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Clásico regional

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Restaurados y relanzados, los primeros cinco discos del músico uruguayo dejan al descubierto los fundamentos de su estilo y las razones de su trascendencia.

 

Origen. La colección comienza con Candombe del 31, Para espantar el sueño, Aquello, Siempre son las cuatro y Mediocampo. (Télam)

El candombe psicodélico y trashumante de Candombe del 31 (1977) y de Para espantar el sueño (1978), la lucidez y la melancolía de exilio de Aquello (1981), la experimentación y la lisergia de Siempre son las cuatro (1982), la solidez costumbrista de Mediocampo (1983). Apuntes  del baldazo maravilloso y revelador que representa la primera tanda de cinco discos de la edición restaurada y remasterizada de la obra completa de Jaime Roos, uno de los gigantes de la canción popular del continente. El músico que en la madurez escribió con un dejo de tristeza: «Frescura no rima con sabiduría».
Este no solo es un Jaime Roos pletórico de frescura: es el momento de la presentación de un plan estético tan ambicioso como genial, que cambió la sustancia de la música del Río de la Plata. Con pulso rockero, Roos sintetizó un enorme volumen de influjos que definieron el sonido exacto de Montevideo. Ahora parece sencillo, pero hace 40 años solo un artista del nivel que después demostró Roos podía vislumbrar la posibilidad de cruzar el candombe, la murga, la milonga, el rock and roll y el folclore latinoamericano con sobregrabaciones vanguardistas aun dentro de las limitaciones tecnológicas, o con la inclusión de sonidos de la vida cotidiana o un recitado de Felisberto Hernández o un gol relatado por Solé. Por supuesto que existen notables diferencias entre el primero y el último disco. Pero los cinco CD aparecen unidos por un criterio que evita la hibridez y que exalta la concepción beatle de tratar cada tema como un universo sonoro propio.
La colección tiene textos analíticos y de contexto de su curador, el musicólogo y especialista en cultura popular Guilherme de Alencar Pinto.  Un valor agregado que revela aspectos desconocidos de las grabaciones. Candombe del 31 y Para espantar el sueño podrían haber sido un álbum doble y son como road movies sonoras, con el rumor de una psicodelia candombera, el perfil de un latinoamericano suelto en París y Amsterdam en los 70 y la presencia como musa  de la holandesa Franca Aerts, mujer de Jaime en esos años, y principal responsable de que el uruguayo se soltara a cantar. «Yo no podía cantar», cuenta Roos en el libro de conversaciones con Milita Alfaro, El sonido de la calle. «Mis dos primeros long plays son realmente insostenibles desde el punto de vista del canto. Pero ella me convenció de que podía cantar. Cuando la conocí, me dijo: “El mejor cantante que yo escuché en mi vida es Atahualpa Yupanqui”. Franca fue una de las mayores influencias musicales que he tenido y, además, un gran estímulo, un punto de referencia esencial».
Roos renegó siempre de estos dos primeros discos. Los considera pobres letrísticamente, mal grabados, meros pecados de juventud. Tenía poco más de 20 años y su ambición era vagar por Europa y América Latina. En los 90 sacó el CD Primeras páginas, que compilaba sus comienzos, y dejó afuera temas puntuales, como quien barre polvo debajo de la alfombra. Ahora decidió mostrarlos. Algunos son totalmente descriptivos, como «Viaje a las ruinas», un relato sobre su visita hippie a Machu Picchu; otros,  postales musicales de época, como la murga-baión instrumental «Sí señor».

 

 

Aquello, el tercer trabajo, presupone un salto hacia adelante con el lanzamiento de tres futuros clásicos como el bolero «Tu laberinto», «Aquello» –con la inmejorable interpretación del Sabalero– y «Los olímpicos», un tema de una lucidez lacerante sobre los conflictos de los exiliados sudamericanos. «En Uruguay –escribe Guilherme de Alencar Pinto– “Aquello” y “Tu laberinto” tuvieron cierta difusión. “Los olímpicos” fue un pequeño éxito, y las ediciones en vinilo y casete vendieron cerca de 2.000 ejemplares. Jaime visitó Uruguay en 1981 y lo presentó en la que fue su primera actuación para un público masivo haciendo música propia».
Siempre son las cuatro es una obra maestra de la experimentación, con joyas como la tragedia griega frente al Río de la Plata como «Hermano te estoy hablando», «Historias tristes», «Chalaloco» y «Desde que así se ve». Y un tema excluyente, formidable, clásico instantáneo: «Adiós juventud». En Mediocampo ya está consolidado como el artista más masivo del Uruguay y sigue sorprendiendo por el nivel de composición y de producción de las canciones: no solo en el hit «Durazno y Convención», sino también en «Victoria Abaracón» (con la voz invitada de Eduardo Mateo), «Los futuros murguistas» y las maravillosas armonizaciones vocales de «Si piensas en mí». Mediocampo es el reencuentro con su ciudad: la esquina natal, la abuela, el fútbol, el club, el ensayo murguero, el cine.
Estos cinco discos son, tal vez por su antigüedad, los que más pedían una restauración. Jaime Roos: Obra completa continúa con el disco conjunto con Estela Magnone, el excelente e ignorado Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, 7 y 3, Sur (con «Amándote» y «Las luces del Estadio») y Esta noche, su disco en vivo de 1989, nunca editado en CD.  Para abril se prevé Estamos rodeados, La Margarita (sobre poemas de Mauricio Rosencof) y El puente que es, en verdad, un caótico compilado de rarezas. Hundirse en el primer lustro de Jaime Roos es la constatación de una grandeza artística que se basa, también y sobre todo, en sus páginas menos conocidas de este período de humus, definición y catapulta.

Mariano del Mazo

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