Cultura | TRADICIÓN MONTEVIDEANA

Carnaval toda la vida

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Gabriel Plaza

La fiesta popular se desata en las calles de la capital uruguaya desde mediados de enero. Los tablados y las murgas que marcan el pulso del ritual. 

Detras de escena. Los preparativos de las comparsas antes de salir al ruedo: las diez mejores compiten entre sí la madrugada del 23 de febrero. Fotos: Ana Morán

Esa mañana de invierno de 1908, Antonio Garín leyó en el diario el anuncio de la llegada de la compañía andaluza Piripitipis. El destino estaba llamando a su puerta. Después de ver ese show salió con la idea de armar una murga a la uruguaya, pero tomando de referencia el modelo español. La bautizó con el nombre de Sociedad Carnavalesca Murga Gaditana Que Se Va y debutó en el carnaval de 1909 sorprendiendo a unas cinco mil personas con sus letras picarescas y políticas.
Sin darse cuenta, Garín estaba poniendo las bases para uno de los géneros más profundos de la cultura carnavalera, que se iba a convertir en el signo de identidad de un país y en un género popular que atravesó modas, crisis sociales, dictaduras y llegó fortalecida al siglo XXI.
«La murga es una de las pasiones de los uruguayos junto con el fútbol, pero lleva más gente que el fútbol. Es la fiesta popular más grande que tenemos acá», dice Edu «Pitufo» Lombardo, una de las figuras clave de la escena, que este año volvió a salir a los tablados con la murga La Gran Muñeca.
Es verano en Montevideo y la ciudad se transforma. Las guirnaldas de luces iluminan la 18 de julio, una de las avenidas principales del centro, donde se realiza el desfile inaugural. Las voces de los coros vibran en los tablados que se levantan en clubes y plazas. Los barrios vuelven a florecer durante los ensayos a puertas abiertas de las murgas y las cuerdas de tambores.
Las cuadras se llenan de color: los vecinos en las puertas de las casas toman mate, prenden un fuego en la vereda para hacer un asado, se quedan escuchando la música que suena fuerte en los conventillos, donde las chicas y los chicos que salen en las comparsas preparan sus trajes y disfraces para los grandes desfiles que se hacen sobre la calle Carlos Gardel, en los barrios Sur y Palermo.

Risas y emociones
Los uruguayos dicen con orgullo que tienen el carnaval más largo del mundo. Y es verdad. Comienza el 13 de enero y culmina a fines de febrero. También es la fiesta popular más intensa para los seguidores de los grupos. Más de cuarenta murgas –ninguna es parecida a la otra– recorren los tablados por los distintos barrios de Montevideo de lunes a lunes. El circuito puede incluir tablados profesionales como el Velódromo, Malvin o el escenario del Botánico, junto a espacios de organizaciones públicas como el Anfiteatro Canario Luna, Primero de Mayo, el Museo del Carnaval o el teatro del Sodre.
El carnaval convoca a niños, adolescentes, adultos y mayores. Los chicos juegan alrededor del tablado con las caras pintadas, copian los movimientos de los murguistas o se quedan hipnotizados por el repique de la batería y el coro de diecisiete voces al unísono. Vestidos de arlequines, los integrantes bailan y producen risas y emoción, también entre los adultos.
Los adolescentes se enganchan con la actitud rebelde y transgresora de las murgas y sus letras montadas sobre melodías populares, desde «Tocarte» de Jorge Drexler y C-Tangana a «Crece desde el pie» de Zitarrosa. Los letristas pueden satirizar a la derecha, a la izquierda o a los militares; también tocan temas sensibles como la violencia de género, el recorte en la educación del gobierno de Lacalle Pou, la pobreza, la influencia de las redes sociales. El conjunto apela a la mística carnavalera de ese mundo onírico creado en una esquina de barrio. Todos quedan atrapados por ese ritual que los devuelve a la infancia. Incluso los propios murguistas que salen a los tablados reviven esa tradición familiar, ligada a la memoria colectiva y a la historia personal de cada uno. «El primer recuerdo que tengo de la murga es a los 5 años. Mis padres eran seguidores de la murga y me llevaron. Quedé fascinado por los colores de los trajes y las voces», dice «Pitufo» Lombardo, director de La Gran Muñeca.
En paralelo al circuito de los tablados está la competencia oficial en el Anfiteatro de Verano Ramón Collazo, pegado al Parque Rodó, donde concursan las principales compañías, además de otras categorías más de consumo interno: los parodistas, las comparsas y la revista.
Después de tres etapas de clasificación, las diez mejores participan de una liguilla que se define el jueves 23 de febrero a la madrugada. La partida es de todos contra todos y cada pasada de la murga es a matar o morir. Está en juego la consagración, el prestigio, pero sobre todo la gloria y la eternidad: es quedar para siempre en la memoria popular.
Cambian las épocas, cambia el escenario, pero el ritual se mantiene intacto. La murga La Gran Muñeca se acaba de bajar del escenario y sigue cantando su cuplé de despedida entre la gente. Llegan los abrazos del público, las fotos. Una señora se abalanza sobre uno de los integrantes. «Lo que cantaste, chiquilín», le dice emocionada. El resto del grupo avanza y se prepara para subir al colectivo. Un nuevo tablado los espera. Están agotados, con las gargantas rotas, pero no quieren que llegue el amanecer, que se apaguen las bombitas amarillas, que llegue el final del carnaval.

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