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Patriota de la canción

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Juan Ignacio Babino

¡Sudamérica en vivo!
Silvio Rodríguez
Movistar Arena

Belleza elemental. El trovador cubano canta en su primera presentación del año en el país.

Foto: Prensa/Kaloian Santos Cabrera

A esta altura del partido, bien podría decirse que Silvio Rodríguez no tiene una única patria. De seguro, al menos, hay dos banderas que carga con orgullo. La cubana, tal como indica su pasaporte. Y la otra, la que marca el viento de la historia y la cultura regional: la canción. En esta nueva visita a Argentina luego de varios años, el cantautor reivindicó algunas cosas. Por ejemplo, el idilio que el público local siente por él. Por ejemplo, que sigue encumbrado en el arte de combinar la música y la palabra. En ese oficio es, qué duda cabe, de los exponentes más finos.

El movimiento de apertura lo tuvo a Rodríguez (vestido con tonos negros, gorra con la inscripción «aprendiz») leyendo, sobre la música de «Ala de colibrí», un fragmento de «Maestros ambulantes» de José Martí («Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre»). Cuándo no, una declaración de principios. El Movistar Arena lució colmado en la primera de las tres presentaciones que tendrá en el país, en medio de la gira ¡Sudamérica en vivo!, que tuvo su comienzo en La Habana a mediados de septiembre y que lo llevará a recorrer buena parte del continente.

El repertorio atravesó toda su discografía, incluyendo lo más reciente (Quería saber, 2024). Sorprendió a muchos y disgustó a otros tantos que no se recostara sobre algunas canciones suyas que son hitos («Ojalá», «Te doy una canción», «La maza», «Playa Girón»). Pero aun así, el trovador dio cuenta una vez más de lo profusa y honda que es su obra. Corrido de esos lugares cómodos, eligió iluminar otros recovecos exquisitos de su cancionero. Bienvenido ese gesto.

Con la voz un poco cascada debido a un leve cuadro gripal («Discúlpenme, estoy un poco acatarrado; de veras, discúlpenme») supo hacer gala de la belleza elemental que le pertenece. «Pequeña serenata diurna» despertó el primer clamor colectivo; «El necio», en una versión superadora, con el octeto brillando en su interpretación y acompañamiento, fue uno de los momentos más intensos y elevados de la noche. Así pasaron «Sueño con serpientes», «Tonada del albedrío», «Canción del elegido», «Más porvenir», «Quién fuera», «Eva», «Te amaré», «La era está pariendo un corazón», «Historia de las sillas», «Rabo de nube», estas dos últimas para el cierre, entre otras.

Integrada por Niurka González (flautas y clarinete), Malva Rodríguez (piano y coros), Rachid López (guitarra), Jorge Reyes (contrabajo), Emilio Vega (vibráfono y percusión), Jorge Aragón (piano), Maykel Elizarde (tres) y Oliver Valdés (batería y percusión), la banda es acústica, fina, delicada, orgánica. Brillaron, sobre todo, el tresero, la vientista y el baterista. Hubo un brevísimo bloque familiar donde junto a Nuria y Malva –su pareja y su hija, respectivamente– interpretaron «Créeme», de Vicente Feliú, «Te perdono» de Noel Nicola y «Yolanda» de Pablo Milanés, en una suerte de celebración generacional.

En el escenario solo hubo juegos de luces, texturas y matices proyectados sobre la pantalla blanca del fondo. Tonos verdes, violáceos, fucsias se mezclaban en trazos abstractos. Hacia mitad del show, Jorge Boccanera leyó algunos poemas y Silvio hizo lo propio con «Halt!» de Luis Rogelio Nogueras, al tiempo que el escenario era ganado por los colores de Palestina y él lucía encima el pañuelo palestino kufiya. En ese tramo de la noche, ya quedaba claro que el trovador sigue portando en su equipaje un cúmulo de canciones esenciales.

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