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Nuevos relatos carcelarios

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Alejandro Lingenti

Penal. Las presas llegan a La Quebrada luego de atravesar un violento incidente.

Foto: Prensa

En el barro
Creador: Sebastián Ortega
Protagonistas: V. Zenere, M. Becerra, L. Vega, A. Garibaldi, C. Rossetto, A. Rujas, J. Molina
Netflix

Tras el éxito de El marginal, que tuvo cinco temporadas y ganó en 2017 el Martín Fierro de Oro, Sebastián Ortega estrena la versión femenina de aquella serie, ambientada en una cárcel de mujeres y con un elenco que incluye a una famosa actriz española (Ana Rujas) y algunas sorpresas que pueden funcionar como anzuelo para la audiencia, como Juana Molina, la boxeadora recientemente fallecida Alejandra «Locomotora» Oliveras y, especialmente, María Becerra, primero youtuber, después superestrella de la música urbana y el pop latino y ahora actriz con un papel importante en la trama de En el barro, cuyos ocho capítulos ya están disponibles en Netflix. 

Becerra tiene una escena hot con el personaje de Valentina Zenere, que rápidamente se volvió viral en las redes. Objetivo cumplido. El rol de Zenere, por su parte, es decisivo para entender el espíritu sensacionalista de la producción. Actriz, cantante y modelo que saltó de Casi ángeles a Disney Channel Latinoamérica para ganar fama internacional con su participación en Soy Luna, Zenere interpreta a un personaje cuyo derrotero está marcado por unas cuantas peripecias del guion que propician que aparezca varias veces desnuda, grabando videos eróticos, teniendo sexo, drogándose e incluso prostituyéndose, todo con la expectativa evidente de generar un morbo que define y constituye a la propia serie. 

En el barro se regodea con una sexualidad vacía y exacerba la violencia solo para presentarla como un espectáculo decadente y por momentos grotesco, como ocurre en los sangrientos combates de la UFC. El grotesco aparece también en los breves lapsos en los que acude al humor, generalmente cuando entra en acción el personaje de Juana Molina. 

La serie replica, o en los mejores casos recicla, todos y cada uno de los clichés del género carcelario. También repite conflictos y los estira, siempre para que tengan algún desenlace efectista y casi nunca un resultado original. Y les otorga mucha importancia a las feroces rivalidades entre las protagonistas de un elenco numeroso –con muchos personajes apenas delineados con trazos gruesos– porque todo ese andamiaje funciona claramente mejor cuando hay frenesí y sangre que en los pasajes en los que sobrevuelan los «temas importantes» que aparecen en el argumento (el comercio sexual, el tráfico de bebés, la corrupción política, el abuso policial), incluidos de manera mecánica y enfocados superficialmente.

La historia arranca con una primera secuencia impactante: siete presas, mujeres con distintos crímenes en su prontuario, son trasladadas en un camión al penal ficticio La Quebrada. Un ataque narco interrumpe el viaje y pasa algo que conviene no revelar, pero que está filmado y editado con creatividad y dinámica. 

La elección de las muy buenas actrices que tienen más protagonismo en la historia (Lorena Vega, Ana Garibaldi, Cecilia Rossetto) son curiosas. Por más que griten, estallen en arrebatos de furia, se golpeen y hablen (solo por momentos, no siempre) reproduciendo el lenguaje tumbero, hay algo en la gestualidad, en los movimientos, en el «estar en la escena», en definitiva, que revela la persistencia de un código diferente, un desacople que potencia la puesta.

La prisión que nos muestra En el barro deja una impresión parecida a la que provoca esa estetización anestésica a la que suele recurrir la televisión cuando las historias están ambientadas en barrios populares (El puntero, de Pol-Ka, es un buen ejemplo). Se trata de una ficción, está claro. Pero como otras producciones de Ortega, elige sumergirse en un mundo complejo y problemático para traducirlo como un show donde, esta vez, los números centrales son la sangre a borbotones y las escenas eróticas pensadas con la lógica del softcore

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