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La lengua de la utopía

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Susana Cella

Moscú feliz
Andréi Platónov
Tusquets
176 páginas

El pozo de cimientos
Andréi Platónov
Colihue
224 páginas

Dos recientes traducciones argentinas de relatos del escritor ruso Andréi Platónov, Moscú feliz y El pozo de cimientos (realizadas por Alejandro González y Omar Lobos, respectivamente), permiten ampliar el conocimiento de uno de los más importantes escritores de los primeros años del período soviético.
Su nombre era Andréi Platónovich Klimentov, pero adoptó el patronímico como apellido. Nació en 1899 en la ciudad de Vorónezh, fue obrero en el ferrocarril, en fábricas y fundiciones. Adhirió a la Revolución de Octubre, fue voluntario del Ejército Rojo y cronista de la guerra contra los blancos, al tiempo que comenzó a escribir poemas, relatos y ensayos. Estudió en el Politécnico Ferroviario y, ya como ingeniero, se abocó durante varios años al mejoramiento de suelos y a las obras de electrificación.
Esto último le permitió conocer de cerca a trabajadores, campesinos y funcionarios distritales. Tal experiencia fue fundamental para su obra literaria. Su principal novela, Chevengur, narra el intento de un conjunto de personajes variados por construir el socialismo. Si bien Platónov tuvo problemas con la censura y la mayor parte de su obra se publicó póstumamente, nunca dejó de ser comunista, ni de abogar por un sistema en el que pudiera alcanzarse una vida plena.
Así lo testimonian relatos como «La patria de la electricidad», «Dzhan» y «Las dudas de Makar», entre muchos otros de los cuales pudo ver impresos solo algunos. En los inicios de la colectivización forzada compuso El pozo de cimientos, en ruso Kotlovan. Junto con la enorme excavación para construir la gran casa del proletariado se estaba produciendo la reforma tendiente a eliminar a los campesinos propietarios (kúlaks) y a implantar para los campesinos pobres (muyiks) las formas cooperativas de producción (koljoses). Ambos proyectos demandaban gran esfuerzo y no pocas penurias, pero esto se veía como el paso necesario para legar a los niños y jóvenes un futuro de bienestar. Según sus creencias y modos de comprensión, los obreros y campesinos incorporaban a su habla los nuevos términos aportados por la Revolución.
Platónov, como dijo el poeta Iosif Brodsky, escribió en la lengua de la utopía. Lejos de los dogmas del realismo socialista, plasmó con inconfundible estilo la singularidad de los personajes, inmersos en un contexto de enormes transformaciones que involucraban todos los aspectos de la vida. En la suya, Platónov afrontó momentos disímiles y contrapuestos, fue celebrado por sus obras de ingeniería y por su desempeño como cronista en la Segunda Guerra Mundial. También fue admirado por algunos escritores, pero a la vez sufrió la prisión de su hijo, dificultades económicas y enfermedad. Pese a la prohibición de publicar, no dejó de escribir ni cambió el modo de hacerlo.
La ciudad capital, donde murió en 1951, fue el nombre que eligió para la protagonista de Moscú feliz, la huérfana Moscú Ivánovna Chestnova, cuyo deseo desde niña fue aplicarse a la construcción del socialismo, sinónimo para ella de ser dichosa. Este relato, aparecido por primera vez en una antología, quedó inconcluso. Como la ciudad, Moscú Chestnova enfrenta situaciones difíciles y propicias, inmensos cambios y alternativas. Al igual que en otros relatos –aun cuando podría pensarse en la inconclusión de esta novela– queda un desenlace abierto, testimonio de la indagación constante de Platónov acerca de los interrogantes de la existencia en relación con las posibilidades que ofrecía la Revolución. 

Marca soviética. Lejos de los dogmas del realismo socialista, el autor plasmó con inconfundible estilo la singularidad de sus personajes.

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