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Una familia muy normal

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Alejandro Lingenti

Long Story Short
Creador: Raphael Bob-Waksberg
Intérpretes: L. Edelstein, P. Reiser, B. Feldman, A. Jacobson, M. Greenfield
Netflix

Memoria viva. El filo y la corrosión de la serie se complementan muy bien con la ternura.

Creada por Raphael Bob-Waksberg, también factótum de otra gran serie animada, tan hilarante como melancólica y agria, BoJack Horseman, la recién estrenada Long Story Short explora cómo funcionan la memoria y los rituales familiares e, incluso, cómo pasan de una generación a otra las recetas de cocina. Por momentos liviana, ágil y divertida, combina la broma inteligente con la pregunta que desarma con una pericia asombrosa.

La trama se centra en los Schwooper, una familia judía de San Francisco compuesta por Naomi (voz de Lisa Edelstein), Elliot (Paul Reiser) y sus hijos Avi (Ben Feldman), Shira (Abbi Jacobson) y Yoshi (Max Greenfield). Alrededor de ellos orbitan tíos, primos y amigos que construyen juntos un retrato coral que se expande hacia el pasado y el futuro con la naturalidad de un álbum de fotos. Bob-Waksberg confesó en entrevistas que quería replicar esa sensación: cada episodio es como abrir una página diferente de un archivo familiar en el que la anécdota trivial convive con la herida profunda y la memoria nunca es lineal.

Long Story Short tiene vocación realista y costumbrista. Desde esa perspectiva trabaja la espiritualidad, los rituales de Shabat, los debates sobre la tradición y los roces intergeneracionales. El judaísmo aparece como una amalgama de gestos pequeños: un enlace de Hadassah Magazine compartido en el chat familiar, una canción de Dan Bern sonando en los créditos, palabras en idish que se cuelan sin traducción porque forman parte natural de la conversación.

Bob-Waksberg consigue armar un relato en el que el filo y la corrosión se complementan muy bien con la ternura. Es muy ingenioso para urdir esa singular alquimia y nunca abandona el núcleo trágico que atraviesa esta ficción animada: el duelo. Los recuerdos de la pandemia del covid también atraviesan los episodios. No es casual. Esa pesadilla sanitaria y social dejó secuelas y enseñanzas: proyectar menos, vivir más intensamente el presente y, como la familia de la serie, no solo preservar las buenas herencias, sino más bien encarnarlas en el día a día.

Los episodios no siguen un orden cronológico rígido, sino que entrelazan pasado, presente y futuro en un ciclo que refleja los vaivenes de la memoria familiar. El espectador nunca sabe si lo que viene a continuación es una escena del ayer o una anticipación del mañana. Lejos de desorientar, refuerza la sensación de que las historias se repiten, mutan y se reescriben en quienes las viven. Así, un ritual puede adquirir sentidos distintos para cada generación: Avi lo percibe como presión, Yoshi como fe, Shira como resistencia cultural y Naomi como legado afectivo.

La gran imaginación del creador de Long Story Short se traduce en situaciones e imágenes surrealistas que matizan el tono cotidiano de una historia familiar que, como todas, incluye reproches, resentimientos nunca resueltos y enérgicas discusiones, incluso políticas. La familia como espacio conflictivo donde el amor se expresa también en las contradicciones.  Es fácil identificarse con los personajes de la serie. Todos son distintos y cubren una gama de estilos y temperamentos muy amplia. Terminada esta primera temporada de diez episodios que nunca llegan a la media hora, es natural quedarse con ganas de más. Como los Addams, los Schwooper tampoco son una «familia muy normal». O sí: la normalidad en la familia es el caos.  

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