Cultura

Cámara del trabajo

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Mientras el país enfrenta una fuerte tensión social a raíz de una polémica ley de flexibilización laboral, un puñado de directores galos se ocupan de reflejar el costado humano de un mercado signado por la competencia y el individualismo.


Actuales. El drama de un trabajador según El precio de un hombre y Dos días, una noche.

 

Una guerra de pobres contra pobres. Dos de las películas francoparlantes que más repercusión obtuvieron el año pasado encuentran una suerte de eje común en historias de asalariados contra asalariados: son retratos de los efectos de un sistema económico perverso, que empuja a destrozar las relaciones sociales, forzando a reemplazar toda noción de empatía y solidaridad por competencia, egoísmo e instinto de supervivencia.  
Estrenada en el país como El precio de un hombre, una de estas películas viene de Francia; la otra, Dos días, una noche, es la penúltima producción de los hermanos Dardenne. Los famosos cineastas belgas contaron con una estrella francesa para el papel protagónico (Marion Cotillard) y estrenaron su trabajo en el festival de Cannes. Podría decirse que ambas responden a la larga tradición del cine galo «de tema social». Una filmografía sólida y abundante que, sin ser siempre de agitación o voluntad documental, se ha considerado a menudo comprometida, en tanto consiguió reflejar las realidades de sus respectivas épocas con las mejores armas de la ficción y el drama.
Siendo así, y viniendo Europa de una larga y profunda crisis económica, no podía esperarse otra cosa que una cantidad de films franceses que asimilaran temas como el desempleo, la inestabilidad y la incertidumbre laboral, y las brutales consecuencias que estos problemas tienen sobre el tejido social. La reforma conocida como Ley El Khomri (por la ministra de trabajo de Francia, Myriam El Khomri), impulsada por la administración Hollande, que propone una radical flexibilización del mercado laboral y que ha provocado reacciones encendidas en la sociedad, habilita nuevas lecturas de películas como las dos citadas.

 

Un paso a la derecha
El episodio viene reiterándose desde febrero pasado, y en junio ocurrió otra vez: los sindicatos franceses volvieron a la calle. El objetivo era resistir con una gran manifestación nacional la reforma laboral que viene intentando imponer, con marchas y contramarchas, el gobierno francés. Cientos de miles de personas tomaron París y otras de las ciudades principales del país. A mediados de junio, el saldo de la protesta fue de 58 detenidos y 40 heridos.
Según sus principales detractores, el proyecto de El Khomri atenta contra principios fundamentales de la izquierda, como las 35 horas semanales de trabajo, mientras admite la reducción del pago por horas extra y los despidos colectivos con indemnizaciones rebajadas, con el pretexto de que el sector empresarial está atravesando un momento particularmente duro. Estos cambios representan, en palabras del principal líder de la CGT francesa, Philippe Martinez, «una vuelta al siglo XIX». Pero el gobierno socialista insiste: ante el estancamiento de la economía, la reforma mejorará la competitividad de las empresas y disminuirá el desempleo, que hoy supera el 10,5%.


Fabril. El registro de Recursos humanos.

 

En este contexto, las películas citadas al principio cobran perspectiva y especial relevancia. El precio de un hombre (La loi du marché, o «La ley del mercado», según su título original), de Stéphane Brizé, tiene por protagonista a un hombre de 51 años (Vincent Lindon) que, con dos años de desempleo encima, consigue un puesto como guardia de seguridad de un hipermercado que no tardará en poner a prueba un delicado equilibrio entre su necesidad y sus convicciones éticas: allí no solo debe vigilar a los clientes, sino también a sus compañeros de trabajo. Nada de camaradería, solo sospecha y delación.
En Dos días, una noche, Marion Cotillard interpreta a la atribulada Sandra, quien, justo cuando se encuentra a punto de reintegrarse a su trabajo tras una licencia médica, se entera de que a sus compañeros se les ha dado a elegir entre reincorporarla o mantener el bono extra que la empresa les ha ofrecido para compensar su ausencia. Sandra tiene el lapso que indica el título para tratar de convencer a sus compañeros de votar en su favor (y en contra del bono). En el proceso, entiende que el miedo a perder sus trabajos y las mínimas ventajas obtenidas, se ha apoderado de la vida de todos.

 

Los juegos del hambre
Hasta estos dos ejemplos, dos de los avatares contemporáneos más famosos sobre las crueldades del mercado laboral europeo eran también franceses, ambos títulos de un mismo director, Laurent Cantet. En Recursos humanos (1999), un muchacho es contratado por el departamento que le da título a la película, en la fábrica en la que su papá ha sido obrero por 30 años. Una vez allí, su idealismo choca de frente contra un muro cuando se encuentra no solo con que no podrá resolver la disputa entre el gremio y la gerencia, sino que deberá ejecutar él mismo una reducción de personal que implica, entre otros despidos, el de su propio padre. El empleo del tiempo (2001), por su parte, está centrada en un hombre que, incapaz de admitir ante su familia que ha perdido su trabajo, mantiene su rutina diaria, saliendo de casa a la misma hora de siempre, sumiéndose de este modo en una ficción alienante.


