Cultura

Cambio de hábito

Tiempo de lectura: ...

Distintos actores del campo editorial analizan las novedades y las perspectivas en el consumo de ebooks en el país. La convivencia
con los libros tradicionales y la experiencia de la lectura en pantalla.

Postal urbana. Cada vez es más frecuente observar, en un bar o un medio de transporte publico, a una persona leyendo un ebook. (Jorge Aloy)

Carolina Sborovsky, editora de El fin de la noche, cuenta que cuando iniciaron el proyecto de publicar libros digitales en 2008 los miraban como si fuesen unos «tecnócratas»: «Todo el tiempo teníamos que aclarar que, si bien el soporte era digital, se trataba de libros». Notaron que podían sortear problemas tan fundamentales como el de la distribución, y no sólo eso: «Los libreros no pueden llegar a conocer su material por la cantidad de novedades. Lo que no se salda se devuelve y se guillotina. El formato digital permite que los libros se instalen. Siempre se asocia la tecnología con la ansiedad, pero bien empleada puede jugar a favor de contribuir a la permanencia de los títulos».
La disponibilidad de los catálogos también es ponderada por otras editoras, como Eudeba. «Que la Universidad de Buenos Aires esté trabajando en digital es una señal súper auspiciosa», advierte Sborovsky. Hace poco más de un año, Eudeba fue la primera editorial de una universidad pública argentina en digitalizar sus libros. Gonzalo Álvarez, su presidente, refiere: «Nos lo planteamos como un proyecto de innovación. Hoy en Argentina es muy difícil poder identificar un mercado en digital. Ha crecido y hay muchas editoriales con iniciativa, pero en términos de facturación concreta es muy bajo frente a escenarios como el de Estados Unidos, donde superó hace bastante el 10%, o el de España». Su estrategia se completa con un acuerdo con Grammata Argentina para acercar a la comunidad académica dispositivos de lectura a bajo costo y en cuotas.
«Grammata fue la primera empresa en llegar al país en 2010, donde el desconocimiento del público era casi total», cuenta Sergio Vázquez, desde esta firma internacional. «Los lectores son los principales impulsores, con el boca a boca y las redes sociales, pero aún somos muy pocos los jugadores locales en el mercado del libro digital». La empresa mantiene una librería online con más de 40.000 títulos en español: «Hoy hablamos de un mercado muy chico, menos del 5%, pero en crecimiento constante. El digital será “el libro” en unos pocos años más. El libro de papel no desaparecerá, se seguirán editando obras en el formato tradicional, pero con una participación que irá perdiendo posición por preferencia y precio».

Tiendas virtuales
«Es un momento interesantísimo: la industria editorial es muy tradicional, trabaja de la misma forma desde hace unos 400 años y ahora está quebrando ciertos paradigmas», enfatiza Lucio Arrillaga. Él representa a la tienda virtual Amabooks (donde se venden libros de más de 20 editoriales argentinas) y al agregador de contenidos Digital Books. «El mercado en Argentina está creciendo mucho, pero partimos de un 0% en 2010 y un 0,5% en 2011. Las ventas crecen, pero crece mucho más todavía el catálogo». Arrillaga advierte que en 2011 sólo había dos puntos de venta especializados en contenidos digitales en el país, y hoy son alrededor de 10. Entre las tiendas virtuales encontramos a Librocity, BajaLibros o Librería Santa Fe.
Catalina Lucas, digital manager de Random House Mondadori, señala: «Poco a poco los lectores van incorporando este nuevo formato. Lo vemos en las ventas y en las consultas. De los países latinoamericanos, Argentina es uno de los que primero abordó este desafío y, en nuestro caso, lidera las ventas del grupo». Para Lucas, el libro digital no compite con la venta en papel. «Incluso, el éxito de ventas de algunos de nuestros títulos en papel potencian la venta del mismo título en formato digital. Ya tenemos más de 2.500 ebooks a la venta», completa.
Sebastián Morfes es el editor de Determinado rumor, que publica epubs (formato de código abierto que se amolda a la pantalla de los distintos dispositivos) de poesía: las descargas son gratuitas, pero se reciben donaciones. «La idea de la editorial es ponerse a discutir qué es un libro electrónico. Liberarlos y hacer que un montón de poetas tengan la primera experiencia de publicación con un libro digital, los lectores tengan una primera experiencia de lectura con un libro electrónico, y que lo que reúna esas experiencias sea la poesía. El costo ambiental del libro en papel es fuerte, y también el costo económico», subraya.
Damián Ríos y Mariano Blatt están al frente de Editorial Blatt&Ríos: «Pensamos que la edición digital debería tener la misma entidad que una edición en papel. Amazon es, por lejos, el sitio donde más libros vendemos. Y sabemos, además, que nos permite vender en países a los que nunca hubiésemos podido llegar de otra manera. Lo que más nos interesa es que nuestros libros se lean, y Amazon, a pesar de todas nuestras diferencias, sigue siendo imbatible en ese sentido», cuentan. Ríos señala, además, un punto muy interesante: «Los primeros editores fueron imprenteros. Y hoy muchos editores son libreros. Entonces hay como una desconfianza a los nuevos soportes. Para las editoriales chicas esto debería ser una posibilidad de expandir sus lectores. Nosotros lo entendemos así».

