Cultura | PAMPITA EN «EL HOTEL DE LOS FAMOSOS»

Crónica de un escándalo televisado

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Julián Gorodischer

El reality quedó en el ojo de la tormenta luego de la denuncia de abuso sexual presentada por una participante. El llamativo silencio de la conductora.

De gala. Pampita parecía consolidada en su rol tras dos temporadas al frente del reality, pero algo salió mal y se borró de la escena pública.

Las emociones que transmite su máscara de cera tienen que ver con la alegría. El tono de voz de Pampita –en la segunda temporada de El hotel de los famosos– es monocorde, pero su don es la escucha durante la entrevista; su mirada expresa interés en lo que el otro dice y sus réplicas tienen buen timing frente a lo que ante ella se enuncia. Ese don es un modo de ser en la tevé alejado de las estridencias, que podría haberle valido la consolidación de un tono propio, tras dos temporadas a cargo del reality, pero algo salió mal y Pampita desaparece de pronto de la escena pública. Flor Moyano, participante del ciclo, denunció un abuso sexual de parte de otro de los participantes. El Chino Leunis se expresa a través de un frío comunicado de redes: «Acompaña la situación»; «está al tanto de lo expresado por Flor». No avala ni da cuenta de nada de lo que sea que haya ocurrido, contradiciendo usos y costumbres instalados postdenuncia de Thelma Fardin a Juan Darthés por el episodio de Patito feo, cuando parecía que nunca más la víctima en un programa de tevé debería quedar expuesta a priori por una condena a su abusador porque «a la víctima se le cree al momento de la denuncia», como se indica en infinidad de protocolos de organizaciones privadas y gubernamentales; aquí, fue en un baño donde no había cámaras; aquí hubo sexo oral y penetración sin protección de parte de él a ella, según la denuncia penal presentada por el abogado de Flor.
¿Y Pampita? No emitió comunicado alguno, ajena a cualquier problema del programa que terminó de grabarse a principios de enero. Hoy lo remarca la placa negra exculpatoria antes de cada capítulo: «Dejó de grabarse el 13/01», antes de catapultarse a las páginas de las notas policiales. Al día de hoy, en la edición que se emite de El hotel…, se la ve firme en su intención pedagógica, conminándolos a llevarse bien, a mantener una armonía, a consolidarse como equipos, con su tono apaciguado y su fotogenia característicos. La pose le gana a la actitud intempestiva, al accidente, al delito; en ella, la planificación domina sobre las contingencias de la espontaneidad. El vestido de gala y las joyas contrastan con el rumor, luego denuncia, luego escándalo.

Interioridad inasible
Durante los últimos días –con la palabra de Flor Moyano emitida en LAM– finalmente el caso se plasmó en imagen y testimonio directo. Se habló del lugar y el momento de la penetración; y curiosamente el reality ubica –en uno de los últimos capítulos emitidos– a «Juani» Moyano en el rol de un ayudante de gerente, a cargo de la limpieza y la comida del hotel, tan «perfeccionista» como excedido en sus punitivos y su volumen alto cuando se dirige a las chicas del programa, a quienes tiene «a cargo».
Ni la presencia de la conductora, y su aura, alcanzan para evitar el desmoronamiento que ya venía decretado por el cambio de horario luego de que Gran hermano le diera una paliza en el rating, ya en el debut. ¿Es este el triunfo del reality, mucho más allá de los problemas de las mediciones de audiencia, allí donde la trama toma vida cual Frankenstein o Golem, y genera una violencia extramediática con una repercusión a la que le cierra, perfecto, el círculo del género? Parece probable que sí lo sea. Entre todo aquello, Pampita estaría «arrepentida de haber dicho que sí a la segunda versión del reality, y se mantendrá, de vacaciones, alejada del escándalo», asegura el principal portal que sigue el tema, día a día. Pampita no se mancha: siempre está un pasito por delante o más arriba cada vez que, ante su ingreso a cámara, la pobre cohorte vuelve a remarcarle, apenas entra en escena, cuán diosa es. Si el tema del programa es «la honra», de cómo se difaman y se meten con «cosas personales», y así suscitan reacciones, Pampita lo neutraliza como separada de la escena por su interioridad inasible. «Pampita sos lo más», «¡Chicos, Pampita!». Entonces, la tribu se aplaca y –como también les pasa ante José María Muscari, que los interroga bien, ágil y al grano– están atentos a lo que la diosa va a manifestar. Su piel nívea conecta con la veneración mediática a la apariencia física. A la diosa se la adora hasta el último hálito de esta versión devaluada. ¿Saldrá vivita y coleando la glamorosa? A este naufragio quizás no llegue, ni siquiera, a salvarlo la estampa de Pampita, que lo ve caer, sin perturbarse; observa cómo los juegos le van ganando en tiempo televisado a la «rosca y el puterío», participantes dixit. Hoy, a la tarde, ¿habrá algún niño mirando del otro lado o están todos en el celu? Algo de la «protección al menor» se terminó junto con esta crónica cotidiana de cómo se habría ido gestando un abuso, a la hora de la merienda, aquí donde el reality se vuelve ficción y la noticia se consume como si fuera un reality show.

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