12 de febrero de 2016
Al calor de la renovación del género, cada vez más grupos se ponen al frente de sus milongas. Trabajo colectivo y diversificación que sostienen el proyecto musical.
Sin un espacio propio, es muy difícil conseguir dónde tocar». La frase no la dice un músico alternativo, de esos que se las rebuscan en tugurios o barcitos con 20 personas. Lo afirma el miembro de una orquesta de tango nueva pero establecida, una de esas que están renovando la estética del género y que reciben aplausos de la crítica aunque no necesariamente de los viejos milongueros. De un tiempo a esta parte, empezaron a proliferar los espacios que, regenteados por los propios músicos, vibran al ritmo del dos por cuatro.
La Orquesta Típica Fernández Fierro hizo punta con el Club Atlético FF hace ya más de 10 años, pero en el último lustro se sumaron varios espacios. Y otros lo hicieron durante el año pasado. En Boedo, la Unión de Orquestas Típicas abrió Boedo y más allá; la muchachada de Ciudad Baigón abrió el Galpón B; y no son pocas las agrupaciones que, sin tener un lugar estrictamente propio, se aquerencian en un boliche que los recibe con los brazos abiertos.
Entre los últimos se anotan el Sexteto Fantasma, con su Ventanita de arrabal de los martes en la Casona del Señor Duncan (en Almagro) y la típica El Afronte, con su Bendita y maldita milonga (lunes, miércoles y domingos) en el Buenos Aires Club de San Telmo. La gente de la Mal Llevada encabezó una milonga homónima, donde tocaba cada quince días en un centro cultural de Temperley. Otros espacios también surgieron de la inquietud de los músicos, que buscaban una alternativa que no los alejara demasiado de los instrumentos, como La Catedral, El Faro de Villa Urquiza o Patio Mío (en Banfield).
El fenómeno de orquestas constituidas como cooperativas para ordenar un espacio, es algo más novedoso. «Es la única alternativa para una orquesta típica que quiere hacer su propia propuesta artística», explica El Ministro, tipo alto con rastas, con más pinta de rockero que de tanguero, que oficia de vocero de la Fernández Fierro. «Gente para escuchar “La Cumparsita” hay, pero para lo propio, lo nuevo, no hay posibilidad de trabajar sólo por las fechas que te contratan, así que la que queda es el lugar propio y el lado de la autogestión», considera. En el CAFF la orquesta toca cada miércoles. Los fines de semana abren sus puertas a otras agrupaciones del palo, los lunes funciona un cine y los jueves una milonga con otras dos orquestas.
Otra característica de estos espacios es que suelen ser solidarios con quienes están en el mismo barco del tango interpretado desde el siglo XXI. En Ventanita de arrabal –cuya única entrada es a la gorra– suele haber al menos dos shows, casi siempre bailables, para compatibilizar la música con la práctica milonguera que funciona allí. Uno suele ser encabezado por los anfitriones, mientras que alguna formación invitada se encarga del segundo número en vivo.
Galpón B hace algo similar, aunque por una cuestión de supervivencia ampliaron el espacio a otros géneros musicales. «Programamos tango, pero lo abrimos al rock, al jazz, al folclore, porque nos gusta y porque es importante para mover el lugar y llenarlo», explica Hernán Cabrera, quien también es director de la orquesta Ciudad Baigón. Los muchachos, suerte de continuadores tangueros del Indio Solari, también empezaron a fantasear con el lugar propio por la falta de espacios para tocar, cuando el post-Cromañón empezó a dejar sin salas a la música en vivo y el ambiente callejero se hizo demasiado complicado como para presentarse regularmente.
Ninguno de estos lugares pretende ser visto como un antro. «Queremos un espacio que sepamos que no va a sufrir clausuras injustas, ni con condiciones que nos sometan a inconvenientes con la programación. O sea, un lugar sin problemas de infraestructura ni siquiera menores, con buen sonido, aire acondicionado, incluso cierta intimidad», plantea Ildefonso Pereyra, de la Unión de Orquestas Típicas. Algo similar hacen los demás, porque la lucha no es solo contra los espacios comerciales ya instalados, sino también contra los inspectores de la Ciudad, veloces para extender la faja de clausura.
En Baigón, cada miembro de la orquesta multiplica su trabajo extramusical para sostener el lugar, sea llevando el papeleo legal, la programación, la prensa o cualquiera de las múltiples áreas que exigen tareas adicionales. Con un rato en la trastienda del CAFF se advierten los relevos entre los integrantes del espacio, que cubren mutuamente los huecos cuando el otro no puede hacerlo. Cada quien se organiza como mejor le cuadra a la experiencia y el derrotero del grupo.
Además de lo anterior, apelan a distintos mecanismos para sostener económicamente el espacio. En Ventanita de arrabal, los del Sexteto Fantasma se terminaron presentando al programa de mecenazgo porteño. «Con eso complementamos un poco el ingreso de los profes de baile y de los músicos estables, entonces queda un poco más para los que vienen de invitados: sigue siendo simbólico, pero sirve para que cierre el esfuerzo», explica Rodrigo Perelsztein. Para el CAFF, las presentaciones de la Fernández Fierro son fundamentales. Así lo explica el Ministro: «La Orquesta deja siempre el 100% al lugar y, a veces, más. Si solamente dejara el 30% que deja cualquier otra agrupación, sería otro cantar».
—Andrés Valenzuela