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Beyoncé en la pista de baile

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Alejandro Lingenti

Renaissance 
Beyoncé
Sony Music

Reinvención. El nuevo trabajo de la artista apunta directo a la pista de baile.

Foto: Carlijn Jacobs/Sony

Después de saltar a la fama a finales de los años 90 como integrante de Destiny Child, en 2003 Beyoncé inició con Dangerously In Love una carrera solista en la que logró combinar el éxito categórico –primeros puestos en los charts americanos, giras internacionales con entradas agotadas, una colección de premios Grammy– con la audacia artística: a la vez que consiguieron más de sesenta certificaciones de oro y platino e impulsaron a Billboard a elegirla como la artista más importante de la década pasada, sus discos marcaron tendencia en el universo de la música pop. 
Su reaparición pospandemia está a la altura de los pergaminos que ha acumulado en estos últimos veinte años: Renaissance –que ya desde el título revela sus ambiciones de reinvención– apunta directo, como siempre, a la pista de baile. Y lo hace valiéndose de una artillería de superficie retro –garage house de los 90, dance pop de los 80– matizada por una producción a tono con esta época que incluye, como señal de contacto con el presente, a su selección de invitados: el jamaiquino Beam (flamante figura del rap cristiano), la nigeriana Tems y Big Freedia, gran valor del hip hop de New Orleans. 
A diferencia de Lemonade, su poliédrico álbum visual de 2016, Renaissance no tiene baladas ni canciones de aliento épico teñidas de la amargura del despecho. Este nuevo trabajo es pura celebración y catarsis: la receta ideal para liberar los cuerpos reprimidos durante la larga cuarentena planetaria a la que nos obligó el covid, con explícitos homenajes a la cultura queer y al desprejuicio que caracterizó a la época dorada de la música disco, allá por los 70. 
En algún sentido, este repertorio tiende un puente con Random Access Memory, manifiesto retro de la música dance con el que se despidió Daft Punk. No se vislumbra el interés por ensanchar los límites del R&B que sí denotaban Lemonade y Beyoncé (2013), pero sí una incitación a la diversión y la liberación sexual que ahora acaparan la mayor parte de la energía de esta estrella global que pronto cumplirá 41 años y luce muy decidida a conservar su status. 
Justamente por esa fama que supo ganarse a fuerza de talento, carisma, trabajo y buenas estrategias de marketing (tiene 270 millones de seguidores en Instagram y está entre los 30 artistas más escuchados en Spotify), cada paso que da es minuciosamente escrutado: en estos días se supo que Beyoncé resolvió regrabar «Heated», tema de Renaissance que compuso con la colaboración estelar de Drake, después de la ola de críticas que se desató en las redes sociales por incluir la palabra «spaz» en la letra: si bien en el slang afroamericano se usa para referirse a perder el control, agitar o entregarse a la locura en el baile, el término también alude a las personas que sufren parálisis cerebral. La nueva versión suprimirá la palabra, una decisión que también alentó a Monica Lewinsky a pedirle que directamente saque de circulación al tema «Partition», todavía ofendida por la referencia a su escandaloso romance con Bill Clinton en esa canción que ya tiene casi diez años. 
Pero la verdad es que Renaissance merece que le prestemos atención por otras cuestiones, sobre todo por consolidar a Beyoncé como guardiana celosa y bien documentada de la rica tradición de la música negra –un gesto sintetizado en la convocatoria a Grace Jones, Sheila E., baterista y percusionista de Prince, y Nile Rodgers– y por plantarse como una prueba elocuente de su determinación y su carácter. «Nadie puede juzgarme excepto yo», asegura en «Church Girl», un tema que suena como declaración de principios y como advertencia para los que gastan tiempo en cuestionarla. 

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