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Música del alma

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Mariano del Mazo

Eiké! Entrar en el alma
Chango Spasiuk
Independiente

Sabor local. Rodeado de invitados, Spasiuk entrega versiones y nuevas composiciones.

Foto: Prensa

De la soledad de su casa en Villa Urquiza, de las teclas de su piano, en tiempos de pandemia, Chango Spasiuk edificó capa sobre capa este Eiké! Entrar en el alma. Tiene el sonido de lo íntimo pero desplegado hacia un heterogéneo e internacional combo de invitados. Eiké es un disco centrífugo, en el sentido de que va desde un centro hacia lo global. Lo sabemos: todo comenzó en algún momento del siglo XX en un paisaje de tierra colorada y colonos en Apóstoles, como parte de un legado. La trasmisión ahora se extiende hacia un variopinto seleccionado de instrumentistas.
Hay algo en la cruza que remite a categorías anacrónicas, como «world music», pero la sensación se disuelve a medida que el álbum avanza: la intención del Chango no parece ser diluir el sabor local, sino más bien hacer dialogar su música con otras latitudes. Sigue pintando su aldea pero el cuadro que se ve es impresionista, y algunos de los trazos pertenecen a los invitados: el gaitero gallego Carlos Núñez, el chelista brasileño Jaques Morelenbaum, el arpista paraguayo Sixto Corbalán, el senegalés Boubacar Cissokho en korá, el marroquí Majid Bekkas en laúd, el trompetista francés Erik Truffaz y los noruegos Per Einar Watle (guitarra) y Steinar Raknes (contrabajo).
También participa en ronroco Gustavo Santaolalla y el extraordinario guitarrista argentino Marcelo Dellamea, que se luce en la versión del chamamé «Puerto Tirol», el clásico de Heraclio Pérez y Marcos Ramírez.
Entre temas revisitados y nuevas composiciones, el trabajo funciona también como la banda de sonido de la película familiar de un músico con décadas de ruta. Desde el íntimo «Pynandí» –con los aportes climáticos de Santaolalla y Núñez en flauta– hasta la festiva «Polca de Juana» (dedicada a su hija) con cuerdas dirigidas por Pablo Farhat, la cercanía se advierte no solo en temas subrayadamente consagrados a seres queridos («Lucas», «Canción de amor para Lucía»).
Ya el significado en guaraní del título del álbum marca algo amoroso, desde lo personal hacia la musical. La versión de «Mi casa, mi pueblo, la soledad» parece englobar la propuesta de Spasiuk: el cello de Morelenbaum entabla un delicioso diálogo con el acordeón del misionero.
Diálogo aquí es una palabra clave. Dice Spasiuk: «El guaraní es un lenguaje lleno de imágenes y de significados que aparecen según uno esté dispuesto a entrar en la palabra, ese entrar, que es el significado de Eiké, representa en este caso una invitación a entrar a tu casa. ¿Y cuál es el lugar más importante de esa casa? Tu propio corazón. Es como una palabra de muchas posibles lecturas. Desde ese lugar tengo, primero, un diálogo de corazones abiertos con los invitados. Luego un diálogo con la gente que me escucha desde hace tantos años».
Una de las perlas de Eiké es «Gratitud», con la trompeta delicadísima de Truffaz deslizándose sobre la base con un aire a Chet Baker. También resulta hechizante «Mejillas coloradas», con Cissokho y la percusión omnipresente de Marcos Villalba y el violín de Farhat. Todo el disco es disfrutable, digamos otoñal, y se puede escuchar como una única canción que es, a su vez, un itinerario vital. Se suele decir que Spasiuk «expande el sonido del Litoral». Tal vez Eiké se encuentre en el punto intermedio entre dos discos que, ya desde los títulos, definen conceptos: Polcas de mi tierra (1999) y Otras músicas (2016). Spasiuk desmaleza selva, navega desde su tierra surcada por agua hacia otros lares. También se suele decir que todos los ríos dan al mar.

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