5 de julio de 2025
Paisaje
Autor: Harold Pinter
Director: Facundo Ramírez
Intérpretes: F. Ramírez, Marcela Ferradás
Sala: Solidaridad del CCC

Distancia. Grandes intérpretes, Ramírez y Ferradás le dan vida a una pareja en crisis.
Foto: Prensa
Con el estreno de Paisaje, la dramaturgia del premio nobel Harold Pinter (1930-2008) vuelve a destacarse en la cartelera porteña, en esta oportunidad en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. El autor de El montaplatos, La fiesta de cumpleaños, Traición, Tierra de nadie, entre otras piezas, requiere siempre de una audiencia atenta y comprometida con el drama que acontece ante sus ojos, en el escenario. La exigencia es alta, desde luego, pero la recompensa para quienes se entreguen a su universo poético valdrá la pena.
Con dirección de Facundo Ramírez, el primer gran hallazgo de esta puesta es de orden plástico: apenas se ilumina, tenuemente, la enorme caja oscura de la Sala Solidaridad, se recorta una extensa mesa que, ubicada en diagonal, marca una tajante e inmensa distancia entre un hombre (interpretado por el mismo director) y una mujer (Marcela Ferradás), ambos sentados en sus respectivas sillas.
A partir de esta imagen potente, por demás significativa, la obra se instala en un terreno de marcada indeterminación que se construye a partir de «monólogos dialógicos», que encuentran sus correspondencias entre cada uno de los personajes. Monólogos que, sin superponerse, alternarán recuerdos, evocaciones, vivencias. Lo que propone este drama íntimo es una fecunda indagación en el pasado, pero no de una forma «constatable» o «transparente», sino más bien opaca, polisémica e incluso como una parte nodal de la imaginación, más que de la memoria.
Queda claro, entonces, que Paisaje se orienta hacia un espectador atento al detalle de los relatos, a los puntos de comunión y divergencia que se producen entre lo que cada uno de los integrantes de esta pareja dice. Sin levantarse nunca de las sillas, el foco –literal y metafóricamente– está puesto en la postura corporal, en los rostros, en las frases, en las modulaciones de las voces de estas criaturas que oscilan entre la asimilación de lo real y la necesidad de aferrarse a un ideal cada vez más lejano.
En la piel de dos grandes intérpretes como Ramírez y Ferradás, sus parlamentos apuntan a esa «grano de la voz» en donde germinan las imágenes del pasado, a partir de las cuales se cuelan estallidos de ira ante la frustración, pero también la esperanza colocada en la maternidad, posiblemente jamás cumplida. Resulta óptimo, además, que este tipo de dramaturgias se representen en estos tiempos atravesados por la revisión de los mandatos maritales, las «microviolencias» en los vínculos amorosos, la indagación en torno a los imaginarios depositados en el cuerpo femenino.
Y esto es así porque Paisaje se resiste a las conclusiones, más cercanas a las ciencias sociales y alejadas del hecho artístico; en cambio, se mantiene atenta a la sensorialidad que evoca, a los puntos de giro, a la imposibilidad de acreditar los hechos ante la conmoción que produce conocer a este hombre y a esta mujer, tal vez mucho más cercanos a nosotros de lo que creemos. En suma, la pieza mantiene la atención ante las contradicciones e indeterminaciones tan definitorias de los personajes, que al mismo tiempo son tan extensibles a la platea misma.