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Germen de la ciencia ficción

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Osvaldo Aguirre

Minotauro. Una odisea de Paco Porrúa
Martín Felipe Castagnet
Tren en Movimiento
352 páginas

Lector. Porrúa se autodefinía «como un hombre sentado en una mesa, en un cuarto no muy luminoso, con muchos manuscritos».

Francisco Porrúa (Corcubión, España, 1922 – Barcelona, 2014) es una figura mítica en la historia de las editoriales argentinas. Creador de Minotauro, un sello atípico de ciencia ficción y literatura fantástica, y gestor del boom de la novela latinoamericana en los años 60 como editor de Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, desalentó sin embargo su propia leyenda al punto de definirse «como un hombre sentado en una mesa, en un cuarto no muy luminoso, con muchos manuscritos».
Martín Felipe Castagnet reconstruye su trayectoria y el desarrollo de Minotauro, en guardia contra el mito y contra el bajo perfil del protagonista y sobre la base de una investigación rigurosa.
Minotauro. Una odisea de Paco Porrúa historiza el nacimiento de la ciencia ficción y sus primeras publicaciones en Argentina, traza un perfil biográfico del editor y analiza las colecciones, las políticas de traducción y las etapas del diseño de la editorial. La documentación incluye una entrevista con Porrúa y la consulta de su correspondencia, de donde surgen cartas de Ray Bradbury, J. G. Ballard y Ursula K. Le Guin, entre otros; testimonios de familiares, de colaboradores y de autores de la editorial; bibliografía exhaustiva, archivo propio de imágenes y reconstrucción de un catálogo de casi 300 títulos, parte del cual se reproduce en un dossier de imágenes a color. Castagnet no exagera en lo más mínimo cuando define su investigación como la de un detective literario.
El primer título de Minotauro fue Crónicas marcianas, de Bradbury, en 1955. Editorial dedicada a la traducción, en particular de escritores norteamericanos, también tuvo una colección de autores rioplatenses inaugurada por Aguas salobres, de Mario Levrero. Parte de la leyenda está asociada a los heterónimos con los que Porrúa firmó sus traducciones, lo que se convirtió en un juego personal. «Las que consideraba mejores traducciones las atribuía a un nombre. Las más flojas, a otro y las quizá deficientes, a otro más», explicó en una entrevista.
Minotauro funcionó como una colección bajo control de Porrúa, administrada en lo comercial por Sudamericana. El modelo continuó con Edhasa a partir de 1977, cuando el editor se mudó a España. Su desvinculación de Sudamericana es otro episodio célebre y significativo, que Castagnet matiza con nuevas referencias y ratifica: Porrúa presentó su renuncia cuando la editorial publicó un libro de Poldy Bird que él había rechazado.

En la etapa inicial Porrúa contrataba los libros, los traducía, hacía la corrección, escribía las solapas y llevaba los textos a imprenta. Y si bien con el tiempo el trabajo se hizo menos artesanal y contó con colaboradores igualmente excepcionales, nunca dejó de seguir paso a paso el proceso de edición. «Es lo opuesto al profesionalismo, lo supera con eficacia», lo describió Marcelo Cohen, autor y traductor de la casa. Figura también relevante en la historia editorial argentina, Marcial Souto se desempeñó como coeditor en Minotauro y aporta detalles e interpretaciones fundamentales para el libro.
Los primeros títulos de Minotauro incluyeron la etiqueta «ciencia ficción» en la cubierta y la editorial impuso esa traducción del original science-fiction en el mundo de habla hispana. Sin embargo, los libros más populares no se ajustaron al género, como La naranja mecánica de Anthony Burgess o Las ciudades invisibles de Italo Calvino, por lo que Castagnet analiza los parámetros del catálogo. Porrúa consideró arbitrarias las distinciones entre los géneros y privilegió los valores literarios antes que la pertenencia a las convenciones de la ciencia ficción, junto con una sensibilidad inusual para detectar libros «que captan a la perfección el presente», en sus términos.
Edición impecable de Tren en Movimiento, Minotauro. Una odisea de Paco Porrúa comporta un significado especial en un contexto de crisis para la industria y en particular para las editoriales pequeñas y medianas. Porrúa, destaca Castagnet, deja «un punto de vista, un estilo, un camino a seguir» y, sobre todo, expone virtudes que desmienten las lógicas conservadoras y crasamente comerciales de los grupos multinacionales.
Minotauro jerarquizó la ciencia ficción y formó un público. El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, fue su mayor éxito de ventas y el motivo del interés del grupo Planeta, que compró la editorial en 2001. Si bien Castagnet no se propuso profundizar en la nueva etapa, resulta claro que Planeta rompió el catálogo al introducir autores españoles de segunda línea y apostar a temáticas instaladas en el mercado antes que buscar la «literatura de transgresión, de cambio, de anomalía» que le interesaba a Porrúa.
«Planeta le compró el catálogo, pero no pudo comprarle el olfato. Su rol fue verdaderamente el de un editor-traductor: por trabajar en la trinchera misma del texto, oración por oración, pero sobre todo por hacer de mediador entre obra y lector», dice Castagnet. Un legado que saca a Porrúa del anonimato en el que se encontraba más cómodo y se proyecta en el horizonte de los editores.

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