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La matriarca del rap latino

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Juan Ignacio Babino

Vida
Ana Tijoux
Victoria Producciones/Altafonte

Rimas. La cantante destila la experiencia de la maternidad y de algunas pérdidas cercanas.

Foto: Prensa

No hay mucho lugar para el balbuceo, porque sin dudas la chilena Ana Tijoux es la rapera más importante en la historia del género en América Latina. Su nombre y su presencia son centrales, desde sus inicios con Makiza a mediados de los 90, pasando por su celebrado segundo disco La Bala –que tiene una seguidilla infernal de canciones como «La Bala», «Shock», «Desclasificado», «Sacar la voz»– hasta su puro presente, que la encuentra con el flamante Vida bajo el brazo.
Diez años pasaron de Vengo, su celebrado trabajo anterior. Y vaya si corrió agua bajo el puente en todo este tiempo. A Vida lo cruzan, entre otras, algunas líneas claras: son los puntos fuertes de un gran trabajo. Hay cierta vuelta a las raíces, a su sonido, a ese pulso urbano, al beat, al rap. O sea: ritmo y poesía. Si en Vengo había un pulso un poco más cancionero y orgánico, y echaba mano de ritmos folclóricos, acá hay un regreso a sus orígenes. Aunque hay que señalar que asoman pasajes de aquel estilo, como el swing caribeño de la melodía que lleva el piano en la canción que abre el álbum.
A no confundirse: es la misma Ana, pero también es otra. La tímbrica moderna apunta una variedad rítmica. Se descubre, así, una intención bailable. En la música, pero también en la palabra. Por ejemplo, en el brillo afrobeat que refulge en «Bailando sola aquí» y en «Fin del mundo», en la que canta «Sí, se viene el fin del mundo/ bailemos desnudos juntos». El disco, además, está cruzado por el orden de lo vital, no solo en el título.
La propia artista expresó en varias entrevistas que estos años estuvieron marcados por algunas pérdidas cercanas y también por su maternidad. Así las cosas, por ejemplo, dedica una canción a sus hijos («Niñx») y otra a su hermana fallecida hace poco («Tania»). En la que da título al trabajo canta: «Vida, tú que te lleva’ mis muerto’/ dime en secreto si me cuidan en silencio/ bajo tierra o en el cielo/ Sé que dejarás de darme vida en un ciclo perfecto». La cantante declama con arrojo, ternura y en un tono celebratorio. En «Busco mi nombre», dedicada a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, se incluye un breve audio de Estela de Carlotto. «Hasta que tengamos vida» dice ella.

Nuevamente volvió a trabajar con uno de sus socios preferidos, el productor Andrés Celis. Y en la amplia lista de invitados se anotan Omar, Talib Kweli, iLe, Pablo Chill-E, Plug. En «Tu sae» no se anda con vueltas y canta: «Báilelo, menina/ son cincuenta años de bass bass son/de bombo caja, rima, DJ, graffiti, beatbox, MC, rocksteady».
Además de todo ello, la chilena tiene un par de cosas más para decir. A su modo, viene a dejar en claro cuántos pares son tres botas, porque las canciones que abren y cierran el trabajo parecen plantar bandera. Pueden leerse como cierta crítica a una lírica que sobreabunda en ciertos artistas y músicas urbanas. En «Millonaria» dice «No tenemo’ Gucci, tampoco Versace/ Ni Prada, ni Armani, no money, no party/ Toy tapizada, una familia que siempre me abraza, soy millonaria, tengo mi piño, mi casa, mi gata». Y en «Fin del mundo» suelta: «Muchos pixeles, poca poesía/ Mucho titular, poca armonía/ Tanto bling bling, todo que brilla/ todo va rápido en esta mentira». Ya lo cantó en su disco anterior: rimar es su academia. La matriarca del rap latino no estaba callada. Solo estaba tomando aire.

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