Cultura | JÉSICA CIRIO

Crónica de una estrella caída

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Julián Gorodischer

Forjada bajo el ala de Sofovich y Tinelli, la modelo devino en conductora con su perfil de pocas palabras y muchos atributos físicos. Política y escándalo.

Posición incómoda. Cirio se defiende de la sospecha pública en la entrevista realizada en el noticiero de Telefe.

Foto: Captura

Navega cómoda entre la abstracción y la indefinición. Jesica Cirio dice «algo», «cosas», «no veía ni sabía nada», dentro de un testimonio trabado, entrecortado, que Georgina Barbarossa, en La peña de morfi –que la propia Jésica co-conduce– extrae con una sopapa imaginaria, y ni así sale. Seca, la rubia conductora de televisión no se explaya; y la tribu de conductores del canal tiran de la cuerda. Que aflore, al menos, una Jésica tumultuosa que se deshaga en lágrimas, y que le eche la culpa de una vez a ese marido, el exintendente del yate y la vida loca, que se lo merece por haberla engañado.
Rozada por la sospecha de «lavado de activos», Telefe la pone contra las cuerdas: hay un ultimátum sobre su continuidad en La peña de morfi, según el telepasillo. Y ella recibe una primera, después una segunda oportunidad de interpretar a «la víctima». Pero no aparece la trama empática, por ende, el noticiero «de la gente» se espectaculariza aún más y –lo que es menos celebrable– Jésica no se diviniza otra vez, para poder seguir en el prime-time.
La «angustia» referida es seca en lágrimas o pérdida del control. Guionada, a juzgar por la repetición argumental –«lo horrible», «la pesadilla», que no son suficientes para ablandar–, Jésica pasa al neblinoso territorio de los imputados o denunciados del canal, como Jey Mammon o Marley: su destino inexorable podría ser salir de la pantalla «familiar». Todavía es tiempo de estar «abierta» a que se la investigue, pero su hogar ha sido «manchado»; por ende, su figura pública convence menos en el rubro de las presencias del atribulado star system.
«Puedo hablar por mí», resiste frente al empecinamiento de sus propios compañeros del canal –Georgina, Germán Paoloski, Milva Castellini– que en tren de despegarse o instruidos por la patronal acorralan contra la moral y las buenas costumbres a «la dulce», cuyo mayor atributo era la candidez y el aire de ingenuidad: la rubia divina infantilizada de la vida sana y la piel tersa ya no rubrica en las portadas de las revistas del espectáculo.
Su quiebre –cuando las palabras sobran– se produce en manos de una Georgina triunfante que tras sacarle la lágrima redentora, dos domingos atrás, se relaja: misión cumplida para devolverle la comprensión de la doña que podría ser su madre. Ay, Jesi, sí: debería seguir así a lágrima viva hasta el final para no perder el segundo de sonrisa y chivo, de los que se están yendo.

Piedad al mediodía
«Estoy destrozada anímicamente», dice la Jésica mamá que mantiene abierta la posibilidad de redimirse ante cámara. «Una tarada», dice ante Georgina que, ahora sí, blanquea su distancia: «Estamos todos indignados». «¿Por haber estado casada una debe saber absolutamente todo?», sigue Jésica, justo antes de que Georgina pida esperar a que la Justicia se expida.
Tiene algo a su favor que le permite soñar con su continuidad al frente de La peña…, o recuperar a las marcas que en un primer momento, admite, huyeron: Jésica es «modelo», una tipología televisiva antigua de la que ya se escapó la Pampita-conductora posterior a El hotel de los famosos. Siendo modelo, la sonrisa resiste a cualquier cosa que esté diciendo. Jésica, en tevé, es pose: un cuerpo y un rostro a lo Barbie clásica pre-película de Greta Gerwig, que basa su desarrollo en una figura híbrida entre la promotora y la personal trainer que, en cualquier caso, es lo menos afecto al argumento y la razón. En tal contexto, ella da sus manotazos.
Ay de «la princesa» que cae ante barones del Conurbano, gremialistas atléticos o candidatos con pretensiones de rockstar: los «príncipes», aquí donde Karina, Jésica, Nicole, Isabel, María Belén y Fátima acceden a protocolos de Estado y caridad y saludos afectuosos a la masa fanática con el debido crédito en IG. Pobre Jésica: tan ingenua y a la vez «tan inteligente», según exclama su defensor Fernando Burlando, como para haber conseguido previamente y para manejar por fuera de las incumbencias del exintendente imputado de corrupto, su patrimonio millonario que les permitía viajar 200 veces por todo el mundo. 
Va quedando lejos su marca de «estrella», descubierta por El Ruso Sofovich; cuenta su propia leyenda que él la creyó perfecta –por sonrisa y trasero– para su serie de mudas de La peluquería de Don Mateo, dentro de la saga de Alelí (Carmen Morales). En otra vida, en 2014, ella, más rubia y bailarina, defraudaba en la bachata y la danza árabe, en alguna remota edición del Bailando, en las que se hizo figurita repetida del prime-time. Fogoneada por el gran show, Jésica fue cuerpo una y otra vez, ondulado y suave; textura y sueño de contacto con la seda; labios que recién durante los últimos años «explotaron», y antes eran apenas un contorno definido y pulposo.
Una de esas noches, apareció un Martín Insaurralde cebado con las luces del espectáculo, que ya había visitado la pista e histeriqueado con Florencia Peña ante la batuta de un Cupido más joven y con mayor naturalidad gestual. Hubo que esperar algunas tomas, y el paso de Jésica por Tu cara me suena o La peluquería. Todavía hay rastros en YouTube de aquella mítica temporada de 2014, cuando ella se estrenaba como primera dama del intendente electo, mientras Tinelli azuzaba el romance al mando de una pista que atestiguaba la explosión de videopolítica.
Jésica cumplía la condición para acompañar al ambicioso barón: es «bonita», esa inocua forma de la belleza que no eriza; esa cándida resonancia que neutraliza la exhibición voluptuosa. Ella es suave como el pelaje de su perrito caniche blanquísimo que una vez llevó a la pista para ganarse la risa de una audiencia arisca a la que solo cautivan animales y bloopers.
Por estos días, no la sacan de la muletilla «todo lo que me pasa es para evolucionar», y no hay manera de que le entren las balas de los indignados que le gritan: «Con la mía, no», ese leit-motiv que nos convierte en poseedores directos de toda la fortuna del Estado. Nada de su amor sobrevive, a excepción de la «feliz princesita», su hija, que, asegura, aún no se entera de los revientes del «papucho» Martín, así autoreferido en un video de Youtube.
Lejos queda la caminata nupcial que transmitieron los noticieros, su noche soñada, cuando devino en «señora», a los ojos de un Flavio Mendoza entrevistado en la alfombra roja de la gran boda. Fueron la pareja «monogámica» y espectacular con la que cada tanto se regocija la tosca masa diseñada por el horario central de la TV. Todavía se lo puede ver a él en YouTube, perdonándola tras una escapada de ella a una «rave» en Punta del Este. El «marido perfecto» hacía política a ritmo de locomotora, en las tribunas de Tinelli o Del Moro. Todos contentos, con su parejita estelo-estatal, que medía en el rating y la empatía popular. Pero pasaron cosas, y hoy es otro cantar.

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