. El espectador se va movilizado, conmovido».

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