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Delirios y caprichos literarios

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Pablo Díaz Marenghi

Cuentos completos
Alberto Laiseca
Literatura Random House
576 páginas

Obsesiones. En el volumen de relatos hay dosis de ironía, brutalidad y desparpajo.

Foto: Juan Quiles

Para algunos es un secreto a voces. Otros lo ligan a una corriente de la literatura argentina delirante, sexualmente desbocada y experimental que une a Osvaldo Lamborghini con Aira y Fogwill. Lo cierto es que el 22 de diciembre de 2016, cuando se apagó el corazón de Alberto Jesús Laiseca, un hachazo partió en dos el océano de las letras argentinas.
Desde 2023, con la publicación de Hybris, volumen que recopila tres novelas cortas, el sello Literatura Random House viene rescatando su obra junto con uno de sus discípulos, Sebastián Pandolfelli, a cargo del cuidado de la edición. Este verano se reeditaron, de forma revisada y aumentada, sus Cuentos completos. Casi inconseguibles, editados por primera vez por Simurg en 2011, funcionan como una puerta de entrada a un universo que, tal como cuenta Leo Oyola en el prólogo, se compone de sus delirios y caprichos. Al igual que la primera edición, aquí se reúnen los libros de cuentos publicados en vida por el Maestro Lai: Matando enanos a garrotazos (1982), Gracias Chanchúbelo (2000), En sueños he llorado (2001) y veinte cuentos más incluidos en aquella publicación hace más de una década. Ahora se suman diez relatos inéditos que fueron encontrados por Pandolfelli mientras trabajaba entre el caos de los papeles que dejó el escritor sobre su escritorio. En cada uno de ellos se encuentran presentes las obsesiones de un autor que no escatimaba en detalles explícitos en el momento de la narración.
El avance tecnológico, al que vinculaba con Satanás, se mezcla con padres déspotas, la Unión Soviética y la Guerra de Vietnam. Aquí hay mitologías antiguas y saberes milenarios mezclados con genitales y fluidos. También, por supuesto, aparecen personajes como Monitor, el Anti-Ser o Iseka, propios de la cosmogonía que habita cada una de sus obras y que despliega en su totalidad en Los Sorias.
Es conocida la frase que Laiseca repitió en entrevistas hasta el hartazgo: «En el otro mundo no hay ni tetas ni cerveza». La escatología y el sadismo se mezclan con cierta impronta bukowskiana fusionada con la bohemia de los bares porteños, tal vez herencia de sus primeras incursiones por el Bar Moderno donde se codeó con los beatniks de los 60. Hay ironía, brutalidad y desparpajo que sacuden cualquier atisbo de corrección política. También hay mucho humor. El lector a veces se ríe hasta con incomodidad o miedo sin entender del todo por qué se está riendo o si, en realidad, no debería estar preocupado porque le causen gracias semejantes brutalidades. Leer a Laiseca es leer a contrapelo de esta época y casi que de cualquier otra.
Amigo también de Piglia, quien supo ser uno de sus más férreos defensores e impulsó la publicación de Los Sorias –de 1.342 páginas, la novela más larga que se haya escrito en estas tierras–, aquí se cumple con aquella idea que planteó el crítico acerca de la posibilidad de ser vanguardia desde el pasado. La voz de Laiseca irrumpe como la de un autor bestial que coloca la mesa literaria patas arriba, sacude las estanterías y vocifera sin medir las consecuencias. En tiempos pacatos, de autocensura y cancelaciones, su literatura suena como un soplido de aire fresco o, dicho en sus propias palabras, un dedo en el culo del lector más bienpensante, al que le costará olvidar frases como «El hombre puede ser pobre y desnudo, pero nunca un pelotudo»; «Digamos, parafraseando a Ray Bradbury, que soy un hijo de puta de gran corazón»; o «Siento que mi vida no fue perfecta. Mi error fueron las tetas».
Al leer estos cuentos uno encuentra breves incursiones en un mundo de desborde que pretende humanizar a los monstruos o, como plantea Pandolfelli en diálogo con este medio, «hay que leerlo con humor y sobre todo con imaginación, dejándose llevar por el delirio».

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