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Una experiencia vertiginosa

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Jorge Freidemberg

Los días felices
Cristina Civale
Milena Caserola
86 páginas

Aventura. El lector debe dejar fluir su atención y, a la vez, detenerse en cada oración para percibir la riqueza de matices de la autora.

Cristina Civale tiene una gran trayectoria en la escritura, y esto se aprecia en su nueva experiencia con el género poético, con el que muestra una nueva veta estética que, al mismo tiempo, se enlaza con su trabajo anterior. En Los días felices demuestra su talento y oficio, además de una evidente sensibilidad ante «lo poético». Escritora y periodista cultural de vasta trayectoria, recibió el Premio Konex 2017 por su trabajo como difusora de artes visuales en distintas publicaciones. Licenciada en Letras por la UBA, Civale crea contenidos para medios de comunicación gráficos, web y audiovisuales, entre ellos la revista Acción.
Civale es pionera digital: aprendió a usar herramientas de diseño, arquitectura e interactividad para acercar distintos contenidos a sus potenciales audiencias. Publicó 18 libros entre novelas, cuentos e investigaciones, con títulos destacados como Chica fácil (1995), Las mil y una noches, una historia de la noche porteña (2011) y El arte en tetas. Mujeres artistas que cambiaron la historia del arte (2019), entre otros.
Acompañado por fotografías de Andrea Guedella, el reciente Los días felices es su primera incursión en la poesía, toda una apuesta, en la que por cierto sale ganando. Un texto lúdico y preciso, según lo describe la propia autora, en el que se pueden encontrar palabras inventadas, lenguaje inclusivo, ideas sobre la niñez y la muerte, insectos, rejas, whisky, sexo, política, onomatopeyas varias y vocablos en otros idiomas: «Put a spell on me», «Cry me a river», «Petite mort», «Habibi».
Todo un vértigo (término repetido varias veces por el poeta visual Ale Thornston en la contratapa del libro) de palabras y situaciones que van de la emoción a la inquietud, del placer a la incomodidad. Acá nada es lo que se espera, aunque no se trata de un mero juego con el lector, quien debe dejar fluir su atención y, a la vez, detenerse en cada oración, cada estrofa, cada signo para percibir en su totalidad las experiencias que propone Civale. Porque el libro todo es una pequeña gran aventura, de principio a fin.

«Nunca estuvo en mis planes escribir poesía», asegura Civale. «En un viaje a Nueva York, medio como divertimento tomé un seminario de escritura creativa que incluía escritura de poesía, lo daba María Negroni. No creo que nadie te pueda enseñar a escribir nada, descreo de los talleres y del coaching literario. Pero sí creo que te pueden “enseñar”, guiar a un camino de lecturas inspiradoras. Y fue desde ese lugar que me animé a escribir algunos poemas y tuve la revelación absurda de que todo lo que había escrito hasta entonces había tenido lugar para que me atreviese a escribir poesía, un género que considero superior, inalcanzable».
Con ese punto de partida, Civale diagramó un plan de acción que implicaba un desafío creativo. «Escribía un poema por semana. Hacia una tirada entera por día y el resto lo dedicaba a corregir. Me salían largos, me cuidaba de que no fuesen narrativos», cuenta. «¿Por qué llego ahora a la poesía? Tengo 63 años, cada vez queda menos y luego de 18 libros publicados no tengo nada que perder y, si lo pierdo todo, pronto estaré muerta y dará lo mismo. Por lo demás, creo que Los días felices es un gran libro. Perdí toda humildad en mis 30 años de artista», dice. Cabe destacar el aporte de las fotografías, una decena de imágenes bellas y contundentes que acompañan el texto, con el que terminan estableciendo un juego de tensión. El resultado es un libro de poemas notable y, a la vez, una experiencia vertiginosa.

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