Dilema. El empleo del tiempo, otro hito.

 

«En el cine francés hubo históricamente una corriente, una continuidad o preocupación por el tema social y político», dice el editor de cine de Página/12, Luciano Monteagudo, consultado por Acción. «Se remonta hasta, por lo menos, la década del 30, cuando Jean Renoir se suma al Frente Popular y hace una serie de películas afines a la clase obrera; primero desde un punto de vista casi anarquista, como El crimen de Monsieur Lange, y después otras más entroncadas en la militancia, como La Marsellesa y La vida nos pertenece, en la que se denunciaban los abusos patronales. Por eso no es casualidad que en el actual contexto se haya reeditado en Francia La vida nos pertenece, en un DVD que incluye como extras materiales de la época y ensayos. Es evidente que ese cine sigue presente, y hasta se utiliza la coyuntura como una posibilidad de mercado».
Refiriéndose a la citada El precio de un hombre, Monteagudo señala a su protagonista, Vincent Lindon, como una suerte de heredero de «Jean Gabin, que era el rostro del proletariado francés en los años 30 y 40, como lo es Lindon en la película de Brizé. No es casual que cuando Lindon vino a la Argentina a presentar esta película también presentó Pepé Le Moko (Julien Duvivier, 1937), hablando no tanto del film como de Gabin, en quien encontraba un antecedente. Si avanzamos un poco en el tiempo, después de Renoir o Gabin estuvo todo el cine militante del 68 y el post Mayo Francés, con Godard y el grupo Dziga Vertov; o Chris Marker con los grupos SLON e ISKRA, que hacían un cine de agitprop (de «agitación y propaganda») relacionado con las revueltas de la época, unos noticieros llamados cine-track que hoy se reproducen en esta suerte de sentadas y acampes que hace la resistencia obrera y estudiantil en Francia. En el camino aparecieron otros fenómenos, como un documental que fue tremendamente taquillero llamado Merci, patron!; una especie de adaptación del método Michael Moore a la situación actual de Francia: el protagonista es un periodista francés algo clownesco, que denuncia a uno de los grandes empresarios textiles de su país, una figura muy conocida y que ha dejado a su paso huestes de desempleados, tierra arrasada».

 

Identidad en cuestión
En la interesante revista gallega sobre crítica de cine A cuarta parede, la periodista Marta Alvarez anota que los protagonistas de El precio de un hombre y Dos días, una noche «conforman la galería que el cine francés está elaborando en estos tiempos de crisis: personajes fuertes en su debilidad, que resisten a su manera, y que pretenden ser ejemplarizantes, representantes de ciertos valores cuya recuperación se señala como necesaria. Se denuncia así a un sistema colapsado y deshumanizado que enfrenta a unos empleados contra otros».
El mismo artículo cita otros ejemplos, como el de Louise Wimmer (Cyril Mennegun, 2011), en la que se dice que «ya ni tener empleo es garantía de integración social»; La question humaine (Nicolas Klotz, 2007), que «llega incluso a relacionar la tecnocracia y la deshumanización empresarial con la barbarie nazi»; o Louise-Michel (Benoît Delépine y Gustave Kervern, 2008) en donde las obreras reúnen sus indemnizaciones para pagarle a un sicario para que se cargue al responsable de sus despidos.
«El tema de nuestra película es la solidaridad», dicen por su lado los Dardenne. «Queríamos mostrar un poco el estado en el que nos encontramos hoy», precisa Luc Dardenne. «La gente se ha vuelto intensamente individualista, todos tienen problemas de dinero, todos están en deuda por el auto, la casa, los chicos. Todos se encuentran en un estado de inseguridad». Una idea central es, entonces, la de la validación a través del empleo. «Si no tenés trabajo, te hacen sentir un descastado», agrega  su hermano Jean-Pierre.
Hoy por hoy, anota Luc en las páginas de su libro Au Dos de Nos Images, «el trabajador se ha convertido en una persona solitaria, en miembro de una especie en vías de extinción. ¿Dejará esta desaparición un legado? ¿Y cuál será ese legado?». Esas parecen ser las preguntas más profundas que, motorizadas por una situación bien concreta, material, que afecta la realidad de cientos de miles de personas en todo el mundo, impulsan estos films insomnes concebidos con un puño en alto.

 

 

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