Cultura | FITO PÁEZ EN CONCIERTO

Canciones grabadas en la memoria

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Juan Ignacio Babino

A 40 y 30 años de la salida de Del 63 y Circo Beat, respectivamente, el tecladista y cantante se entregó a un emotivo repaso integral de dos de sus discos más emblemáticos.

Era dorada. El músico tocó sus clásicos en el marco de la gira «Páez 4030».

Foto: Prensa

«Yo puse las canciones en tu walkman/ El tiempo a mí me puso en otro lado», canta Fito Páez. No es abuso de cita. Es, en rigor, llamar a las cosas por su nombre. Porque lo cierto es que el tiempo, como dice ese pasaje de «Al lado del camino», puso sus canciones en la memoria emotiva de varias generaciones y a él en el parnaso de la canción popular argentina, ahí donde se sientan unos pocos. Así las cosas, con el comienzo de una larga serie de recitales de la gira titulada «Páez 4030», que encuentra su leit motiv en los aniversarios de sus discos Del 63 (1984) y Circo Beat (1994), Fito revalida, una vez más, el cargo que le calza y ostenta.

En un Movistar Arena que lució colmado, el gambito de apertura despejó todo tipo de dudas: los temas hablarían por sí mismos, el orden sería tal cual los álbumes celebrados. Del 63 dio comienzo con el músico rosarino al piano. Traje negro con brillos y una camisa blanca durante la primera mitad, que luego cambió por otra roja. La banda, toda de blanco. Es sabido que Fito tuvo un accidente doméstico que lo alejó de los escenarios durante un tiempo. Quizás se deba a ello la sensación de notarlo menos histriónico, más contenido que otras veces. De hecho, no dijo nada por fuera de las canciones. En verdad, no hacía falta: ellas hablaron por él.

Así pasaron «Tres agujas», «Viejo Mundo», «La rumba del piano». En «Cuervos en casa», a tono con la letra, la pantalla reflejó el escudo argentino: «Estoy sangrando por algún pulmón/ cuervos en Casa Rosada». Toda la primera parte, dedicada a su debut, lo encuentra en un plan más intimista, puro piano, trovadoresco. La melancolía mandó y Fito se entregó a la narrativa de sus composiciones, las de aquel chango de provincia que a sus 20 ya pelaba un talento extraordinario.

Siguen siendo antídotos livianos. «Ladraré, ladraré, hasta que agote la rabia/ Cantaré, cantaré, esa es mi única arma», vuelve a cantar en «Un rosarino en Budapest». Corte, fundido a negro. Entonces: «Psicodélica star de la mística de los pobres». Es otro el swing. Hay más brillos. 


Piano y micrófono
Si cuando apareció Del 63 Páez les hizo a saber a muchos de su pedigree, si mostró el combustible difícil de conseguir que traía encima, Circo Beat fue la cima después de la cima: del pago chico a comerse la gran ciudad en dos panes. La segunda parte del show fue acorde a ese disco, más coreada por el público, a los gritos. La banda sonó más eléctrica. Emme, desde los coros, se lució en cada intervención. Aunque un poco más inquieto y movedizo, Páez siguió en lo suyo, enfocado en lo que lo trajo hasta esta sala repleta. Es decir, en el poder de la belleza prepotente de sus canciones. Al piano y al micrófono, por momentos pareció un crooner. Por ejemplo, en «She’s mine».

Pareciera no haber tiempo de sobra: «Normal 1», «Las tardes del sol, las noches del agua», la enorme «El jardín donde vuelan los mares», también se sucedieron en el orden de Circo Beat. «Soy un hippie» tuvo a la banda entera al frente del escenario junto a Fito, con un comienzo a sola voz y palmas. «Dejarlas partir», con su aliento de animal dolido, fue uno de los momentos más fuertes, más hondos de la noche. La puesta visual también tuvo su aporte mínimo, vital y por momentos encantador. La primera parte mostró árboles, pequeños bosques, vergeles en tonos ocre, azules. La segunda fue más abstracta, colorida, brillante. Dos pantallas a los costados mostraron al cantante y tecladista siempre en tono blanco y negro.

La banda que acompañó a Páez, que incluye a viejos conocidos y compañeros de muchos años, estuvo formada por Diego Olivero (bajo, teclado y coros), Gastón Baremberg (batería), Juan Absatz (voz, teclados), Juani Agüero (guitarra y coros), Vandera (voz, guitarra, teclados), Emme (voz y coros) y una sección de vientos, la Sudestada Horns, con Ervin Stutz (trompeta y flugelhorn), Alejo Von Der Pahlen (saxo alto y saxo tenor) y Santiago Benítez (trombón). Los bronces tuvieron momentos de gran despliegue y centralidad musical.

Todos saben quién lleva la batuta. Páez revalida, una vez más, el lugar que sigue ocupando en el cancionero argentino. Como bien supo decir el periodista Martin Graziano hace un tiempo, es «la voz cantante» de todos estos años. El final del pasaje de Circo Beat fue, faltaba más, cinematográfico. Quedaba lugar apenas para un brevísimo bis con «Ciudad de pobres corazones», que completó poco más de dos horas de show. No hubo más. Quizás no fuera necesario. Porque casi todas esas canciones ya están soplando en el viento. Porque el artista sigue adorando la vitalidad de sus letras, que hablan por él.

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