28 de mayo de 2022
Pedro Speroni
Documental sobre la vida en un penal.
«¿Te acordás, gordo, cuando pintaban todos los rally, en auto trucho, bom, bom, robar, robar, rancho y rancho y rancho? Estaba todo pago, Rancho. Ahora se llenó de gorra, no se puede hacer más eso». Los varios ranchos a los que se refiere en esta línea uno de los personajes del documental de Pedro Speroni no aluden a una precaria casa rural sino, en jerga marginal, al «lugar donde se lleva a cabo el robo» o a un socio en un hecho delictivo. Se dijo bastante (en su paso por el Bafici 2021 y en su notable gira por festivales europeos) sobre el ojo sagaz de esta notable película registrada en un penal de máxima seguridad, pero lo que hay es, por encima de todo, un oído atento, que encuentra con total naturalidad frases como «me ponen premeditado pero nunca premedité nada» o «yo te entiendo, sos un ser humano, pero el chorro vive soñando», que van construyendo de a poco la figura de los internos. Hay sordidez, tristeza y violencia en estos relatos, pero no una sensación de peligro permanente; también hay humor, anhelos y reflexión, pero no necesariamente arrepentimiento ni redención. Es decir, lo que vemos en Rancho es lo que es: ni lo que muestran las ficciones televisivas ni los informes de los noticieros.