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Policial en la nieve

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Alejandro Lingenti

Forst
Director: Leszek Dawid
Protagonistas: B. Szyc, Z. Saporznikow, R. Mróz, A. Grabowska, K. Baar
Netflix

Protagonistas. El detective Forst (Szyc, a la derecha) en un entorno enigmático.

En el marco de una producción de gran magnitud como la que exige la era de las plataformas de streaming, las ideas son tan necesarias como el agua en el desierto. Y, hablando de paisajes, justamente el revés de lo desértico –lo congelado, digamos– viene siendo un insumo básico de la ficción de esta época.
Acaba de estrenarse la cuarta temporada de True Detective ambientada en Alaska (aunque se filmó en Islandia), un exponente más de una tendencia que, volviendo al tema de las ideas, revela que la fórmula probada siempre es tentadora. Renovarse no es tan fácil, y los «policiales con nieve», por decirlo de una manera pedestre, han rendido muy bien en los últimos años, tanto en la literatura como en las series.
Las novelas del sueco Henrik Mankell, protagonizadas por su célebre detective Wallander, se venden como pan caliente en todo el mundo. Y series como la danesa Forbrydelsen, la islandesa Trapped y Bron (coproducción entre Suecia y Dinamarca) también se sumaron a una ola que en Hollywood tiene un antecedente ilustre en Fargo, una película clásica de los hermanos Coen. 
Forst es parte del fenómeno, pero la novedad es el origen, ya que no son muchas las producciones polacas que llegan hoy al mercado de América Latina, así que en principio vale la pena echarle un ojo al menos como curiosidad. El paisaje donde transcurre es imponente: toda la historia se desarrolla en la zona de los montes Tatras, el sector más alto de los Cárpatos, en la frontera de Polonia con Eslovaquia. Y su protagonista es el detective Forst (el actor y músico polaco Borys Szyc, que logra imprimirle un carácter y una singular personalidad a su torturado personaje), que investiga una serie de macabros asesinatos muy al estilo de la exitosa Se7en, los siete pecados capitales de David Fincher, con la ayuda de Olga Szrebska (Zuzanna Saporznikow), una periodista de armas tomar con la que teje una relación intensa.  
Forst escucha buenos discos, sufre constantes migrañas a las que intenta combatir con dosis generosas de ketoprofeno y, como ordenan los manuales del policial más clásico, se rebela contra sus superiores apelando a metodologías no del todo ortodoxas que terminan por convertirlo en un outsider de esos a los que se les quita la placa y el arma reglamentaria pero igual se obstinan en continuar detrás de un caso. 
Un héroe bien humano, con falencias y debilidades expresas, que va desentrañando a lo largo de los seis capítulos de la miniserie un misterio en el que juegan un papel importante los fantasmas de un pasado ominoso, el de la Segunda Guerra Mundial que tanto dolor provocó en Polonia. 
El detective es el centro de la trama, incluso más que los propios crímenes, pero también importa mucho el paisaje. Porque Podhale, la región del sur del país europeo donde transcurre la acción, tiene un rol clave con sus impresionantes montañas, muchas veces semiocultas tras las brumas, y sus rutas solitarias que atraviesan enormes espacios verdes que conviven con los que están cubiertos por la nieve. Es un entorno que genera un clima, un ambiente ideal para este tipo de relato porque su magnitud, por alguna razón no del todo explícita, puede inquietar incluso más que la lluvia de estímulos de la vida urbana. Más que una simple atracción de orden turístico, se erige aquí como elemento determinante. El efecto que produce es más palpable que sencillo de puntualizar e induce a pensar que habrá muchos más casos para resolver en medio del frío glacial en el futuro de las plataformas.

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