Cultura | AMOR Y DESEO EN GRAN HERMANO

Bendecidos por el patriarcado

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Julián Gorodischer

En el reality proliferaron modelos de pareja heterosexual, monogámica y estable. ¿Qué rol cumplieron en la trama y por qué les bajó el pulgar el público? 

Momento hot. Daniela y Thiago fueron protagonistas de una pasión sexual arrolladora, que los llevó a mantener relaciones delante de terceros.

La pareja bien avenida del reality show no se interrumpe ni se intercambia en la mitad de un ciclo; dura lo que aguanta la permanencia dentro de la Casa de uno/a de los consortes. La novia y el galán, a la usanza telenovelesca, podrán ir y venir, por celos fundamentalmente, reactivos a la amenaza de una tercera persona o, en casos extremos, por traición a la hora de nominar. El modelo imperante es heteronormativo y sexista: ella, Coti, en la edición 2023 de Gran Hermano, solía mostrarse más demandante que él, el Conejo (llamado así por la cantidad de «minas que se volteaba»). Estando en la Casa, Coti lo cela, lo persigue. Está también aquella otra, Tini, que sometía a Maxi a interrogatorios sobre si era verdad que estuvo hablando con una de sus rivales, a espaldas de ella.
Él –Maxi o Conejo– representa a un ser más liviano «que no se hace tanto problema por las cosas». Es un espíritu libre que actúa y no mide las consecuencias. Él es un donjuán capturado; un gigoló domesticado por ella bajo las particulares condiciones de la vida en directo. En el caso de prosperar, traspasada la frontera y el lapso, la dupla empieza a circular como número vivo en una multitud de programas satélite, shows, «presencias» en boliches, como testimonio de éxito conyugal. Es la pareja bien constituida del reality, amor a la antigua y universalmente aceptado para lograr identificar a cada nidito al que el presentador, agitado, lanza su veleidoso: «¡Qué noche para la Historia, familia!».
Con su arrojo en los brazos del otro, con su besuqueo y su contacto físico permanente, con total inconsciencia de los que tienen a su alrededor, la pareja de GH da cuenta del don: son auténticos, por ende, tienen chances de supervivencia dentro de la Casa. Pocas cosas como «el nacimiento del amor» dan cuenta de que la vida se ha filtrado detrás de la pantalla. Una sola condición: que se trate de dos ejemplares de belleza hegemónica bien encastrados, que no den asco; que confirmen que, más que democrático, el amor dentro del reality es aristocrático y excluyente.

Elemento estructural
El amor en Gran Hermano produce beneficios y privilegios: las parejas disfrutan –con sus compañeros– de una fiesta de compromiso, a pocos días de conocerse; y en algunos casos hay una suite que se les permite habitar. Ellos, los emparejados, son el eje, mientras dure, en torno del cual gira la Casa. Fueron un 10, o a lo sumo un 20 por ciento de la población de GH en un momento dado, pero reinaron por su estado confirmatorio de que son deseables.Si Maxi o el Conejo amaron a Coti o a Tini, por qué no le pasaría eso al público que suele respaldar a la pareja consolidada. Hasta que ella –siempre ella– se pasa de recriminaciones y/o desaires y entonces pasa «a placa» porque le hizo lo peor que puede afectar a la pureza del amor romántico: lo quiso cambiar a él, obviamente «por su egoísmo» o por un «individualista deseo de posesión de otro ser humano» (cosas que se han escuchado). Entonces será castigada por la masa porque contaminó la pareja con su narcisismo, allí donde solo se concebía tibieza y dulzura. 
Donde al principio se habló de «histeriqueo» pasó a haber hábito: la pareja de GH toma mate, cocina en dupla, conversa enfrascada en esa natural seguidilla de desautorizaciones en sordina o –todo lo contrario– dándose pródigas muestras de cariño para que todo el resto sepa, mirándolos, que ellos dos son la pareja, esa columna vertebral que confirma la representatividad. Allí, reina unánime y constante como modelo que ha ido variando nombres y rostros, pero no la estructura.
Sí se agregó un nuevo tipo de relación que se vio por primera vez en 2022-2023: ellos dos, Thiago y Daniela, no se declararon amor pero sí una pasión sexual arrolladora que los llevó a mantener relaciones delante de terceros, en el mismo dormitorio, bajo el acolchado, lo cual derivó en «tema». No se había visto algo parecido en ediciones anteriores. Ellos, a la nueva usanza precautoria posterior a la violación de una participante en el Gran Hermano de España, levantaron su pulgar a la cámara y se arrojaron al acto de «coger», muchas veces por día, derivando a informes que reseñaban al estilo varonil y criollo el record de siete polvos en una hora, y Thiago fue revalorizado como hombre de la Casa, siendo antes «el niño pobre».
Ellos fueron, antes que cuerpo, antes que pulsión, relato, y para esa función fueron contratados por lo que, de acuerdo a ese rango, no les costó diluir la distancia entre intimidad y publicidad, porque para algo nacieron centennials, y dentro de la Casa solo cambia la escala y la repercusión de lo que podrían hacer en Onlyfans. Al principio, «el Supremo» –la masa que conforma Gran Hermano– adoraba que se prodigasen mimos y besos; la audiencia los respaldó, recordó sus nombres, sus caras; celebró la consolidación del romance. Pero eso dura poco: después, harto del vínculo sobresaturado de minutos de aire, el Supremo decide que ya no le gusta más; entonces, expulsa siempre primero a ella y después a él, que jamás se puede recuperar, dentro de la trama, de la salida de su pareja.
Amor catódico: destino fugaz; a excepción de que después se consoliden como «pareja del espectáculo», como la «Negra» Capristo y el «Loco» Conti, que desde hace veinte años se vienen presentando en dupla, tematizando sus desavenencias, en sucesivos livings de magazines. Pero adentro de la Casa, en 2023 la historia se necesita coral y disgregada. Esta no es tierra de melodrama, que requiere una sola dupla protagónica. Pero ellos ya lo sabían: las parejas tienen una corta pero intensa vida escénica, aunque sí una promesa de futuro sustentable, dedicados a dar testimonio de la unión a través de los años.

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