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El infierno tan temido

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Emiliano Basile

Los espíritus de la isla
Director: Martin McDonagh
Intérpretes: C. Farrell, B. Gleeson, K. Condon, B. Keoghan
País: Reino Unido

Paisaje inhóspito. Gleeson y Farrell, dos amigos que se distancian abruptamente.

Foto: Jonathan Hession

Colin Farrell y Brendan Gleeson vuelven a trabajar con Martin McDonagh tras Escondidos en Brujas, en esta pequeña pero brillante película con todos los condimentos del genial cineasta: pocos personajes en medio de un particular microuniverso y una espiral de violencia que se desata sin explicación alguna. Y, por supuesto, impregnado con un fino humor negro que atraviesa todo el relato.
Padraic (Farrell) y Colm (Gleeson) son dos amigos que se juntan a beber cerveza en el pub de Inisherin, un pequeño pueblo olvidado de la costa oeste de Irlanda en 1923. Pero un buen día Colm se niega abruptamente a seguir reuniéndose con su compañero de tragos, sin explicación alguna. Sorprendido y desconcertado, Padraic buscará persuadir al otro para que cambie de opinión, aunque esa insistencia genere aberrantes hechos.
La incapacidad de comprender al otro con sus diferencias y la violencia –evitable e inexplicable– surgida en consecuencia, abre camino a la tragedia entre dos amigos de toda la vida. Pero nada está demasiado explicitado en la historia, porque al realizador de Tres anuncios por un crimen no le interesa la bajada de línea sino explorar la naturaleza humana. El instinto agresivo, la hipocresía que late en la pequeña comunidad, los abusos de poder, los anhelos de trascendencia en el ocaso de la vida y, sobre todo, la culpa y el pecado, son algunos de los tópicos desarrollados por Los espíritus de la isla.
Las postales de Inisherin –fotografiadas por Ben Davis– presentan al pueblo como un paraíso terrenal. Rayos de luz bajan entre las nubes sobre el verde territorio, que tiene unas pequeñas casas junto a la costa, con lugareños amables y sin grandes conflictos que trabajan junto a sus animales. La música clásica de Carter Burwell destaca los planos de la Virgen observando desde arriba al puñado de habitantes rodeados de cruces.
Una anciana que oficia de oráculo anticipa la tragedia por venir mientras se escuchan los bombardeos al otro lado del mar. La guerra civil irlandesa no sucede en Inisherin, pero está presente en el fuera de campo y trae consecuencias en la población. Esa cercanía con el horror sobrevuela la sencilla trama: son los espíritus presentes en la isla. El paraíso terrenal será entonces un infierno enmascarado.
El humor negro quita el manto trágico al asunto, evidente en la relación de Padraic con su burra Jenny y de Colm con su perro.
La angustia existencial del primero por perder a su amigo de toda la vida suena ridícula, y la reacción desmesurada del segundo «para hacer algo con su vida» –tocar el violín– antes de que la muerte lo sorprenda, también. Sin embargo, no se juzga a los personajes por sus acciones sino por su incapacidad para resolver los conflictos con sensatez. Entra en juego también la hermana de Padraic, Siobhán (Kerry Condon), una mujer que parece la única consciente del daño ocasionado por el exabrupto ocurrido en este pueblo manejado por hombres. Otro personaje importante es Dominic (Barry Keoghan), un chico traumado por la relación con su padre, el abusivo policía local.
Estamos ante una película de personajes, donde el enorme duelo de actores entre Farrell y Gleeson es el alma del relato. Por eso el título original de esta producción estrenada en el festival de Venecia, Almas en pena en Irishman, parece sentarle mejor a la vida cotidiana de estos seres perdidos en un inhóspito y alegórico territorio.

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