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Entre el deseo y el deber

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Emiliano Basile

Extraña forma de vida 
Director: Pedro Almodóvar 
Intérpretes: E. Hawke, P. Pascal, J. Fernández, J. Condessa, G. Steane, M. Ríos, P. Casablanc
País: España

Ley de atracción. Pascal, Hawke y un romance queer en el universo del western.

Foto: Prensa

«Fue por voluntad de Dios/ que extraña forma de vida/ tener este corazón mío/ vives de manera perdida», es la letra del fado «Extraña forma de vida», de la cantautora portuguesa Amália Rodrigues. Canción de apertura de la nueva película de Pedro Almodóvar (la segunda rodada en idioma inglés luego de La voz humana, con Tilda Swinton), que describe un romance queer en el masculino universo del western.
Un joven cowboy (Manu Ríos) oficia de narrador al cantar, guitarra en mano, la melancólica balada del título. Este consciente juego de representación abre el tono melodramático del relato, mientras observamos a un hombre cabalgar entre las montañas rocosas, con los títulos de crédito, presentados con la característica tipografía del género, posándose sobre la pantalla. De esta manera, Extraña forma de vida fusiona los códigos del western clásico con las pasiones intensas propias de un melodrama de Douglas Sirk. Un enfoque que guarda similitud con el utilizado en Matador, la película de 1986 protagonizada por Antonio Banderas, que reelaboraba el clásico de King Vidor, Duelo al sol.
Este mediometraje de 31 minutos cuenta la historia de amor imposible entre Silva (Pedro Pascal) y el sheriff Jake (Ethan Hawke), encajonada por el paso del tiempo y la dureza que el lejano oeste impone sobre los cuerpos masculinos. Un romance recobrado al instante en el reencuentro entre los hombres, en una escena pintada de un rojo almodovariano, expresado en la camisa del sheriff, la remera de Silva y el acolchado que recubre la cama que los cobija.
Más allá de la atracción mutua, ambos personajes poseen objetivos contrapuestos. Silva debe convencer a su antiguo amante de perdonar la vida de su hijo, pero Jake se niega rotundamente. Resulta que el adolescente ha asesinado a una mujer que estaba bajo la custodia del sheriff, convirtiendo su captura en un asunto personal. El destino juega su última carta para los amantes, quienes se ven forzados a elegir entre el deseo y el deber. Ambos emprenden un viaje por el desierto en busca del chico, separándose y uniéndose quizás por última vez.
Cada una de las marcas de autor del realizador de Todo sobre mi madre se pueden encontrar en esta producción: el color rojo, el melancólico tema musical de antaño, el homenaje al cine clásico, la mirada queer y los tópicos del melodrama, con sus coincidencias abusivas y llamas del pasado que se resisten a extinguirse. En la lógica almodovariana, el deseo siempre encuentra un espacio para emerger: es instintivo e irracional, constituyendo la razón de ser de sus apasionados personajes. «Corazón independiente/ corazón que no mando/ vives perdido entre nosotros/ sangrando obstinadamente», lo pone en palabras el fado. Se ha dicho que esta producción estrenada en el festival de Cannes es la respuesta de Almodóvar a Secreto en la montaña, el film sobre el romance entre cowboys ofrecido al realizador que finalmente dirigió el asiático Ang Lee. Los mismos elementos funcionan en esta trama: la tensión sexual reprimida, la crudeza del entorno forjada sobre los rostros y un secreto que enlaza una historia de amor entre hombres. Pero mientras que Lee recurrió al triángulo amoroso lacrimógeno entre seres reprimidos, Almodóvar apela al erotismo sensual del cuerpo varonil devenido en objeto de deseo, en una película que retrata el universo del western con una sensibilidad que solo el cineasta español es capaz de expresar.

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