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Top Gun: Maverick

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Emiliano Basile

Joseph Kosinski

Cruise vuelve a usar el traje de piloto de Maverick en una producción retro.

Top Gun: Pasión y gloria se convirtió en un clásico indiscutido de los 80 por combinar con habilidad el formato del film deportivo con la estructura narrativa de la película de iniciación. En ella el rebelde joven Pete Mitchel alias Maverick (Tom Cruise) competía con su compañero Iceman (Val Kilmer) por ser el mejor piloto de combate de la fuerza aérea naval de los Estados Unidos, mientras se enamoraba de una chica y sufría la pérdida de su mejor amigo Goose. Filmada casi 40 años después, esta segunda parte se centra casi exclusivamente en el instinto de superación, algo que en la anterior solo entraba en escena en la batalla final. «Es hora de dejar atrás el pasado», dice un desmejorado Iceman a su viejo compañero Maverick, al pedirle que entrene a unos jóvenes pilotos entre quienes se encuentra Rooster (Miles Teller), el hijo de Goose, para bombardear una reserva de uranio en territorio enemigo. Paradójicamente lo que menos quiere Top Gun: Maverick es dejar atrás el pasado, porque cada paso de la trama funciona en espejo con la original, ya sea el hit de los 80 «Danger Zone» de Kenny Loggins, los estéticos planos de los aviones o del protagonista andando en moto por la ruta con su icónica campera de cuero. Pero sobre todas las cosas estamos ante una historia de acción vertiginosa, cargada de hiperrealismo y espectaculares secuencias aéreas. La superación del trauma de Maverick con Goose, trasladado a la tutoría de su hijo, es la base dramática sobre la que se edifica la peligrosa aventura. Un preámbulo retro y emotivo para adentrarnos en un film con mayores puntos en común con la saga Misión imposible (la participación de Christopher McQuarrie como uno de los guionistas tiene mucho que ver) que con la película de Tony Scott. Así, con la misma habilidad del protagonista para maniobrar el avión, el director Joseph Kosinski (Oblivion) aterriza una ingeniosa superproducción que toma el pasado para convertirlo en un fascinante espectáculo contemporáneo.