23 de agosto de 2025
Don Juan, el peor de todos
Autor: Enrique Papatino
Director: Gustavo Pardi
Intérpretes: Víctor Laplace, Antonella Fittipaldi
Sala: Solidaridad del CCC

Figura legendaria. Fittipaldi y Laplace le dan vida a una relectura de la conocida historia.
Foto: Irish Suárez
Tal vez porque la seducción no se encuentra restringida por las fronteras, la figura de Don Juan se expandió –con sus inevitables variables– hacia las más disímiles culturas. Cada cambio, cada adaptación, reafirmó de alguna manera su magnetismo, concentrado en la búsqueda de la conquista amorosa, el núcleo de un sinfín de relatos que, de alguna forma u otra, llegaron hasta nuestros días, algunos más celebrados que otros, pero vigentes al fin.
Don Juan, el peor de todos, de Enrique Papatino, acaba de ser estrenada en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, y surge como una indagación en el mito ya en su «tercera edad», condenado y tras las rejas impuestas por una sociedad que ha decidido excluirlo de la esfera pública. El hecho de que el autor haya decidido concentrarse en la etapa final de su vida le permite ir un paso más allá de la imagen estandarizada del personaje, en un gesto que aspira a ser más contemporáneo pero que no se aferra a ninguna premisa o corriente de pensamiento en particular.
En la prisión, delineada gracias a una escenografía austera, pero potente y funcional para el desarrollo de la trama, a cargo de Alejandro Mateo, el protagonista es un resabio de aquel hombre que supo ser. Despreciado, condenado a subsistir en un calabozo en donde el frío parece ser su única compañía, sabe que la Iglesia celebra particularmente su reclusión involuntaria, al mismo tiempo que revisa una existencia cuya épica parece haber quedado definitivamente enterrada. A este particular Don Juan le da cuerpo y voz Víctor Laplace, quien conmueve con una actuación que acumula sentidos (la edad y los achaques del tiempo, pero también un uso del verso que es musical pero no por eso libre de melancolía y ternura) y que no necesita de estridencias para destacarse.
El primer tercio de la obra lo tiene como protagonista excluyente, y sirve para introducir su presente (el pasado ya es por demás conocido). El director Gustavo Pardi focaliza la atención en la cadencia del decir y su puesta parece operar bajo la fórmula «menos es más», una elección acertada porque magnifica cada inflexión de la voz y cada gesto en el gran escenario de la Sala Solidaridad. La iluminación de Horacio Novelle se complementa con el diseño escenográfico, con luces cenitales que se imponen como si fueran otras barreras en medio de la oscuridad y profundidad de la sala. El tono más confesional se ve interrumpido por la llegada de una joven mujer que dice estar allí para acercar libros. A partir de un diálogo inicialmente resistido por Don Juan, este segundo personaje dará a conocer sus inquietudes, el deseo de indagar en su propia historia y las dudas que la motivaron a ingresar a aquel lugar. La actriz que le da vida es Antonella Fittipaldi, en una composición radicalmente distinta a la Medea que interpretó hasta hace poco tiempo en el mismo CCC. Su criatura aúna tristeza, ansiedad y esperanza, y posibilita que se cumpla con la revisión de Don Juan. Este encuentro ubica al personaje bajo una perspectiva contemporánea, pero de forma funcional al drama. Late, entonces, la imagen del otrora famoso amante, solo que ahora interpelado por una figura femenina distinta, abierto a la exploración de nuevas formas de sentir.