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Palabra empeñada

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Jorge Dubatti

Lo sagrado
Autores: C. Mansilla y J. Chávez
Director: J. Chávez
Elenco: J. Chávez, E. Alonso, R. Federman y C. Medina
Sala: Paseo La Plaza

Valor agregado. Chávez no suele protagonizar sus propias obras, pero aquí lo hace.

Foto: Prensa

Múltiples son los atractivos de Lo sagrado, la pieza de Camila Mansilla y Julio Chávez, una producción de alto nivel que se presenta en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, centro porteño de referencia en el circuito del teatro comercial de arte. En primer lugar, es un gusto volver a ver en escena al Chávez actor, sin duda uno de los grandes intérpretes nacionales, en esta ocasión acompañado por un valioso equipo: Eugenia Alonso, Rafael Federman (quien integra el elenco de la película La sociedad de la nieve) y Claudio Medina.

Por otra parte, interesa verlo actuar en su propia producción dramatúrgica (Chávez es autor de numerosas piezas, entre las que se destacan Rancho, Mi propio Niño Dios y La de Vicente López), esta vez en coautoría con Mansilla, un binomio que también ha compuesto diversos textos en los últimos años. Chávez no suele actuar sus propias obras, y he aquí un valor agregado: verlo componer un personaje que él mismo imaginó y siente la necesidad de encarnar, que casi es la declaración pública de un credo. Un personaje que le sienta como anillo al dedo y que (suponemos) lo expresa íntimamente. Además, se autodirige.

Un escritor (Chávez), que elige vivir aislado en un pueblo rural y costero, recibe la visita del hijo (Federman) de su expareja, quien viene a reclamarle que cumpla con su palabra empeñada en una «promesa» realizada hace años. El punto de partida es, entonces, el valor de la palabra en la existencia, la responsabilidad de generar acontecimientos con los actos verbales, el sentido de prometer algo a otros. ¿Sigue vivo el valor de la promesa en la sociedad actual, o solo se promete para traicionar tarde o temprano las expectativas generadas?

Además de lo anterior, la palabra se entreteje con lo irrenunciable, con «lo sagrado», entendido como aquello que exige un riguroso respeto. Un componente dramático fascinante para el espectador es el inesperado cambio de punto de vista de la historia, que pasa del escritor al muchacho (inicialmente un jeroglífico, que poco a poco se va develando). Otro ingrediente es la construcción de «lo sagrado» como ausencia, como dispositivo de vacío que invita a ser llenado, a la manera del Godot de Beckett. ¿Qué es lo sagrado para los personajes?

Chávez y Mansilla alimentan la acción interna, el subtexto. Pero, ¿qué es lo sagrado para el espectador? ¿Qué es aquello a lo que no puede sino respetar? Cada quien deberá hacerse la pregunta. También qué es lo sagrado para los otros. Y tratar de responderse, o quedarse suspendido en una lúcida incertidumbre. La obra propone reflexionar sobre el límite del imperativo ético, sobre aquello con lo que «no se jode». ¿Existe?

Según Rudolf Otto, en su libro Lo sagrado, esta categoría encarna un sentimiento de terror y de fascinación simultáneos frente a lo numinoso y mayestático, frente a las fuerzas descomunales que superan lo humano y no podemos explicar, donde se abre el misterio. Para otro gran teórico de las religiones, Mircea Eliade, lo sagrado se opone a lo profano. ¿Qué es sagrado hoy, en la sociedad contemporánea, fundada en el materialismo? ¿Quedan aunque sea residuos de ese temblor?

Como suele suceder con el teatro comercial de arte, acompaña a Chávez director un equipo creativo de primer nivel: Ariel Vaccaro (escenografía), María Verónica Alcoba (iluminación), Alejandra Robotti (vestuario), Martín Gorricho (diseño gráfico) y Diego Vainer (música original). Para no dejar pasar.

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