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Un clásico que interpela a la platea

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Ezequiel Obregón

Lejos de Moscú
Autora: Liliana Escliar
Directora: Helena Tritek
Intérpretes: M. Almeida, F. Bocchino, J. Cardoso, H. Lucero,
R. Merkin, A. Moyano, S. Quintanilla y J. Raponi
Sala: Solidaridad del CCC

Hastío. La dirección de Tritek consigue que la poética de Chéjov habite la escena.

Casi de manera simultánea, llegaron a la avenida Corrientes dos clásicos de Antón Chéjov: La gaviota, con dirección de Rubén Szuchmacher, y Lejos de Moscú, versión de Las tres hermanas a cargo de Liliana Escliar y con dirección de la talentosa Helena Tritek. No es antojadiza la presencia de estos espectáculos en dos espacios teatrales neurálgicos para la Ciudad de Buenos Aires, como el Teatro General San Martín y el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, respectivamente. A lo anterior hay que agregar las múltiples puestas del gran dramaturgo ruso que se hacen a lo largo y a lo ancho del país. Y esto es así porque el autor de Tío Vania y El jardín de los cerezos cumple a rajatabla con el principal precepto de los clásicos: seguir interpelando al espectador, por más que pasen los años, las décadas, los siglos.

La medianía de la vida frente a las expectativas de un gran futuro, la percepción de que el deseo no se materializa conforme avanza el tiempo y, en suma, la abulia que puede provocar la existencia, son algunos de los ejes de la poética chejoviana que aún nos convocan y, lo que es más relevante, nos emocionan.  Y aunque poco tenga que ver con nosotros la Rusia rural y prerrevolucionaria de finales de siglo XIX, el drama persiste allí, incólume, para seguir invitándonos a reflexionar sobre la experiencia humana.

Lejos de Moscú, ya desde su título, señala la distancia real y simbólica que pesa sobre Masha, Olga e Irina, que viven junto a su hermano Andréi en una gran casa ya sin la presencia del padre, muerto hace un año. Masha es la única que está casada, pero su matrimonio la encuentra sumida en una creciente disconformidad; Olga tampoco se siente feliz, por culpa de un trabajo que la consume; Irina, la más joven, es la única que parece estar más cerca de encontrar la dicha, aunque el reflejo que les devuelven sus dos hermanas mayores no resulte demasiado esperanzador.

A estos personajes se agregan un médico que visita recurrentemente la casa familiar, la pretendiente y posterior esposa del hermano (una mujer frívola que asumirá la autoridad del hogar de manera despótica), una criada ya anciana y un militar de alto rango que se encuentra en el pueblo como parte de un regimiento. Esta última presencia es la que activa la idea de cambio que tanto se anhela en ese lugar que, más que funcionar como un hogar, resulta la expresión metafórica del hastío existencial.

Si bien estamos frente a una versión, la obra no se aleja del cronotopo realista del texto original. Apenas ingresamos a la Sala Solidaridad se destaca la escenografía, que se ajusta al tiempo histórico del texto, del mismo modo que lo hace el diseño de vestuario (ambos rubros a cargo de Sebastián Sabas). No se trata, se advertirá de inmediato, de una operación de reescritura a la manera de Un hombre que se ahoga, el espectáculo de Daniel Veronese estrenado hace ya 20 años. Las actuaciones de Milagros Almeida, Fini Bocchino, Julián Cardoso, Hernán Lucero, Ricardo Merkin, Alexia Moyano, Silvina Quintanilla y Julieta Raponi funcionan de manera orgánica, aunque en algunos parlamentos se percibe cierta mecanicidad en el decir que, seguramente, se irá perdiendo a medida que se sucedan las funciones. Más allá de este aspecto, Tritek consigue que la poética de Chéjov habite la escena, con una puesta en la que el paso –y el peso, más que nunca– del tiempo transmuta desde el cuerpo de los intérpretes hacia la platea.

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