Cultura | BAKE OFF FAMOSOS

Contenido alto en azúcares

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Julián Gorodischer

Con la conducción de Wanda Nara y una trama simplificada, el programa de Telefe pone a un conjunto variopinto de celebridades a competir en el rubro pastelería.

Jurado. Cristophe Krywonis, Botana y Betular prueban dulces preparados por los concursantes, bajo la mirada de Wanda Nara.

Foto: Captura

Ay de esto que somos, obsesivos degustadores visuales de comida y, esta vez, en particular de azúcares de la peor calaña blanca y refinada; y chocolates, crema toffee, que se suceden en palabras e imagen en el horario central luego de la cena familiar, ahí donde postpandemia y en plena recesión se necesita el subidón de las glucosas biológicas y simbólicas, porque qué mejor que acompañar «la función» de Bake Off Famosos con unos delicados profiteroles o al menos unos vigilantes grasosos.

Bienvenidos al «cuerpo» argentino castigado por el contexto: estático y de espectador de «no ficción» por TV, soñando con morder el merengue compensatorio de la vida diaria, ahí donde ni siquiera hay romance alla Gran Hermano o torsos esbeltos a lo Survivor. Y en cambio está Wanda Nara, circulando entre las mesadas, inflando affairs sentimentales-sexuales que asoman en los portales, o coqueteándole con su perreo brusco a Callejero fino. Entonces, la anodina trama se complementa con cierto humor en sordina, en relato a cámara, de Vero Lozano o algún otro participante que pasa en limpio lo editado y veloz, por si te olvidaste o te perdiste de algo, hoy que la atención dura un promedio de los 2 minutos del reel de Instagram.

Incorrecta apoteosis del exceso de hidratos en tiempos de polígonos negros en los envases saturados de grasas y azúcares. Patada al corazón del veganismo y la fit-culture: todo eso es también Bake Off, lejos del higienismo y las devoluciones técnico-autorales de su primo hermano MasterChef, se ha pasado a una comedia en la que uno u otro pueden subirse a una mesada en zapatillas o recoger algún producto caído al suelo y devolverlo a la sartén, sin mayor escándalo.

Imanes posibles 
El personaje se ha reducido a su caricatura: Nacho Elizalde, buenote pero a cara de perro; Eliana Guercio, con el halo mítico de ser esposa de un ex Selección Nacional de Fútbol; Callejero fino, con sus ocurrencias de fumón fiel a su tribu. Mariano Iudica y Damián De Santo: los amigotes consustanciados en el gag físico y la italianidad. Y está Cami Homs, la que no falla, ida y redimida que se deshace del rol de tercera dejada en el affaire Tini-De Paul, como una pastelera –ya lo advirtió Maru Botana– apta para el emprendimiento propio.

Entre todos ellos, Nacho es quien se expresa jovial e irreverente, haciendo por ejemplo una torta con forma de inodoro y sorete incluido, porque él es la representación de la rebeldía juvenil: así se es joven en nuestra década del 20, a puro coup de foudre y sobreactuación; muy eficiente en la cocina (a fuerza de un consumo voluptuoso de tutoriales de YouTube), Nacho expresa sus emociones como justificativo de su conducta ímproba; provocador en la pelea (con Homs, durante el repechaje que los devolvió al set junto a Gastón Edul y Ángela Leiva), funciona al estilo cartoon con remates rápidos entrenados en el aire de Luzu TV.

Versión bufa del reality show, Bake Off descree de su manual de instrucciones; juega al impacto con sus tortas de Halloween o sus torres de panqueques, en busca de más y más serotonina a puro cacao y crema batida. Y después está el jurado, una atracción aparte, con Damián Betular ya asentado en su rol de figura nodal del espectáculo mediático argentino, con protagónico total en el streaming, el reality, la publicidad del banco que lo homologa, en rango de celebridad, a la mismísima Susana Giménez y la Betular Patisserie que triunfa en Villa Devoto. Ya navegando a zancadas su propio personaje kinky, entre payaso y sátiro, «Betu» es muy querido por el grupo de participantes, que compró su caricatura de villano controlador, compensado por los bucles y los ojos celestes de Maru, actuando de comprensiva sin cuajar todavía, por un rictus duro, contraído, que connota «desprecio» o «rechazo». El tercer jurado, Cristophe Krywonis, aporta el touch de testosterona, en química inmediata con los otros «alfa» (Mariano y Damián), dejando a Callejero y Nacho en el terreno de una masculinidad más contemporánea, aniñada y hasta algo feminizada.

Dos son los tópicos centrales que se mantienen envío tras envío: por un lado, eso que Umberto Eco llamó «el signo voluptuoso», hecho de un significante gastronómico untuoso, puesto en primer plano, que capta al ojo y retiene la atención en un estado primitivo, preliminar, «primero»: allí donde se hace agua a la boca y se genera libido tan democratizadora como poco satisfactoria.

También el centro es si uno será excluido o permanecerá adentro; no otra cosa concita interés, según los postulados del género de la realidad televisada que en ocasiones deslinda al envío de sus adornos, sus máscaras: ellos son el monotema, el ser reducido a la (in)habilidad culinaria. Ahora resulta que también reingresan y entonces se extiende la competencia hasta nuevo aviso, para verlos derrochar comida y generar terror con tortas como cerebros estallados o arañas pollito. Y quién sabe qué harán con las sobras –la mayor parte de lo que se cocina–, quizás pronto se desate una polémica sobre el tema, como aquella vez hace un par de años, en otro reality de moda con mucho desecho.

En buen clima de camaradería, el ser unidimensional se juega la permanencia día tras día, y la rutina se repite, ritualizada. Hay un frenesí por seguir. Dentro de una dinámica de estudiantina entre veteranos, Andrea del Boca sorprendió mientras duró repartiendo besos de boca abierta con Mariano y L-Gante, cuando asistió como el invitado-amigo de Wanda. En el estudio, como en la vida, la experiencia se reduce a sobrevivir, a abastecerse y autodeleitarse con el manjar como el último refugio del disfrute, y las frutas, las cremas y las harinas con el fuego de las cocinas reparando la pulsión vital.

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