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Entre el amor y el odio

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Alejandro Lingenti

Vínculo endogámico. Rivas y Morán alcanzan un excelente nivel con su trabajo.

Elena sabe
Directora: Anahí Berneri
Intérpretes: M. Morán, E. Rivas, M. Gonzaga, M. de la Serna, M. Montes, M. Scápola
País: Argentina

No es ninguna novedad, pero vale la pena remarcarlo: Mercedes Morán y Érica Rivas son dos actrices fenomenales. Verlas juntas en una película en la que son protagonistas es un claro aliciente, un gancho para esta producción de Netflix que, tal como es norma hoy, pasa primero brevemente por las salas de cine para después aterrizar en la plataforma de streaming más popular del mercado. Si la dirige Anahí Berneri, una realizadora que ha probado su talento y sensibilidad en películas como Aire libreAlanis, el interés crece. Y si la historia original es la de una novela exitosa y muy celebrada como la que escribió Claudia Piñeiro (editada en 2007 por Alfaguara), las motivaciones todavía son más. 
Y lo cierto es que Elena sabe no defrauda. Está sostenida por los excelentes trabajos de Morán y Rivas, sí, pero también por el abordaje cuidadoso y profundo que hace de la relación simbiótica entre una madre y una hija que se quieren como pueden. Es un enfoque serio, creíble y con muchos momentos conmovedores.    
Elena (Morán) es una mujer afectada por la etapa inicial del mal de Parkinson, una enfermedad todavía sin cura y que indefectiblemente va evolucionando con el paso del tiempo y degradando a la persona que la sufre hasta hacerle perder su independencia, quizás su perjuicio más tremendo. Más allá de esa patología, tiene un temperamento complicado: difícil hacerla cambiar de opinión, convencerla de algo en lo que ella no cree. Y tiene una incidencia crucial en su hija, con la que los vaivenes del amor/odio de un vínculo tan endogámico están a la orden del día. 
Muy pronto, la tragedia ingresa en la trama: la muerte de Rita (Rivas) introduce en el relato una trama policial en la que la principal «investigadora» es justamente Elena, segura de que no se trató de un suicidio, como quedó caratulado por la Justicia. Profesora en una escuela secundaria católica, Rita aparece ahorcada en el campanario de la iglesia que está pegada al colegio y la película mantiene el misterio alrededor del hecho, mientras alterna escenas del presente con otras del pasado para delinear con más precisión los contornos de una relación inestable. 
No es esa línea, que satisface una demanda común de las plataformas por las ficciones policiales –las más acompañadas por la audiencia en todo el mundo–, la que mejor funciona. Al no haber pistas falsas ni sospechosos visibles, muy pronto empieza a quedar claro que la idea de un asesinato es probablemente una fantasía empujada por el dolor. Pero el trabajo extraordinario de Morán y Rivas se sobrepone a todo, y algunas pinceladas sobre el funcionamiento de la burocracia institucional también aportan matices. 
En un momento, Berneri logra introducirnos de lleno en la psiquis de esa mujer atravesada por el duelo y golpeada por su precario estado de salud y todo el entorno se vuelve fantasmal, con el clima de un thriller e incluso del cine de terror. Y es así que la acompañamos en su conmovedor tour de force, el de alguien con una pulsión vital insólita para su situación. «Es una mujer con una gran vulnerabilidad por su estado físico, pero al mismo tiempo con una entereza y un tesón enormes para seguir viviendo a pesar de todo», explicó Morán sobre su Elena cuando el film fue presentado en la última edición del Festival de Mar del Plata. Una definición exacta para un personaje memorable. 

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