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Las fuerzas de la naturaleza

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Valeria Tentoni

Verano / Primavera
Henry David Thoreau
Editorial Godot
112 páginas

Encanto natural. Exploraciones, caminatas y experimentos de jardinería nutren el andamiaje conceptual de estas dos antologías.

Compilados por Peter Saint-André, quien se ha encargado también de las obras de otros pensadores como Nietzsche y Epicuro, Verano y Primavera son libros construidos principalmente a partir de los diarios y la correspondencia de Henry David Thoreau (1817-1862) y condensan lo mejor de su encantamiento naturalista. En estos ejemplares de Editorial Godot hay también párrafos venidos de obras claves como Walden o Historia natural de Massachusetts, lugar en el que el autor de Desobediencia civil nació y al que regresó después de graduarse en Harvard.
Tercero de cuatro hijos de un modesto fabricante de lápices, el carácter de Henry se vio fuertemente influido por el escritor Ralph Waldo Emerson, quien lo inició en el pensamiento trascendentalista. Nuevas lecturas, que pueden rastrearse en estas dos antologías, sellaron el ideario contestatario por el cual Thoreau es mundialmente conocido: hay, por caso, referencias a la mitología hinduista y a las ideas de Lao-Tsé. «Creo fervientemente en la simplicidad», resumía el caminante de todos los tiempos desde una carta a un amigo. 

Puntuados siguiendo la música de las estaciones, Verano y Primavera operan como un muestrario contundente del ideario thoreauiano, un tipo de pensamiento no sistemático que trabaja con grandes golpes de intuición. Exploraciones, caminatas, experimentos de siembra y jardinería, observaciones demoradas del cielo y de la tierra; lo que prima es una adoración de la naturaleza como fuerza superior, escuela, reservorio de bellezas infinitas y casa perfecta del corazón humano. La inmersión total en sus dominios es señalada como única posibilidad de una vida verdadera, y su consecución un deber si no se quiere llegar al final de la existencia con el arrepentimientos de haberla derrochado. 
En la cosmovisión de Thoreau, la naturaleza nunca es percibida como amenaza sino como fuerza inocente, fuente de salud y sanación, espejo en el que todo comportamiento se refleja y clarifica. «Hay una flor para cada estado de ánimo de la mente», escribe en sus diarios el estadounidense que, entre todos los estados de ánimo posibles, elegía a la serenidad como objetivo y a la libertad como camino.
Aquí se rescata mucho de sus años de vida en los bosques, los años en la cabaña que construyó con sus propias manos cerca del lago de Walden, su día a día sin objetivo definido, en una soledad radical. «No desperdicio mi rayo de luna ni mis montañas por el mejor de los hombres que podría obtener a cambio», anotó. Pero, si bien el filósofo celebraba el apartamiento como experiencia trascendental, la calidad de su correspondencia da cuenta más bien de una sociabilidad dedicada, en busca de conversaciones con interlocutores profundos ante quienes ensayaba muchas de las posiciones que más tarde leeremos en sus libros.
Ante el primer canto del grillo, ante la luz nueva de una mañana o ante la dulzura de la flor del manzano, Thoreau entraba en éxtasis y ese éxtasis le traía revelaciones. «¿Con qué propósito tengo cinco sentidos si estoy así de ensimismado en mis asuntos?», se preguntaba. Aventurado por completo al aire libre, nada hubo en la naturaleza que no respondiese pacientemente sus preguntas. 
El calor pasa, el frío llega, pero el verano y el invierno no son más que escenas de un ciclo mayor, que no tiene tiempo. «No podemos darnos el lujo de no vivir en el presente», advirtió. Epifánico, conmocionado y vehemente, el ideario que Peter Saint-André rescata en estos dos tomos a partir de los textos dispersos de Thoreau deslumbra línea a línea y puede operar como sala distribuidora de nuevas lecturas.

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