10 de diciembre de 2014
Si queremos expresar la derrota, procuremos hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y la belleza», ha dicho Leonard Cohen, como quien despliega la estrategia de una obra tal vez más literaria que musical, y definiendo así a la canción de autor como una variante de la literatura. Hoy, a sus frescos 80, esa máxima continúa perturbadoramente vigente.
Una voz de bajo, maneras guturales, pulso prosaico… Leonard Cohen exhibe como flamante octogenario lo único que tiene para exhibir: una larga y profunda canción dentro de los límites estrictos de la dignidad y la belleza. Esa canción empezó a escribirse en Canadá, cuando se asomó al balcón de su casa de Montreal para escuchar extasiado a un chico que tocaba flamenco en la guitarra. Continuó por burdeles citadinos y monasterios budistas, para instalarse en el imaginario de la cultura rock, un limbo particular donde conviven lo sagrado y lo profano, en el que habita también Bob Dylan.
Esa canción ahora toma la forma de Popular problems, el disco con el que celebra este significativo cumpleaños, algo muy parecido a un legado o a un testamento. Con la producción de Patrick Leonard (autor también de casi todas las músicas), Popular problems es un parlamento aterciopelado sobre problemas prototípicos de la humanidad –la guerra, el egoísmo, el deseo, la muerte, el amor–, con una rítmica que puede ir del blues a un suave tecno pop, de un rumor jazzy al vodevil.
Surcado por voces gitanas («Nevermind») y abusando de la estructura coral del gospel («You got me singing»), el canadiense se toma su tiempo. Y ya el tema que abre el álbum funciona como una declaración de principios: «A mí siempre me gustó ir lento, es lo que mi madre me enseñó», canta en «Slow». Hay canciones adornadas por sutiles violines y pianos (la extraordinaria «Almost like the blues» es un ejemplo desarmante) o mínimas percusiones, en ese mid tempo patentado por él, inspirado en la chanson francesa. «A street» es una sencilla, conmovedora canción de amor desde una óptica femenina.
La sociedad con Patrick Leonard da todavía más frutos que el anterior Old ideas (2012): hay una pesadumbre provechosa, lánguida y melancólica que convoca la idea de una despedida. Un hermoso canto crepuscular. Es la reconstrucción final de Cohen. Después del desfalco millonario de su asistente Kelley Linch, que le ocasionó un terrible descalabro financiero, debió salir al ruedo para conseguir dinero fresco.
Eso derivó en la conformación de una banda que sumó kilómetros de vuelo y que es la que grabó Popular problems. Un combo afiatado, una maquinita de swing: el mismo Leonard en teclados, Joe Ayoub en bajo, Brian Macleod en batería y el notable violín de Alexandru Bublitchi. Son nueve canciones de un poeta zen que, desde su férrea educación judía y una irreductible actitud de dandy, todavía hace crujir las estructuras de la canción popular más elegante dentro, claro, de los estrictos límites de la dignidad y la belleza.
—Mariano del Mazo