Con o sin DRM
Los DRM (siglas en inglés para la gestión digital de restricciones) son mecanismos de control de acceso y copia de obras digitales. Su uso es discutido: quienes lo emplean aducen que funciona como resguardo de los derechos de autor. En el medio, se están produciendo ciertos matices. Eudeba, por caso, vende algunos de sus libros con lo que llaman DRM Social, que permite compartir los archivos pero también identificar a quien los «cuelgue» en sitios de descargas masivas, para pedirle que lo retire.
«Los editores empiezan a asimilar prácticas más acordes a lo que es el movimiento digital en sí», refiere Arrillaga de Amabooks y Digital Books. «El problema es que el sistema de descargas es muy restrictivo. Cuando vos tenés un libro con DRM, no vas a poder copiarlo a un pen drive o no lo vas a poder enviar por mail, porque esa es la protección que se utiliza: inmovilizar el contenido. Te dan la opción de descargarlo en un número limitado de dispositivos diferentes, pero todos tienen que estar autorizados con el mismo ID. Hay soluciones y van a llegar soluciones mucho más viables. En Amabooks, por ejemplo, los ebooks se pueden descargar o leer en streaming. Esta es una alternativa, porque todo lo que necesitás es una pantalla y conexión: con tu usuario y contraseña accedés a tu rincón de lectura». Por su parte, desde Grammata opinan que el asunto se definirá por el lado de los Creative Commons.

Lectores
Los libros digitales pueden leerse desde varios dispositivos, como computadoras, tabletas o celulares. Los lectores o readers, diseñados a estos fines, no son los más populares. En Digital Books lo saben: «Hay un concepto que se está trabajando: el de la mejor pantalla disponible. El usuario no quiere un contenido específico para tal o cual pantalla, sino utilizar el contenido en la pantalla que le quede cómoda en ese momento», sostiene Arrillaga.
La venta de lectores en Argentina, por el momento, ha sido baja. Desde Grammata –comercializadora de cinco modelos diferentes– explican: «Un 80% de las ventas de ebooks son desde ordenador de sobremesa y un 20% desde tablets (principalmente iPads) o readers Papyre. Creemos que tendremos que esperar que transcurra el 2013 para ver la explosión del ebooks en nuestro país».
Cada vez son más los usuarios que pueden contar, en primera persona, cómo es la experiencia de la lectura en esta clase de dispositivos. «Tengo un Kindle y lo disfruto», dice la escritora Ana María Shua. «Algunas ventajas: los ebooks ocupan poco lugar. En mi casa ya no tengo dónde colgar un cuadro, los libros ocupan todas las paredes. La lectura en pantalla opaca es fácil y placentera. Algunos (pocos) inconvenientes: el ebook (por ahora) no se puede hojear, no cómodamente. Y, lo más grave: en el lector, todos los libros son iguales. Físicamente iguales. Eso duele un poco», concluye.
Por su parte, Guillermo Martínez todavía no tiene ningún dispositivo electrónico de lectura. Sin embargo, reflexiona: «Me parece más razonable leer en una tableta que echar abajo árboles y hacer rollos de papel. Otra ventaja es la posibilidad de modificar el tamaño de la letra. Y, sobre todo, la de tener hipervínculos dentro del texto: la conexión con la biblioteca de Babel». Para el autor de Crímenes imperceptibles, la realidad que se avecina«va a ser mucho más democrática. Lo que me preocupa es si esta especie de oferta infinita no terminará anulando la capacidad de discriminar».

Valeria Tentoni

Estás leyendo:

Cultura

Cambio de hábito