26 de agosto de 2015
La muerte de Daniel Rabinovich es la muerte de Les Luthiers, al menos tal cual los conocimos. Podrán seguir como cuarteto o con reemplazantes, habrá espectáculos-homenaje multimedia, pero nada será igual. Si Marcos Mundstock era el cerebro y la estudiada sobriedad y Carlos López Puccio, Jorge Maronna y Carlos Núñez Cortés la música y el equilibrio, Rabinovich era el alma del grupo.
Con su temperamento artístico clownesco, expansivo, cumplía el rol desestructurante dentro de un grupo en el que cada uno de los cinco era fundamental para la configuración de los espectáculos. Algunos aportes aparecen más escondidos, pero la cohesión estaba hecha de cinco partes. En las redes sociales los compararon con Los Beatles. No está mal la analogía: a su manera, en su estilo fueron Los Beatles del humor musical a fuerza de talento, pero también de un invisible y riguroso trabajo.
La muerte de Rabinovich es, también, la muerte de un gesto artístico fraguado en los 60. Confluyen ahí la modernidad de una Buenos Aires que se enorgullecía de ser la capital cultural de América Latina, la gloriosa universidad argentina y un afán estético experimental en el que coincidían Ástor Piazzolla, Marta Minujín, Carlos Perciavalle y Almendra. «Fuimos contemporáneos en el arranque de los 60. Sigo admirando su espíritu de juego, sus saltos paradojales con el lenguaje y su intensidad creativa. Daniel Rabinovich junto con Les Luthiers desarrolló con extraordinario talento un paradigma de lo popular en el arte», escribió Emilio Del Guercio en su cuenta de Facebook.
Hijo de un abogado penalista que defendió a figuras perseguidas por su militancia peronista como Tita Merello y Hugo del Carril, Rabinovich tuvo que cumplir cierto mandato familiar y se recibió de abogado y de escribano. Pero antes estudió piano y violín. «Tomé clases con Ljerko Spiller y con Vera Graf, pero yo quería tocar la guitarra como Ernesto Cabeza, de Los Chalchaleros», dijo.
En la Facultad de Derecho se interesó por el coro de la Facultad de Ingeniería. Allí conoció a Gerardo Masana, a Mundstock, a Maronna y luego a Núñez Cortés. Parados entre Johann Sebastian Bach y el Instituto Di Tella, crearon I Musicisti, una «orquesta de instrumentos informales», el prólogo de Les Luthiers. El resto es historia conocida: una extraordinaria capacidad musical integrada a un humor sutil, que partió desde cierto mohín de elite para instalarse en un lugar destacado del corazón popular. Fueron vanguardia; hoy son tradición.
La trayectoria de Daniel Rabinovich fue tan impecable como la del grupo que lo contenía. Tenía 71 años cuando su corazón maltrecho dijo basta. Murió alguien que ejerció con honestidad y maestría uno de los oficios más bellos del mundo: el de hacer reír. El vacío que deja es tan grande como la tristeza.
—Mariano del Mazo