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Un hombre al borde del abismo

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Emiliano Basile

La ballena 
Director: Darren Aronofsky 
Intérpretes: B. Fraser, S. Sink, H. Chau
País: Estados Unidos

Entrega. Fraser vuelve al cine con un papel que  le valió una nominación al Oscar.

El director de Réquiem por un sueño y El cisne negro repite la fórmula que le dio éxito y promovió el regreso al estrellato de Mickey Rourke en El luchador. La historia de un hombre en el ocaso de su vida que busca la redención al restablecer el vínculo con su hija, que aquí es protagonizada por un obeso Brendan Fraser, que vuelve a encabezar un elenco luego de mucho tiempo a raíz de situaciones personales que lo alejaron de los sets de filmación. El papel le dio varios premios a la fecha y una nominación al Oscar, y no es casual: su entrega en La ballena es total. Sentado, casi inmovilizado la mayor parte de la película, Fraser está obligado a transmitir todas las emociones prácticamente solo con su rostro. Por sus ojos pasan la mayoría de las frustraciones interiores de su personaje.
Estamos hablando de Charlie, un profesor de literatura inglesa que dicta clases online y solo recibe la visita de su amiga y enfermera Liz (Hong Chau). Y también de Thomas (Ty Simpkins), un ocasional evangelizador que llega a su casa. Ambos quieren ayudarlo, pero Charlie atraviesa una enorme depresión y no quiere ser salvado. Su único objetivo es vincularse con su hija Ellie (Sadie Sink), una adolescente a quien abandonó a los 8 años, luego de enamorarse de un estudiante y dejar a su familia. Cuando ella necesita unas correcciones escolares, acepta visitarlo con frecuencia aunque esas jornadas terminan en recriminaciones por hechos del pasado.
Esta situación le da a la película escrita por Samuel D. Hunter y basada en su propia obra de teatro, un clima por momentos mortuorio. Como si se tratara de una retorcida precuela de la escena del film de David Fincher Pecados capitales, en la que los detectives interpretados por Brad Pitt y Morgan Freeman encontraban en una habitación a un hombre obeso desvanecido sobre un plato de comida. La barroca puesta en escena de Darren Aronofsky es similar, con persianas bajas, un ambiente abarrotado de objetos, desordenado y avejentado.
Afuera prima un cielo lluvioso o nublado. A su vez, la única locación donde transcurre la acción de La ballena genera una sensación de claustrofobia, incrementada por el ataque cardíaco que anuncia un final trágico. La luz y la oscuridad son de esta manera llevadas a niveles bíblicos para escenificar la redención, el castigo, la salvación del alma y la superación personal. Como se sabe, se trata de tópicos recurrentes en la obra del cineasta estadounidense.
A esto hay que sumarle que el personaje de Fraser no es un carismático perdedor como el interpretado por Rourke en El luchador, quien era golpeado en el cuadrilátero en una suerte de autoflagelación constante. Por contraste, Charlie es un buen tipo que despierta lástima por su delicado estado de salud, un hombre que siente asco de sí mismo y se abandona físicamente comiendo comida chatarra con desesperación. Ambos films utilizan distintos caminos para llegar al mismo lugar: la autodestrucción del cuerpo para sanar el alma.
Sin embargo, el aspecto lúgubre del relato contrasta con la esperanza puesta en la enseñanza de literatura en tanto expresión artística. Charlie busca que sus estudiantes se involucren emocionalmente con los textos que redactan. Por eso, el escrito de su hija sobre la novela Moby Dick de Herman Melville publicada en 1851, funciona como el oxígeno para el protagonista en ese entorno asfixiante. Un recurso intertextual para poner de relieve el poder reparador del arte.

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