Cultura

Carrera espacial alternativa

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Alejandro Lingenti

Con varias licencias históricas y guiños a la época actual, For All Mankind despliega una ficción especulativa sobre la conquista del satélite terrestre.

Astronauta. La serie describe la preparación de los hombres y, sobre todo, las mujeres que asumen la misión de instalar una base militar.

La carrera espacial que se desarrolló durante los 60 y culminó con la llegada del primer hombre a la Luna fue abordada por el cine como una aventura épica en films como Elegidos para la gloria (1983), una muy buena adaptación del best seller de no ficción de Tom Wolfe dirigida por Philip Kaufman; y Apolo 13 (1995), taquillero largo de Ron Howard, también premiado con dos Oscar. Los abordajes televisivos, en cambio, no tuvieron la repercusión esperada: en 1998 se estrenó una buena miniserie, De la tierra a la Luna, que no anduvo del todo bien y hoy se puede ver en HBO Max y Movistar+. Y en 2015 llegó The Astronaut Wives Club, serie que ABC decidió dar por concluida luego de los magros resultados de audiencia que obtuvieron los diez capítulos de su primera temporada. 
Bastante mejor le ha ido a Apple TV+ con For All Mankind, que se estrenó en 2019 y ya tiene confirmada una cuarta temporada. La historia de esta ficción especulativa –que se toma unas cuantas licencias históricas, algunas bastante bizarras– se inicia en 1969, cuando Estados Unidos decide instalar la primera base militar en la Luna, una evidente respuesta de la NASA ante lo que se había vivido como una afrenta: en 1965, el cosmonauta Alexis Leonov se había convertido en el primer hombre en pisar el único satélite natural de la Tierra, una noticia vivida como una derrota por los norteamericanos, sobre todo por las autoridades del país, no tanto por la población civil, más concentrada en problemas que la afectaban de manera mucho más directa como el racismo o el desastre de la guerra en Vietnam. 
Ni siquiera la llegada a la Luna de la misión del Apolo 11, comandada por Neil Armstrong, amortiguó el sentimiento de fracaso colectivo que desveló a las administraciones de Lyndon B. Johnson y Richard Nixon. For All Mankind toma como punto de partida esa frustración exagerada para plantear una carrera espacial alternativa, un esfuerzo nacional que puede remitir perfectamente a otro célebre revés, el del explorador estadounidense Robert Peary en 1920, cuando perdió por apenas dos semanas la carrera por ser el primer hombre en pisar el Polo Sur, objetivo que consiguió antes el noruego Roald Amundsen.
La competencia por establecer la primera base militar es el punto de partida, pero For All Mankind agrega algunas líneas argumentales que están relacionadas con los temas en boga en esta época. Por un lado, el empoderamiento de mujeres y gays, asuntos recurrentes en buena parte de las ficciones contemporáneas. Y, por el otro, el drama de una familia de mexicanos ilegales en Estados Unidos, cuya auténtica función en la trama se revela al promediar la serie.

Aciertos y lugares comunes
Más allá de esos avatares destinados a cumplir con los mandatos de la corrección política que lucen algo forzados, la serie es eficaz cuando pone el foco en la preparación de futuros astronautas, los hombres y sobre todo las mujeres, que tienen un papel destacado. Pero trastabilla seguido cuando se concentra en los dramas familiares de los protagonistas, desplegados en muchos pasajes con los lugares comunes del melodrama. La tercera temporada, por fortuna, cobra fuerza combinando la intriga política y militar: un tenso enfrentamiento lunar entre las fuerzas estadounidenses y las rusas y una nueva carrera espacial para conquistar la superficie de Marte calientan el ambiente de la historia. 
No toda la crítica especializada se puso de acuerdo en la valoración de las diferentes líneas de esta ficción, sin embargo. En algunas reseñas se habla de un «Mad Men espacial» e incluso se traza un paralelo ingenioso: así como los ejecutivos del mundo de la publicidad que controlaban la narrativa de la vida «ideal» de los estadounidenses de mediados de siglo pasado tenían vidas personales cargadas de complicaciones (pregúntenle si no a Don Draper), aquellos que estaban ocupados en la conquista del espacio también sufrían en la intimidad problemas ordinarios que finalmente terminaban influyendo en sus decisiones.
Esas conjeturas obvias sobre la vida cotidiana de los protagonistas cumplen un función clara, la de matizar una dramaturgia donde también aparecen algunas otras invenciones más divertidas: en lugar de quedar fuera de la carrera presidencial por aquel accidente automovilístico en Chappaquiddick que reveló su negligencia, el senador Edward Kennedy llega a la Casa Blanca; John Lennon no es asesinado por el sociópata Mark David Chapman y el príncipe Carlos se casa con Camilla Parker-Bowles y no con Diana Spencer.
Todos estos enredos del guion son responsabilidad de Ronald D. Moore, conocido por su trabajo en Star Trek y en la serie de televisión de ciencia ficción Battlestar Galactic, y probablemente tengan que ver con la necesidad de estirar un relato que ha funcionado muy bien en términos de audiencia, que es siempre la que manda, aun cuando esa política conductista de las plataformas de streaming empuje a los autores a imaginar las peripecias más disparatadas.

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