16 de octubre de 2025
La vida era más corta
Milo J
Sony Music

Rabia contenida. En tiempos fragmentarios, en sus canciones Milo J subraya el peso específico del relato.
Foto: Kaloian
El nuevo disco de Milo J cayó como una bomba expansiva, sacudió al ambiente de la música argentina y perforó las resistencias de públicos reticentes a la idea de «música urbana». Porque La vida era más corta está dirigida, también, a la generación de sus padres y sus abuelos. No es descabellado conjeturar que esa transversalidad etaria impacte y se deslice por la región y por España como lo que es, un salto de calidad sobre los decorados del rap y del trap.
La cantidad de elementos que se desprende de su tercer álbum es abrumadora. Va de la violencia de los barrios a la ternura del recuerdo de una abuela que ya no está, de los mitos y leyendas a la formulación de una narrativa. En tiempos fragmentarios, Milo J subraya el peso específico del relato. Y en ese relato se configura una trama que describe esta época de desasosiego. Las canciones son una ofrenda de rabia contenida ante la decadencia.
Con 18 años, Camilo Joaquín Villarruel llegó de la periferia para ubicarse en el centro de una escena en ebullición y transformación. Vino en colectivo, en la doble acepción de la palabra. Fue peldaño por peldaño: desde la oda a su barrio, Morón, a gestos decididamente políticos, como intentar un concierto en la exEsma, finalmente censurado por el mileísmo. Fue exponiendo jirones de intereses artísticos, conjugando ideas y una sensibilidad territorial. El tema es la identidad y la memoria. La vida era más corta consolida ese recorrido breve y profundo. El número de invitados y sampleos y citas ostenta una desmesura que, no obstante, se escucha orgánica. Se podría pensar en una estrategia de mercado, la exégesis de un signo de época como el feat, pero en Milo J todo suena honesto.

Pasan por el disco Cuti y Roberto Carabajal, Soledad Pastorutti, la voz de Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, la murga uruguaya Agarrate Catalina, Trueno, Nicki Nicole, la chilena Akrilla, Paula Prieto y una joya llamada Radamel, un guitarrista santiagueño de 14 años. Y sonidos como ecos de otros mundos de Jaime Roos, Totó La Momposina, Horacio Guarany, Violeta Parra. Una catedral del siglo XX y lo que va del XXI. Capas y más capas rítmicas en las que se advierten ocasionales aires de bossa nova, rumba, flamenco. Pero, en esencia, de principio a fin, es un álbum de folclore argentino.
Si Milo J tomó a Morón como un lienzo para pintar la aldea, ahora parte de una amplia argentinidad para contar dramas cotidianos. La movida del cantante expone la inconsistencia del mote de «música urbana» y también su diversidad. Aquí la «urbanidad» es mínima o, en todo caso, conceptual. El perfume es rural, y llega a los bordes de los caseríos del arrabal. Entre camposantos, religiosidades paganas y mercaditos asaltados a mano armada, el desmarque frente a sus coterráneos de rap/trap es total. Así como no son lo mismo Liliana Herrero y Nahuel Penissi o Conociendo Rusia y Emilia Mernes, para hablar de artistas en actividad, en el panorama de raperos aparecen juntos y revueltos Duki, Dillom, Cazzu, Catriel, Ysy a, Wos y tantos más.
Mientras muchos se corren hacia el formato canción pop, que todo lo abduce, Milo J fue hacia el folclore. Anticipó lo que vendría: ya en su segundo disco, 166, proclamaba en «Daña (Elvira)»: «Me aburrí de hacer trap, negro, quiero hacer folclore/ Estamos en Santiago, La Banda, tierra de cantores/ Soy amigo de los primos Carabajal, de la Sole». Su alianza con Mex Urtizberea para los FAlklore! derivaron en colaboraciones con un elenco de glorias del género y en un Movistar Arena a tope; se observa como un paso natural, acaso una depuración, y como una precuela de La vida era más corta, aunque Milo J aclara que la idea y concepción de este disco es previo.
Como aquel Clandestino de Manu Chao o como El madrileño de C. Tangana, dos discos en los cuales se puede referenciar, La vida era más corta funciona como una única y larga canción. Es recomendable escuchar la producción que Milo J compartió con Tatool y Santiago Alvarado mientras se visualizan los videos. La película es tremenda, la oscuridad envuelve las canciones, destaca un tema recurrente: la muerte. «Hay personajes, un pesimismo constante, la verdad, una historia no lineal del deterioro de una persona, pero con un aire optimista, también. Y todo eso tiene un doble sentido. Creo que te enseña a valorar un poco más el presente y lo que te está pasando ahora. No hacer tanta futurología o ser muy nostálgico», dice Milo J.
Ni futurología, ni nostalgia. Chacareras, zambas, carnavalitos, huaynos para enlazar un presente que, como siempre, habita el pasado. La vida era más corta intenta exorcizar la sensación de callejón sin salida. El final es con la voz –maravillosa, espectral, de Pachamama– de Mercedes Sosa. Es una grabación de «Canción del jangadero» (Jaime Dávalos) destinada a un dúo con Soledad Pastorutti, que finalmente no se utilizó. Si la Sole traccionó hacia el folclore a los jóvenes en años del menemismo con una propuesta si se quiere blanca, es probable que Milo J provoque un movimiento análogo desde el hondo bajo fondo en años de Milei. Sería natural que Milo J actúe en el próximo Festival de Folclore de Cosquín y desate la efervescencia del caso. En la música, como en la política, puede ocurrir cualquier cosa, es cierto. El álbum de Milo J es más que uno de los grandes discos del año: se oye también como el crujido de un modelo. Acaso todo ya esté escrito.