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Competencia mortal

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Emiliano Basile

Con El juego del calamar como exponente, las series y películas basadas en las pruebas de supervivencia se pueden ver como alegorías del capitalismo.

Reflejo. Los años de neoliberalismo en Corea del Sur se traslucen en el éxito de Netflix.

YOUNGKYU PARK

Cuando das el toque ganador gritas: ¡hurra! Y, en ese momento, sientes que el mundo te pertenece». Con esta frase comienza la serie surcoreana El juego del calamar, basada en un tipo de relato en el que los protagonistas se «juegan la vida» en diferentes propuestas lúdicas. El concepto de la exitosa ficción de Netflix proviene de los tiempos en que los gladiadores luchaban contra los leones en el Coliseo romano. ¿Qué simboliza el regreso de esta clase de escenas en la actualidad?
El especialista en cine de género y dramaturgo Diego Serlin señala que «esa frase del comienzo es aplicable a cualquier juego, independientemente de la edad, la etnia, la nacionalidad, la escala social, etcétera. Funciona en la competencia más infantil y en las apuestas más siderales. Es tanto la victoria y la euforia como la derrota y la tragedia a las que uno sucumbe cada vez que juega a algo».
En tiempos de capitalismo salvaje, que excluye brutalmente a gran parte de la sociedad a nivel mundial, los mensajes alegóricos que aportan los juegos de supervivencia sobrevuelan a la estructura narrativa clásica. En El juego del calamar se reflejan de alguna manera los largos años de neoliberalismo en Corea del Sur, su horizonte puesto en Estados Unidos y su sistema educativo basado en estrictos y excluyentes exámenes.
«Es la historia de un grupo de personas puestas por el poder en un espacio cerrado, donde son obligadas a participar de un juego que les cuesta la vida para el goce de terceros. Y eso genera un microcosmos que muestra lo más bajo del ser humano», resume Federico Picasso, dramaturgo, gestor cultural y Licenciado en Artes Combinadas egresado de la UBA. «Esto ya lo vimos en Los juegos del hambre, El cubo y tantas otras. Lo que hace el mercado es disfrazar una fórmula exitosa con un relato aparentemente novedoso para que repitamos el mismo consumo», completa.

Impronta asiática
La lista de películas y series que abordan la cuestión es extensa: Carrera contra la muerte, con Arnold Schwarzenegger; Carretera mortal 2000 y todas sus versiones, desde Roger Corman en los 70 hasta las remakes con Jason Statham; Hard Target y La cacería, que incorporan la idea de multimillonarios perversos que pagan por ver morir a los pobres; El juego del miedo y Escape Room, que plantean la posibilidad de que la competencia sea controlada por un psicópata.
Esta clase de productos aprovechan los excesos (de sangre, de morbo) para metaforizar la crueldad de las reglas aceptadas socialmente. Psicoanalista y crítica de cine en el portal Hacerse la Crítica, Carla Leonardi explica que «los juegos de supervivencia plantean la apuesta de alcanzar un dinero millonario a cambio de una renuncia total. Ceder la propia vida, como vender el alma al diablo, es el precio a pagar».
La impronta asiática es fundamental en este revival, con un continente que supo dar muestras audiovisuales significativas influenciadas por el tradicional manga. El abanico va desde la película japonesa Batalla real, destacada por el elevado índice de sadismo y violencia alcanzado por el director Kinji Fukasaku, hasta As the Gods Will del controvertido Takashi Miike, que comienza cuando la cabeza de un maestro explota en plena clase y los estudiantes se ven obligados a emprender un juego mortal.
La tendencia encuentra su correlato en Sudamérica con la serie brasileña 3%, en la que los pobres deben superar una serie de pruebas terribles si quieren formar parte de la elite. La enumeración de ejemplos podría ser interminable, pero la estructura narrativa funciona siempre de la misma manera: vivimos en una sociedad cuyas reglas arbitrarias e injustas nos obligan a pelear por la supervivencia a diario. Una reflexión cruel que El juego del calamar repite con eficiencia.

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