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Un detective suelto en la biblioteca

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Valeria Tentoni

Alguien que canta en la habitación de al lado
Alan Pauls
Random House
336 páginas

Lecturas. En su laboratorio personal, el escritor y ensayista se deja llevar por la belleza de las ideas.

Foto: Prensa Alejandra López

«Leer, hoy, sigue siendo proponer hablar de lo que se lee», escribe Alan Pauls en el primero de los textos de Alguien que canta en la habitación de al lado. Después de volúmenes como Temas lentos, El factor Borges y Trance, el novelista y autor de obras como El pasado (Premio Herralde), Wasabi o Historia del llanto regresa al ensayo literario. Es este un género en el que invierte toda su potencia como crítico, docente y periodista, ocupándolo con el auxilio de una biblioteca macerada por las reincidencias y el paso del tiempo.

Actualmente radicado en Berlín, supo ser durante años profesor de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, jefe de redacción de la revista Página/30 y subeditor de Radar, suplemento cultural de Página/12. Esos recorridos confluyen magníficamente en esta novedad de Random House, un ejemplar que lo confirma no solo como autor sino también como uno de los lectores más afilados del habla hispana.

¿Cómo lee quien se propone, a su vez, escribir? ¿Qué oportunidades de intervención tiene un crítico por fuera del campo académico? ¿Cómo aprovechar al máximo esos espacios? Este tomo ofrece buenos ejemplos de respuestas por parte de un autor clave para la literatura argentina contemporánea. Reúne sus apariciones en estos últimos años; publicaciones en revistas, diarios y suplementos culturales, pero también prólogos, presentaciones de libros ajenos, participaciones en conferencias y festivales. Los textos están divididos en secciones que facilitan su navegabilidad, y en el nombre de una de ellas, «Casos», encontramos un código de procedimiento: como lector, Pauls se acerca a la figura del detective estudioso, en busca del instante en el que la desobediencia se convierte en epifanía.

Hacia el final de Alguien que canta en la habitación de al lado nos encontramos con reportajes y conversaciones con autores como Luis Chitarroni, Arturo Carrera, Laura Ramos y hasta un intercambio con César Aira, el entrevistado imposible del parnaso nacional, que no tiene desperdicio. «Lo incomprensible también es promesa. Mientras que lo que se entiende se puede dejar atrás, lo no entendido sigue con uno, haciéndole compañía», responde a una de sus preguntas el autor de La liebre.

Pauls ha escrito su libro precisamente en esa clave, casi celebrando la promesa aireana: como un vidente extraviado regresa a sus grandes maestros y fijaciones, a las fascinaciones fundantes de su biblioteca (poblada por autores como Giles Deleuze, Roland Barthes, Virginia Woolf, Rodolfo Walsh, Roberto Arlt, Franz Kafka o Lucio V. Mansilla), pero además se interna en la obra de sus contemporáneos (Daniel Guebel, Rosario Bléfari, Héctor Libertella, María Moreno o Sergio Chejfec). Lo hace como si los estuviera leyendo por primera vez, consciente de que «el lenguaje, en sus hazañas más deslumbrantes (…) nunca termina de decirlo todo», y cada relectura opera como un nuevo flechazo». En su laboratorio personal, la literatura parece funcionar como un «espejo que adelanta», y es en ese desfasaje que Pauls encuentra su autopista. Lo leeremos en el secreto placer de la marcha que levanta velocidad, oración tras oración, en una retórica perfectamente aceitada por la belleza de las ideas. «Nunca pude leer a Raymond Roussel, pero no sé si hay un escritor que me interese más»: en el forcejeo del gusto y el disgusto se abre un terreno fértil para las preguntas que siembra, paciente, a la espera del placer difícil e insubordinado de la lectura. Una flor que solo se abre de noche.

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