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Siguiendo la luna

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Mariano del Mazo

En su vuelta al ruedo después de dos décadas de silencio discográfico, Peter Gabriel le saca lustre a su chapa de clásico al ritmo del satélite terrestre.

Elegancia. El músico da una clase de estilo con un puñado de canciones sólidas.

Foto: Getty

i/o
Peter Gabriel
Virgin

«Panóptico, ¿no nos mostrarás lo que está pasando?… ¿cuánto es real?», canta Peter Gabriel en el tema de apertura de su primer álbum en 22 años. i/o llega envuelto en circunstancias menos musicales que poéticas: Gabriel viene lanzando canción por canción de acuerdo a las fases lunares. El plan fue: un tema nuevo por cada luna llena, más el agregado de una obra de arte específica vinculada a cada letra. Así, entre la vigilancia y el ciclo celeste satelital que sugiere «Panopticom», Gabriel despliega conceptos que se entrelazan hasta formar una trama, que tiene que ver en el cuidado del planeta, el cambio climático, la autoflagelación como especie. «Cuando escribo está presente la idea de que parecemos increíblemente capaces de destruir el planeta que nos dio a luz. A menos que encontremos formas de volver a conectarnos con el mundo natural, vamos a perder mucho. Una forma sencilla de pensar en dónde encajamos en todo esto es mirar hacia el cielo. La luna siempre me ha atraído», dijo el músico.
Desde las historias con Genesis de hace medio siglo atrás (con ese Everest que fue The Lamb Lies Down On Broadway) hasta los apuntes políticos del estilo de «Biko»; desde los años de la suntuosidad sinfónica hasta las simiescas y trepidantes performances en vivo, algo así como un glamoroso postpunk; Gabriel ha tomado la música como plataforma art-pop para ir más allá. Como él lo cantó, adora «jugar en las fronteras», y en esos bordes deja claro que forma y contenido son parte de lo mismo. Ahora, a los 73 años, puede observar que aquellos mohines de audacia y riesgo ya son parte de su propio clasicismo, que lo que ayer fue vanguardia hoy es un canon singular, acaso íntimo. Todo i/o no se corre un centímetro del estilo Gabriel, y eso es mucho decir.
Muchas de las canciones empezaron a ser bosquejadas inmediatamente después de Up (2002). Era un mundo sin redes sociales, algoritmos, ni inteligencia artificial. Ese tránsito por dos décadas le otorga al material de i/o un carácter anfibio. El título del álbum proviene del concepto «input/output» y todo conduce a lo binario. De hecho, el disco duplica los temas: son 12 canciones sometidas a dos tipos mezclas. Una parte, la Bright-Side Mix (el lado brillante), fue tratada por Mark Stent, que trabajó con Björk, Massive Attack, Depeche Mode y Oasis; la otra, Dark-Side Mix (el lado oscuro), fue producida por Tchad Blake, colaborador de Fiona Apple, U2 y los Black Keys. Hay una tercera instancia que combina las dos, que Gabriel tituló In-Side Mix.
Son, otra vez, gestos. Más allá del tratamiento y los ademanes arties, el núcleo lo conforman las canciones. Y son buenas: vibrantes («The Court»), melancólicas («Playing for Time»), misteriosas («Olive Tree»), plenas de groove («This is Home»). A la última la definió como «una canción de amor a la manera de Motown», y se escucha sobre el final el coro sueco Orphei Dängar. Apoyado en un dream team de veteranos compañeros de ruta como el percusionista Manu Katché, el bajista Tony Levin y el guitarrista David Rhodes, más Brian Eno en programación y diseño de sonido, Gabriel se regodea en su propio pasado y da una clase de estilo. Sabe lo que dice, y lo hace con elegancia y sobriedad brit.
En «Playing for Time» plantea una encrucijada: «Me pregunto –escribió en las redes– si somos prisioneros del tiempo o si justamente el tiempo puede liberarnos». En la tensión entre el camino transitado y la incertidumbre del porvenir, i/o queda suspendido dentro de esa pregunta. Se trata, al fin, de un puñado de canciones que se niegan a ser un canto de cisne. Bellas, sólidas, cabalgan el tiempo al ritmo de las fases lunares. Son cápsulas con mensajes de hace muchos años, sedimentadas y, asimismo, unidades liberadoras que alertan sobre el futuro del planeta.

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